El comienzo

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Edad Media


En la apacible aldea de Trost, rodeada de verdes colinas y fértiles campos, vivía Hange una joven de mirada vivaz e insaciable curiosidad. Su tía Isabel la había criado junto a su prima Nanaba, ambas inseparables. Hange era conocida por su mente inquieta, siempre buscando respuestas a los enigmas del mundo que la rodeaba.

Los domingos, Hange asistía fielmente a la iglesia, no por devoción religiosa, sino por la profunda amistad que la unía al padre Erwin, un hombre sabio y bueno. Le había abierto las puertas del conocimiento. Sus conversaciones abarcaban desde la historia y la filosofía hasta los misterios de la naturaleza, forjando un vínculo único entre maestro y alumna.

"Para investigar la verdad es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas".- Lo dice Descartes, señorita Hange-

-Es muy interesante padre Erwin, sabe siempre aprendo cosas nuevas con usted - Menciono la castaña con una sonrisa-

Hange leía infinidad de libros que Erwin le había regalado, soñaba con salir de la aldea y conocer el mundo, sin embargo su tía le estaba buscando un prometido.

-Yo no me veo casada Nanaba, no quiero tener que servir a un esposo o tener millón de hijos

-Hange, por favor no enfades a la tía Isabel, sino otra vez tendremos que limpiar toda la casa.

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Sin embargo, una noticia inesperada llegó a la aldea. El padre Erwin sería transferido a otra parroquia. La tristeza se apoderó de Hange, quien veía partir a un maestro y amigo. En su lugar, llegaría el padre Ackerman, un hombre de aspecto severo y mirada penetrante, del que poco se sabía.

El día de la presentación del nuevo sacerdote, Hange lo observaba con recelo desde su asiento en la iglesia. El padre Ackerman era todo lo contrario al padre Erwin

Levi era parco en palabras, muy serio, con un aura de misterio que lo envolvía. Durante el sermón, sus palabras parecían más un sermón para soldados, que una prédica religiosa, lo que no hizo sino aumentar la desconfianza de Hange.

Cierto día fue camino a la biblioteca de la iglesia, necesitaba un nuevo libro que leer, además Erwin siempre le dejaba tomar lo que ella quisiera, estaba viendo los libros cuando la voz del padre Ackerman la interrumpió.

- ¿Qué quieres aquí?

- Yo estoy buscando un libro, el padre Erwin siempre me los prestaba

- ¿Tu sabes leer?

- Claro que se leer, padre Ackerman.

- Puede tomar el que sea, pero no desordene nada señorita Zoë, no me gusta el desorden.

- Está bien

El hombre era tan frío que era muy difícil dialogar con él, Hange extrañaba a Erwin, sus palabras, su curiosidad, además no eran tan estricto en la limpieza como el padre Ackerman. Los días pasaban y Hange siempre iba a la biblioteca en búsqueda de otra cosa que leer. En cierta ocasión observo al padre limpiando el escritorio con mucho cuidado, pasaba una y otra vez aquel trapo.

- Me parece que esta limpio

- TSK

- Es que si se lo ve muy limpio, padre me preguntaba si

- No, señorita Zoë

- Ni siquiera sabe lo que diré, pero usted ya me dice no

- No le voy a prestar mi caballo, para que salga como loca por el campo.

EL PADRE ACKERMAN Y LA SEÑORITA ZOËDonde viven las historias. Descúbrelo ahora