🥀🖤. IX. 🥀🖤

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Brandon Hackman

Mirar a ese niño de mi clase me pone demasiado malo, incluso desde el instante en el que lo veo desde la puerta del aula, a punto de entrar. Ben Anderson es el que más se mete conmigo por la historia que compartí la anterior vez en clase de religión, cuando tratábamos el sentimiento de la pérdida de un ser querido. 

La mayoría de los niños de mi clase habían perdido a sus abuelos, algo que es un poco más normal debido a que ellos son gente mayor y se espera tarde o temprano que partan, y alguno que otro perdió a sus padres o a gente cercana que, aunque no fueran de sangre, significaban mucho para ellos. Pero yo fui el único que levantó la mano y que dijo que a quien perdí fue a una hermana que ni siquiera conocí, pero para mí, fue como si, desde antes de nacer, la hubiese perdido de todas maneras. 

Me había parecido una muy buena forma de demostrarle a Lucía desde el Cielo que la tenía siempre presente, y que hasta en el cole no dejaba de pensar en ella y en todo lo que podría haber pasado si no hubiese muerto en aquel accidente. 

—Bueno, al menos tu abuelita siempre te va a cuidar desde arriba, Ally, tenlo siempre presente... A ver, ¿alguien más que quiera compartir su historia? —Mi mano se había visto levantada después de haber tenido un momento de reflexión en si hacerlo o no —Ohh, Brandon. ¿Quieres contar tu experiencia? —Asentí, tímido, con la cabeza —Muy bien, pues te escuchamos. Chicos, callad, que va a hablar vuestro compañero y hay que respetar, y más teniendo en cuenta el tema que estamos tratando. 

Al principio me sentía algo cohibido, pero a medida que me imaginaba a Lucía a mi lado, a punto de también escucharme con una sonrisa en el rostro, sabía que tenía que hacerlo. 

Por ella. Por mí. 

—Yo... perdí a alguien muy importante para mí: a mi hermana mayor —Y en ese momento, la sonrisa triste de la profesora pasó de, precisamente triste a borrarse por completo, sin dejar de mirarme —. Su nombre era Lucía. Murió antes de que yo naciera, pero para mí fue como haberla perdido igualmente desde el momento en el que tuvo un accidente con mis padres a la edad de ocho años. Ellos me dicen que, a pesar del gran vacío que ella dejó en sus vidas, estaban contentos conmigo y no permitirían que nada malo me pasara. De todos modos, me siento algo masoquista cuando les pido a mis padres que me cuenten cómo era ella, sobre su comportamiento, su carácter, su reacción ante ciertas cosas, sobre su físico, sobre su personalidad... Siento que la conozco tan bien como si la hubiese conocido en persona, y aunque nunca hayamos podido coincidir en esta vida, puedo decir que, fallecida o no, tengo la a mejor hermana mayor del mundo. 

Cuando acabé de hablar no miré a ningún compañero mío, mis ojos se clavaron en los de la profesora porque temía ver las caras de los demás niños. A ella le estaba empezando a resbalar una lágrima de los ojos. 

—Brandon..., me siento muy orgullosa de ti por haber compartido esto con nosotros. Has sido muy valiente al hacerlo. Y quiero que sepas que, al igual que les he dicho a todos, tu hermana claro que sabe que existes, cariño. Está en el Cielo, cuidando los pasos de tu vida y protegiéndote de todo lo que puede hacerte daño y que te provoque lo mismo que le pasó a ella. Para eso están los hermanos mayores, para cuidarnos, y tu hermana lo hace, te lo aseguro. 

Escuchar esas palabras me había afectado de alguna manera, pero de todos, sentí que había hecho algo bien. Me había desahogado un poco de todo lo que sentía aprovechando la oportunidad en el cole y pude sentir que de verdad Lucía lo había escuchado y que estaba orgullosa de mí. 

Estuve tan contento que, al llegar a casa, les conté a papá y a mamá lo que hice, y me sonrieron como nunca antes lo habían hecho, además de haberme dado un fuerte abrazo de oso entre los dos y decirme que yo habría sido un hermano de diez. 

Síndrome de Estocolmo [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora