Capítulo 5

57 13 90
                                    

He hablado con el sacerdote Gustavo, su mirada álgida y su actitud displicente han confirmado mis sospechas: él lo sabe. Nada se le escapa en este pueblo, era cuestión de tiempo para que descubriera que soy el culpable del suicidio de las ofrendas de este año. Gustavo representa tu voz y tu juicio; ya no tengo dudas, mi penitencia se acerca. Quizás... también debería quitarme la vida...


Capítulo 5

El tiempo siempre fue cruel y nunca demostró misericordia. Los momentos de tranquilidad y felicidad transcurrían en un parpadeo, a penas y lográbamos disfrutarlos antes de que nos los arrebatasen de las manos. Perduraban en mi memoria y los utilizaba para soportar las injusticias y penurias de la vida, como si se tratasen de unos salvavidas que me permitían mantener a flote, con la esperanza de que pronto volverían tiempos mejores.

Pero, al final, vivía mi presente aferrada a un futuro incierto, con la ilusión de que conseguiría algunos momentos fugaces de alegría y dicha. Aunque, si soy sincera, cada día me costaba más visualizarlos. Me aferraba a otro imposible. Solo sé soportar y esperar, sin importar que tan duro se volviera todo, era lo único que aprendí.

Ahora, en medio de la habitación, junto a las demás niñas, nunca creía que esperar se volvería tan duro y terrorífico. El sol llevaba unas horas desde que salió y nos brindaba sus cálidos rayos de luz por la ventana, deshaciéndose de todo rastro de las tinieblas que trataban de devorarnos. Al ser un día domingo, teníamos una hora y media extra para dormir, lo cual por primera vez resultó ser un tormento.

—¿Por qué no viene la madre Anna? —preguntó temerosa Celeste, una niña de ojos pequeños y nueve añitos.

Ella estaba sentada a mi lado, tomada de la mano junto a otras niñas. El suelo de madera duro y frío fue nuestra única compañía durante toda la noche. Ninguna se atrevía a separarse, éramos una cadena humana, entrelazadas con nuestras manos para no perder la calidez ni la sensación de protección que nos brindábamos. Aún la atmosfera se sentía cargada de un latente malestar, ya no estábamos siendo acechadas o observadas por algo o alguien más, pero su presencia nos arrebató cualquier rastro de seguridad.

—Cuando sean las ocho y media —respondí a secas, forzando una sonrisa frágil en mis labios—. Debe faltar un poco más —repetí de nuevo, ya había perdido la cuenta de las veces que lo dije.

—¿Y si le paso algo a la madre Anna? —Otra de las niñas preguntó con una verdadera preocupación.

—Pobre del que intente hacerle algo a la madre Anna, seguro se arrepentirá —bromeé para tratar de subirles el ánimo. Aunque era lo que en verdad pensaba—. Solo aguantemos un poco más, ¿sí? —agregué acariciándole la cabeza a la pequeña.

En otros momentos festejaría si algo le ocurriera a la madre Anna, pero ahora era la única que podía rescatarnos, o mínimamente darnos algo de seguridad. Era difícil de explicar, sin embargo, no sé me venía ninguna otra respuesta a la cabeza, solo quería que ella apareciera y nos gritase por haber estado haciendo ruido por la noche.

Mi cuerpo temblaba y mi estómago se retorcía de tan solo recordar en lo que sucedió anoche. Mi piel se erizaba y tenía la impresión de que el aire se volvía más helado de nuevo. No, por favor, no quería volver a sufrir esa situación horrorosa, fue como vivir una pesadilla en carne propia. No me atrevía a mirar debajo de las camas, tenía impregnado ese mal presentimiento de que algo se escondía ahí.

Los ojos de todas se encontraban cansados y con unas notables ojeras, además, nuestros rostros aún reflejaban el miedo que nos agobiaba. Era como si hubiésemos estado semanas sin dormir y siendo explotadas por los trabajos arduos del orfanato. Sería difícil de creer que una sola noche de espanto era más que suficiente para dejarnos en tan deplorable condición.

No Todos Los Huérfanos Van Al Cielo #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora