🥀🖤. VII. 🥀🖤

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Brandon Hackman

Aún recuerdo el tacto de su piel contra la mía en el momento en el que fue capturada por mí. No podía permitir que nadie viera nada, y al menos en eso ya salí ganando, porque enseguida esta chica se quedó dormida y la coloqué en el maletero del coche de mi padre.

Él me solía decir de pequeño que la venganza era muy dulce, y nunca pensé que sería de una manera casi literal, porque al acercarme a ella, comprobé que olía a cuatrocientos litros de un perfume que tenía un gusto a fresas. Supongo que, aunque no lo aparente, es una de esas niñas pijas que tienen de todo. Punto más para tenerle mucho más asco.

Doy vueltas por la habitación, con ella inconsciente aún en mi cama, echada y con la persiana ligeramente bajada, solo la luz blanca de la estancia ilumina el cuarto, y desde ya tengo que pensar con una mente demasiado fría en cuáles van a ser las palabras que le voy a soltar en cuanto se despierte.

Sin embargo, cada vez que la miro, aunque es verdad que parece una niña inocente, no puedo evitar pensar en cada una de las veces en las que mi padre ha culpado al de esta chica por la muerte de Lucía, por quitarle a su pequeña, a aquella a la que yo podría haber conocido si no fuera por el progenitor de la persona que tengo frente a mí en estos momentos.

Tenso la mandíbula para no soltar un gruñido que la pueda despertar antes de tiempo, porque quiero que, cuando lo haga, sean unos momentos lentos y tortuosos para ella, preguntándose a sí misma dónde está y encontrándose algo desorientada.

Decido, por el estrés del momento, ir a por un vaso de agua a mi cocina, y cuando estoy de vuelta a la puerta del cuarto, paso por la estantería donde están los libros que me dejó mi madre, esos que me calmaban todas las noches con aquella voz de ángel que le caracterizaba tanto a ella. Son reliquias que no pienso tirar nunca.

Toco la portada y abro uno de ellos, y recuerdo que estaban escritos en español, y que mi madre iba traduciendo al inglés a medida que iba leyendo. Así de inteligente era ella, habría llegado aún más lejos en la vida si siguiera aquí, y esa no es más que otra razón para vengarme junto con mi padre de su asesino por medio de su adorada niña.

No obstante, cuando abro ligeramente la puerta de nuevo del cuarto, me topo con la sorpresa. La chica está despierta, y muy asustada. Desde aquí escucho su agitada respiración. Tiene la mirada desorientada, y sus ojos rezuman un miedo que alimenta mi sed de venganza.

En cuanto se percata de que no está en un lugar que conoce, empieza a mirar a todos lados en busca de pistas que la ayuden a salir de aquí, pero al posar la mirada en la puerta y verme ahí, el juego para ella se termina. Se acaba de dar cuenta de que no hay una escapatoria, al menos, fácil. Pero yo me encargaré de que sea, más que difícil, imposible de todo.

No retira sus ojos de los míos. Va pegada contra la pared hasta que llega al borde de la cama y estira los brazos hacia mí, como si de esa manera, lograra amansarme de lo que sea que piense que le voy a hacer, y supongo que todas sus opciones son factibles a lo que cree que le puede pasar.

—No me hagas nada —me pide, atónita y rota —. No tengo nada ahora, revísame entera, o mira en mi mochila, pero no tengo nada. Solo libros, cuadernos, bolis y... puedo darte mi teléfono si es lo que quieres, de verdad, pero déjame ir, por favor...

Mientras sigue rogándome por que no le suceda nada, me voy acercando a la cama sin apartar mis ojos de ella, y lo que hace es ir retrocediendo hasta pegar la espalda en la pared de la esquina, y aún cuando me he sentado en el borde y ella ya no puede retroceder más, sigue pidiendo que no le haga nada, soltando pura palabrería con la que no lograra lo que quiere.

Me empieza a cansar tanto que, en un punto dado, cuando siento que verla así ya no es tan divertido, sino cansino, me pronuncio por primera vez ante ella diciendo:

Síndrome de Estocolmo [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora