Día Quince: Noche

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En el rincón de sus apeñuscados aposentos donde el frío se atrevía a desafiar el calor del fuego, Neme se encontraba enfrascada en su habitual batalla de ingenio contra sus propios pensamientos. El fuego, en un esfuerzo patético por combatir el frío, proyectaba sombras que danzaban al ritmo de la incertidumbre de Neme, como si los espíritus del pasado se burlaran de su dilema. Después de un intercambio de palabras más intenso que el fuego con Chiaza, este había optado por el noble arte del silencio, evitando así que las Zyraquens decidieran que Neme era más útil en el exilio. Sin embargo, la duda seguía siendo una compañera persistente, tan intrusiva como una suegra entrometida.

—No pienso darles el gusto de traicionarme otra vez —murmuró Neme, con los puños tan apretados que casi podía oírse el crujir de sus propios huesos.

La traición de su exesposo, Chaquense-Huayran, seguía doliendo como una herida abierta. Recordó el día en que le confió el futuro de su hija, suplicándole que la enviara lejos para protegerla del invierno. En lugar de eso, la entregó a las Zyraquens, quienes, con su arrogancia habitual, decidieron separarlas. Desde entonces, la desconfianza se había convertido en su segunda piel. Cada encuentro con un hombre era una prueba para su armadura emocional.

La idea de escapar se colaba en su mente con la sutileza de un oso polar en una tienda de porcelana. ¿Debería huir y tomar las riendas de su destino? Se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación, mirando por la ventana.

Pero había algo en Chiaza que la hacía dudar, algo que lograba hacer mella en sus defensas.

—Los hombres y sus curiosidades, siempre metiendo las narices donde no les llaman —pensó Neme, observando el fuego que parecía reírse de su situación.

El calor del hogar era un agradable contraste con el frío que intentaba colarse sin invitación. Se envolvió más en su manta, buscando el consuelo de su abrazo cálido mientras las dudas la acosaban sin piedad.

Aunque su mente tejía planes de fuga, su mirada se desviaba hacia la puerta cerrada de su habitación, donde la presencia de Chiaza era como una promesa hecha con los dedos cruzados. ¿Por qué no había roto el acuerdo? ¿Por qué las Zyraquens no habían venido a castigarla por su traición? Las respuestas, esquivas y juguetonas, se perdían entre el humo y las sombras.

Impaciente, Neme se levantó del sillón y caminó hacia la ventana, apartando las cortinas con un movimiento brusco. La luz de la luna inundó la habitación, revelando el paisaje helado más allá de los cristales. Pensó en su hija, en su seguridad y en su futuro.

Le gustaría ayudar a Chiaza, si eso significara la seguridad de su hija. Pero confiar en las Zyraquens era como esperar que un lobo de cristal perdonara a su presa. Seis meses para encontrar resultados era una misión tan factible como encontrar una aguja en un pajar, considerando que habían pasado quinientos años del último ciclo, y antes de eso quien sabía cuántos milenios. Ayudar a Chiaza no era una garantía de nada.

—Quizás debería tomar a Suani y desaparecer en la noche, como un ladrón con buen corazón —pensó Neme, con un suspiro que llevaba el peso de mil decisiones.

¿Funcionaría? No estaba segura, especialmente si su hija decidiera quedarse. Después de todo, era una aprendiz de Zyraquen, y quién sabe qué ideas le habrían metido en la cabeza a su preciada niña.

Entonces, un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. Se giró rápidamente, su corazón latiendo como un tambor de guerra. El silencio que siguió fue más sutil y delicado que el susurro de una flauta, esperando la próxima nota. Era la primera vez, desde su encierro, que alguien se atrevía a interrumpir su soledad.

La puerta de los aposentos de Neme se abrió con un gemido lastimero, como si las bisagras oxidadas lloraran por el peso de los secretos que guardaban. Antes de que pudiera reaccionar, Chyquy, la presuntuosa Quexuana, entró con pasos medidos que resonaban en el silencio, su presencia imponiendo una reverencia inmutable. A su lado, Ytsarua, la segunda al mando avanzaba con la gracia vigilante de un lobo de cristal en su territorio.

Canto del Último AlientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora