#: O5

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MEDUSAS a la orilla del MAR
#O5 ﹒➜ Negación

Dicen que el océano es un gigante viejo y dormido, atado a los designios de un destino insondable

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Dicen que el océano es un gigante viejo y dormido, atado a los designios de un destino insondable. Un destino tan incierto y caprichoso como las corrientes que recorren sus profundidades. Y sin embargo, ¿quién puede afirmar con certeza qué es lo que el destino es bueno? Algunos lo ven como un villano invisible, hilando cruelmente los hilos de la vida, condenando a todo ser vivo a un futuro que no es suyo.

Un futuro como el suyo.

Ella, una figura inmóvil en el lecho marino, desconoce el significado de esa palabra.

Destino.

Su existencia vacía de sentido, nunca se ha fundado en algo tangible. ¿Qué propósito podría tener una vida como la suya, sostenida por milenios, pero desprovista de razón? ¿Qué sentido tiene continuar cuando nada en tu interior te recuerda que aún estás viva?

El océano, siempre vigilante, la ha mantenido atrapada, envuelta en su abrazo frío, en un total cautiverio.

Pero incluso las mareas obedecen al ciclo eterno. Y en ese día, en ese momento, el ciclo se había completado.

El contrato había llegado a su fin.

Las aguas, tranquilas y apacibles, empezaban a moverse, como si algo en las profundidades hubiera cambiado.

Su cuerpo, inerte por tanto tiempo, flota con las corrientes, formando parte del vasto y sereno océano que había sido su único hogar. No ha habido señales de vida en ella durante meses, pero el mar siempre sabe cuándo es el momento de despertar a los suyos.

El océano no es impaciente. Seis meses han pasado desde su último suspiro. Y ahora, en solo seis minutos, el cambio había llegado. Seis minutos que, en la vasta inmensidad del tiempo oceánico, no son más que un parpadeo.

Una ola la empuja suavemente, despertándola de su sueño. Su corazón, que había estado silencioso durante tanto tiempo, late nuevamente. Débil, pero presente.

El mar, siempre paciente, la obliga a abrir los ojos.

Y cuando lo hace, contempla algo nuevo.

Ya no está rodeada por el azul oscuro y denso del océano. En lugar de eso, ve una esfera blanca suspendida en el cielo oscuro, rodeada de puntos titilantes y pequeños.

La luna. Las estrellas.

Sus ojos acostumbrados a la penumbra, apenas pueden comprender la belleza que ven. Estira una mano, lenta, insegura, como si creyera que puede alcanzar esa brillante esfera que la observa desde las alturas.

Pero algo en ella es distinto. Siente su cuerpo moverse de forma extraña, más pesada, más tangible.

La luz y el brillo que siempre la envolvía empieza a desvanecerse, y con él, un pánico se apodera de su mente. Recuerda. Recuerda como el agua se filtró por su nariz, ahogándola.

Sus movimientos se tornan erráticos, desesperados. Quiere escapar, pero... ¿hacia dónde?

El aire, frío y vivo, entra en sus pulmones por primera vez en lo que le parecen siglos. La sensación la golpea como una bocanada de vida, un renacer abrupto y desconocido. No hay peligro esta vez. No hay agua que la asfixie.

Sus manos, ahora más conscientes, tocan la superficie bajo su cuerpo. Algo suave, granuloso.

Arena.

Lenta, vacilante, vuelve a estirar los brazos, esta vez para tocar su rostro. Es extraño estar fuera del agua, sentir la solidez del mundo a su alrededor. Una leve ola roza sus pies, un recordatorio de su hogar acuático, mientras que el resto de su cuerpo yace sobre la tierra, aún tratando de comprender dónde se encontraba.

Intenta levantarse. Sus brazos tiemblan bajo el esfuerzo. No logra sostener su propio peso; algo está mal. Siente una pesadez nueva, desconocida. Y entonces lo nota.

Su cabello.

Su cabello, largo y blanco como las perlas del océano, comienza a oscurecerse, a perder su brillo. Desde las raíces, un negro profundo se apodera de cada hebra, como si la noche misma la reclamara.

La luz desaparecía... apenas se daba cuenta de lo que estaba sucediendo.

Ella permanece recostada en el suelo, incapaz de moverse, paralizada tanto por el desconcierto como por el cambio que experimenta.

Sus oídos, torpes y aturdidos solo captan el sonido del mar, un murmullo constante que, a pesar de todo, le ofrece un pequeño consuelo.

Pero para ella un "pequeño consuelo" no es suficiente. El nuevo mundo y la belleza que había admirado por un instante se desvanece. Las sensaciones la abruman, tantas reacciones a sus sentidos que llegan a su cerebro la incomodan.

Quiere volver a su estado de quietud, regresar al olvido.

Pero entonces, sus oídos escuchan algo más que las olas del mar.

Voces. Gritos.

"¡Rápido! ¡Busquen al hombre y no lo dejen escapar! ¡El fue el que intentó asesinar a Suneater!"

El miedo se enrosca en su pecho, familiar y detestable. Sin dudar, sigue el único instinto que ha conocido.

Escapar.

Se arrastra hacia el océano con dificultad, desesperada, sintiendo el agua subir por su cuerpo, sumergiéndose, dejando que el mar la reciba nuevamente.

El agua se filtra por sus fosas nasales, es doloroso, pero a la vez, es reconfortante. Su cabello recupera su blancura y el mundo exterior desaparece.

Cierra los ojos. Está de vuelta en su hogar.

El océano la reclama, la acuna entre sus brazos, y ella cede. Su mente se apaga, lista para volver a su estado inerte. Nunca más, se promete, nunca más volverá a la superficie.

Nunca más.

______________________Pero el océano no olvida

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Pero el océano no olvida.

"El ciclo se había completado,
y la promesa había sido cumplida".

No hay escape de un pacto tan antiguo. El mar la traerá de vuelta.Y cuando lo haga, ella enfrentará su destino: Cruel, inevitable, como las mareas mismas.

𝐌𝐄𝐃𝐔𝐒𝐀𝐒 𝐀 𝐋𝐀 𝐎𝐑𝐈𝐋𝐋𝐀 𝐃𝐄𝐋 𝐌𝐀𝐑 | Tamaki AmajikiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora