NUEVE: Mechón de grana.

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Camila se encontraba caminando a lo largo de un gran mercado, había venido por un fin de semana a hacer sus compras y aunque se sentía alegre por todas las nuevas imágenes que se iban pintando en su mente, su cuerpo temblaba, porque la ciudad de la que era oriunda estaba más cerca ahora, pensaba en Sofía y se alegraba, tenía a su querida prima con ella otra vez, pensaba en Tizzi y se ponía muy feliz, al fin estaban juntas las tres nuevamente, pero la vida la había convencido muchas veces de que la felicidad no era para ella y justo cuando había logrado convencerse de que no era así, ahí estaba él, parado frente a ella. 
Su mentón empezó a temblar como el de una niñita asustada y apretó su mandíbula con fuerza, dio pequeños pasos hacia atrás pero él se mantenía estático, como si solo extendiendo su brazo podría atraparla, era como si hubiera salido de la zona segura en la que se había mantenido siempre, o sea, cerca de la única persona que podría cuidarla, aún así tenía sobras de seguridad en su pecho, él no le haría daño, porque sabía que lo que William le haría sería peor.
—Hola prima.
Ella tragó con dificultad, muy notoriamente. 
—Es un gusto verte después de tanto, me ofendería por no escuchar lo mismo, si no fuera por tu mutes auto impuesta, pero no tienes que preocuparte por eso aquí, la familia no está cerca. 
Dio un paso y tomó uno de sus mechones rojizos.
—Y tampoco él.
Ella retrocedió de golpe, zafando su mechón de pelo. 
—No te asustes, no hablo en serio, es más, toda nuestra amada familia está almorzando en el restaurante de allá. 
Volteó con una sonrisa burlona y le señaló el restaurante que se encontraba a una cuadra saliendo del mercado, volvió a mirarla y también volvió a acercarse. 
—No seas maleducada y ve a saludar.
Le dijo con una mirada severa, ella solo retrocedió como dispuesta a marcharse y claro, correr apenas pudiera, pero él se aproximó rápidamente y volvió a retener un mechón en su mano, esta vez jaló de él para acercarla, entonces ella supo que no podría irse, quizás no por ahora, quizás nunca más. 
Ambos entraron al restaurante y Camila se encontró con una larga mesa, llena de rostros conocidos, rostros ahora desconcertados y sorprendidos pero que no tardaron en mirarla con desprecio, su padre fue el primero y casi el único en levantarse, se aproximó a ella y la abrazó como a una hija muerta que había vuelto a la vida, sus lágrimas empezaron a correr y Camila se sintió conmovida, pero no confiaba en él y jamás lo haría, él nunca le había hecho daño, pero la había callado cuando ella intentó confesarle el motivo que ahora la tenía muda y eso nunca sería perdonado.
El único que no la miraba con desprecio era William, la miraba como si simplemente no pudiera creerlo. Como adivinando los pensamientos de su prima, Damián se acercó nuevamente y la sujetó fuertemente del brazo, casi jalándola para llevarla hacia la mesa, de repente se escuchó un golpazo, platos y copas seguían resonando por el golpe a la mesa, ahora William estaba de pie, con ambas manos sobre la mesa, mirando fulminantemente a su primo, este, como un niño acobardado se encogió de hombros y la soltó inmediatamente haciéndose a un lado.
Su hermanastro se acercó a ella y Camila sintió que su corazón iba a detenerse, él también la sujetó del brazo, pero con pura suavidad, no como se sujeta a un enemigo, que es como lo había hecho Damián, pero tampoco como a una hermana, la trajo a su lado, retiró la silla para ella y se sentó a su lado sin quitarle los ojos de encima, fue entonces cuando esa mujer empezó a hablar:
—Amor, hoy es un día precioso, nuestra niña volvió a nosotros y mira lo feliz que está William al tenerla cerca otra vez.
Dijo con una sonrisa larga y los ojos disminuidos, haciendo contraste con todos los demás miembros en la mesa. 

Sofía, ay Sofía...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora