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|El alma desordenada lleva en su culpa la pena|

El sonido del repiqueteo de la lluvia sobre el tejado, el fuerte aroma a tierra mojada y las plantas medicinales asomándose furtivamente por la ventana abierta, y el suave murmullo de la delgada cortina de casi seda al ser movida por el viento de aquella tarde. Emma aún es capaz de recordarlos. Cada uno de esos estímulos se sienten tan vívidos que cree experimentarlos gracias a sus sentidos y no solo por sus meras memorias.

Todo se siente tan vívido que también es capaz de recordar detalles tan insignificantes como la calidez del abrazo de su madre al rodearle con sus delicados brazos. El perfume predominantemente dulce que a su madre tanto le gustaba usar, el acelerado ritmo de su corazón, y sobre todo, las lágrimas que no dejaban de salir de aquellos ojos que Emma había heredado por su parte.

Todo es muy real.

Incluso cree ser capaz de sentir el olor a manzanilla cosquilleando sus fosas nasales. El olor de su madre siempre había sido tan característico, pues cuando aún se conservaba cuerda, se había dedicado a cultivar todo un enorme espacio con estas flores tan simples pero tan agradablemente olorosas. Siempre que llovía, como en ese instante, y se dejaban las ventanas abiertas, su olor se colaba por todos los rincones del hogar.

Emma nunca estuvo muy segura de si las odiaba o las amaba. Solía cortarlas con furia cada vez que su padre le retaba, pero llegaba a verlas con otros ojos cuando estaba cerca de su madre y la veía tan ensimismada en ellas. A veces, trataba de descifrar el misterio tan intenso que estas pudieran estar guardando y que tanto llamaba la atención de su progenitora. Pero nunca lo descubrió.

No hasta un día en particular, en el que descubrió que el sonido de la leve lluvia era mil veces mejor que una canción de cuna para ella. El suave murmullo de la voz de su madre, el arrullo entre los brazos de ella, la extraña sensación de sentirse amada y la calma que experimentaba... eran una sola combinación que Emma jamás olvidaría. Y que nunca lo hizo.

Así que la sensación de estar reviviendo aquel momento se siente tan real, tan fresco y tan hermoso, que Emma cree haber viajado en carne y hueso hacia aquel día.

Porque ahí se encuentra ella, recordando ser tan pequeña que juraría sentirse tan minúscula como lo fue a sus cinco años. Tan inocente como cuando se relajaba creyendo que su madre la amaba. Ella quería creer que esa extraña enfermedad sería algo pasajero, que volverían a reír juntas. Pero Emma tuvo que aprender rápidamente a ser alguien realista, no por falta de ingenuidad ante la vida, sino por los hechos. 

Recuerda tan bien las historias de su infancia, como quien se conoce cada detalle de su filme favorito. Pero ni el súbito dolor de algo atravesando su fina y delicada piel de su pequeño brazo, ni el inmenso chorro de sangre que había ensuciado su impecable vestido blanco la habían sorprendido tanto como el ver el rostro deformado de su madre mientras intentaba acabar con su vida una vez más.

Cada respiración que da se siente como una cuchillada con aquella horquilla que su madre en algún momento había utilizado en contra de ella, en uno de sus tantos intentos fallidos por asesinarla. Se siente hundirse en una espiral de desesperación de nuevo. Sus pensamientos se difuminan. Y siente cómo lentamente va quedando ella sola mientras parece morir.

↪♥↩

Es entonces que Emma se despierta, casi de un salto, e inmediatamente siente un horrible nudo en la garganta. Tiene tantas ganas de echarse a llorar como lo hizo de pequeña esa vez, pero recuerda el lugar en el que se encuentra ahora exactamente y se obliga a sí misma a serenarse mientras muerde una de sus mejillas y aprieta con dureza sus puños.

Hierofanías y Psicofonías de Amor [TPN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora