—¡Por favor, te lo imploro! No me hagás esto, señor mío. ¡El sacerdote Gustavo acaba de llegar a mi hogar! Hui de inmediato y me encerré en mi habitación para acudir a ti. Que él este aquí significa que ya vienen... No quiero morir. ¡Sálvame, dame otra oportunidad! He decepcionado a todos, soy una vergüenza para mi apellido y para aquellos que me aman, pero aún deseo servirte. ¡Puedo ser útil, poderoso señor! Protégeme hasta el día de la selección, mantén mi espíritu fuerte para no caer en la locura; dame un poco de tu perspicacia para lograr sobrevivir; agudiza mis sentidos para no ser sorprendido durante la noche, los adultos me consideran un apóstata y me acechan desde la oscuridad como si fuese un forastero. ¡Todos me han dado la espalda! Ruego para que tú no lo hagás.
»Escucho los pasos del sacerdote Gustavo acercándose, ¿no me salvarás? ¿Acaso ha llegado mi hora...?
Capítulo 8
—¡El que sigue! —rugió la madre Anna detrás de la puerta, su voz resonó en el pasillo como un trueno en la noche. Parecía el llamado de un demonio hambriento e impaciente por alimentarse.
Me quedé congelada, temblando por el miedo. Busqué desesperadamente el apoyo de los otros huérfanos que, como yo, aguardaban en silencio en el lúgubre pasillo. Era la una de la madrugada, en el tercer piso, frente a la aula que solíamos convertir en salón de clases.
Nos tuvieron de pie durante más de tres horas, dejando que la espera y el cansancio nos doblegara. Una vez nuestros cuerpos se ablandasen, les sería fácil destrozar nuestro espíritu.
Se podía respirar el pánico en el ambiente, ninguno tenía el valor para mantener la cabeza en alto, el castigo al que seríamos sometidos era inevitable. Los rostros demacrados y las miradas derrotadas de los niños y niñas a mi alrededor pintaban un cuadro desolador
Mi boca estaba seca, la poca saliva que tenía era espesa y amarga, era como si no hubiese tomado agua en días. El simple hecho de imaginarme hablar me producía dolor en la garganta. Mis manos se aferraban con fuerza a mi pantalón desgastado, me parecía que iba a romper la tela en cualquier momento.
—Julieta, es tu turno —dijo la hermana Sofía, agarrando mi hombro para empujarme—. Decí lo que sabés, no empeorés las cosas, pequeña —susurró con delicadeza mientras nos acercábamos a la puerta.
Ella se veía como nosotros, asustada, sus ojos esquivaban los nuestros y su voz temblaba en ocasiones. Era una mujer joven, con una cara redonda y una nariz pequeña y adorable. Sus ojos eran color café, transmitía una mezcla de compasión y temor. Su cabello castaño era muy suave y bello, la envidia de muchas de nosotros, era un tesoro enterrado bajo aquella cofia gris que pocas veces se quitaba.
La hermana Sofía contaba con una actitud y comportamiento bipolar, a veces se actuaba al igual que una aliada poderosa, encubriendo errores o travesuras, haciendo la vista gorda y regalando una leve advertencia. Dependía mucho de la presencia de la madre Anna, cuando se encontraba junto a ella, no había piedad, haría lo que fuese necesario, no importaba si debía gritarnos o golpearnos.
—Solo lo preguntaré una vez, Julieta —La madre Anna me recibió con su mirada más terrorífica, sin permitirme siquiera acomodarme. La puerta detrás de mí se cerró, dejándome encerrada y sin escapatoria—. ¿Sabés algo del paradero de Leo? —preguntó, caminando con furia, deteniéndose frente a mi con una mirada tan gélida que me helaba cada centímetro del cuerpo.
Se veía gigante, mucho más imponente de lo que recordaba, su sombra me consumía por completo. Su presencia espantaba todo rastro de esperanza y valor que me quedaba. El aroma a tiza de la sala era devorado por la fragancia a mirra que desprendía la túnica de la madre Anna. La habitación se sentía diminuta, no había espacio para nadie más que la presencia y autoridad de esa mujer iracunda.
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No Todos Los Huérfanos Van Al Cielo #PGP2024
TerrorMi único pecado, nacer; mi castigo, ser enviada al orfanato Manuel Antonio en Santiago del Estero, Argentina; mi tortura, no ser rescatada a tiempo de este lugar horrible. La madre Anna se encargó de enseñarme sobre Dios y la belleza del cielo, pero...