🥀🖤. VIII. 🥀🖤

12 2 0
                                    

Adara Perkins

Se supone que los días en los que uno cumple años tienen que ser los mejores días del año que se nos presenta, que todo tiene que girar entorno a nosotros entre nuestros grupos más cercanos, que recibes regalos, que sientes la felicidad en su estado más puro... 

Pero en este caso, mi cumpleaños ha girado tan entorno a mí que me ha venido con secuestro y todo, y encima, de parte de un chico que me quiere matar literalmente porque supuestamente mi padre mató a una hermana suya que él no conoció hace años. 

Y la verdad, no tengo pruebas de lo que este chico me dice, no tengo cómo comprobar al cien por cien de que mi padre hizo tal atrocidad. Él es un hombre bueno, loquito pero bueno. No le haría daño a nadie y menos que sería tan irresponsable para ir tomado por la carretera. 

Pero si no quiero que este chico acabe conmigo antes de tiempo, tengo que hablarle como si de verdad creyera en sus palabras, al cien por cien, aunque por dentro guarde aún la esperanza de que mi padre no hizo tal cosa y que todo se debe a una simple confusión. 

Porque tiene que serlo. Tiene que serlo. Tiene que serlo.

—No tienes por qué hacerme daño —le digo tras esas palabras que me soltó articulando que yo era un simple daño colateral en todo esto. Sus ojos siguen mirándome con odio extremo, pero yo solo continuo, temblando como nunca antes lo he hecho en mi vida —. Me... has dicho que tu madre era muy buena, la mejor madre del mundo, y que la vida te la arrebató al igual que a tu hermana, a quien ni siquiera pudiste conocer. Pero... precisamente, no lo hagas ni siquiera por mí, sino por ella, por cómo se pondría si viera lo que haces ahora. ¿Qué crees que diría tu madre si viera todo esto que está pasando? 

—No la metas a ella en esto. Mi madre está muerta, niñata, ¿quién te crees que eres para opinar sobre ella? —soltó apretando aquel arma blanca que tenía desde hace unos instantes en la mano con más fuerza. 

—Nadie. No me creo nadie, solo utilizo la definición que has usado para describírmela, nada más —le respondo, directamente y acompañada de un sollozo por el miedo que siento desde que desperté en este cuarto —. No soy nadie, pero solo te contesto con lo poco que me has contado de la razón por la que quieres matarme, y no voy a permitir que lo hagas. No me vas a arrebatar la vida por algo que no he hecho. 

Y sabiendo que eso le enfadaría un montón, con todas las fuerzas que puedo llegar a reunir ahora, le tiro un bofetón enorme, haciendo que se le caiga la navaja que sostenía al suelo y que me palpite la mano tras ello. Pero, triunfalmente, la cara de él se voltea y me da tiempo de sobra para salir de ahí y esconderme en el primer lugar en el que hallo refugio: el baño. 

Compruebo que tiene pestillo, y cuando lo veo, algo aliviada, lo pongo justo cuando me sobresalto al escuchar el estruendo de un cuerpo contra la puerta, pero todo lo que hago dado que estoy encerrada es arrodillarme en una esquina y rezar por que no derribe la puerta de una sola debido a su fuerza. 

—¡Escúchame, niñata de mierda, esto no va a acabar así! ¡Por si no te has dado cuenta, tonta, no tienes nada ahí dentro! ¡Tu teléfono, tu mochila, tu todo está en ese cuarto del que has salido tan malditamente despavorida!

Joder, es cierto. Cuando pienso en ello, las ganas de llorar me invaden más, y cuando quiero comprobar si hay alguna ventana por la que salir o pedir ayuda y veo que no hay nada, siento ganas de querer morirme, o mejor, de que me trague la tierra y de que me devuelva a mi casa, a mi cuarto, junto con mis padres. 

Me pongo a llorar a borbotones. Agacho la cabeza y dejo que mi frustración salga a flote mediante sollozos que se convierten en alaridos. Me pone a mí misma la piel de gallina escucharme llorar de esa manera, nunca lo había hecho así, pero lo que está pasando ahora me está superando demasiado. 

Síndrome de Estocolmo [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora