DIECINUEVE: Tobías.

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Sofía despertó y se sintió un poco vacía al no encontrarlo a su lado, esto le trajo recuerdos, siempre era ella la que se iba antes de que despierten.
La imagen de su linda amiga pelinegra cruzó su mente y decidió salir hoy después de seis meses a buscarla, se sentía culpable por haberse borrado por tanto tiempo, cuando ella más la necesitaba y también la invadió una preocupación por que algún idiota le hubiera vuelto a hacer daño.
Entró al baño y al mirarse al espejo, cosa que no hacía seguido, notó que había perdido peso, su cabello había vuelto al rubio natural y un castaño oscuro apenas lograba verse en las puntas, se sintió mal, se sintió derrotada, su intento por ser independiente de había ido al igual que su tinte. Se duchó, se puso lo primero que encontró en su armario y salió, no sin antes darle una exhaustiva explicación a sus padres de lo que iba a hacer.
Salió al patio y el sol le golpeó los ojos, ni siquiera permanecía despierta cuando este salía y ahora debía caminar un largo trayecto debajo de él.
Al empezar su viaje, ahí estaba él, podando el pasto pero dejándolo todo en cuanto la vio.
—¡Hey!
—No puede ser...
—¡Sofía! ¡¿A qué deidad debo agradecer este milagro?!
—¡Cállate! Estás haciendo demasiado ruido.
Él seguía sonriendo y siguiéndola fijamente con la mirada.
—¡Es extraño! ¿No? Vernos y que no sea de noche.
Ahora todos los vecinos que se encontraban afuera estaban mirándolos, Sofía quería morirse.
Siguió caminando sin hacerle caso y él la dejó ser, la dejó caminar libre, suficientemente satisfecho con que por fin haya salido afuera, sea cual sea el motivo.
Ella llegó a la casa de su amiga y fue la madre de esta quien la recibió, hablaron brevemente y fue suficiente para que a Sofía le hierva la sangre, Tizzi estaba internada por uso (y abuso) de sustancias, luego de averiguar quien había sido el idiota que la introdujo a ese mundo y golpearlo, la golpearía a ella.
—Tizziana, es que no se puede ser tan estúpida ¿todo por qué? ¿Por ellos?
Hablaba entre dientes mientras se dirigía a la institución de salud mental donde estaba ahora su amiga, cuando la vio, no era ella, de su hermosa cabellera negra quedaba menos de la mitad, tenía el cabello corto, como el de un muchacho, la piel más pálida de lo usual y ojeras oscuras, haciendo contraste con sus ojos verdes claros.
—Tizzi...
—Hermana, al fin vienes, pensé que moriste de abstinencia o algo así.
—La que parece más cercana a morir de abstinencia aquí eres tú ¿quién fue el imbécil?
—Ay... no hables de él, casi no estaba pensando en él en la última hora.
—¿Qué le pasó a tu cabello?
—Lo vendí, recordé que dijiste que pagaban bien por una cabellera larga, es que, mamá y papá dejaron de darme dinero cuando empezaron a sospechar.
—¿Por qué? ¿Por qué Tizziana? ¿Por ellos?
—No, por ti.
La mirada de la pelinegra ahora era seria.
—Te fuiste cuando más te necesitaba, Camila estaba muerta y fue como si tú también lo estuvieras.
—No sabes cuánto lo lamento...
—No lo lamentes, fui tan feliz, él me dijo que tenía pastillas mágicas que me quitarían esa molesta cara triste y por primera vez ese hombre no mintió.
—Igualmente lo lamento, por no estar ahí para evitar que hagas algo tan estúpido.
Tizzi la miraba sonriente, con ojos cansados pero sonriente, hasta que la tomó de la mano.
—No te sientas mal por mi culpa... creo que todos nos esperábamos esto de mi parte alguna vez.
—Siempre tocando fondo ¿verdad?
La mirada de Tizziana ahora se oscureció, Sofía bajó la suya y vio la pulsera en la muñeca de su amiga, un intento inútil de controlar su manía por arrancar un poco de la piel de sus dedos.
—No estás bien.
—Nunca lo estuve.
Retiró su mano y continuó.
—Siempre me pregunté por qué no podía ser como tú, dándoles todo tu exterior a ellos, pero ni un gramo más... vivo cada día de mi vida llorando que soy esa chica con la que todos quieren divertirse, pero que nunca presentarías a tus padres.
—No sé por qué te importa tanto esa mierda.
—Ojalá no lo hiciera.
Tizziana tenía la mirada perdida.
—Esos idiotas, todos están programados igual, ábreles las piernas en la primera cita y tú misma habrás sellado la fecha de caducidad entre ustedes, todos traen el mismo chip, es algo que no puedes cambiar...
Esto último que dijo su amiga le recordó a su vecino, él parecía no estar programado igual, él mismo lo había dicho, pero ¿no era eso lo que decían todos? Esto la hizo cambiar de tema.
—Cuando tienes una sobredosis... por drogas ¿crees que te internan en un hospital normal o en uno como este?
—Hm... supongo que primero en uno normal, porque es a donde te llevan luego de un problema como ese, pero después te traen aquí.
—Entonces el hermano de un amigo mío debe estar en un lugar como este.
—O quizás esté en este lugar.
—¿Qué?
—No hay otra institución de salud mental en la ciudad, debe estar aquí ¿sabes su nombre? Tengo amigos que podrían confirmarlo.
—No, no tengo idea.
—Averígualo.
Esa tarde, regresando a casa, disfrutó estar afuera, estar afuera era libertad y la libertad era vida, de repente la semilla cínica de huir empezaba a brotar nuevamente dentro de ella. Cuando llegó la noche, él estaba ahí otra vez, se aseguró de que estuviera mejor de ánimo y le propuso llevarla a muchos lugares.
—Podría llevarte a un concierto de electrónica.
—Odio la música electrónica.
—Okay, eso dolió más que saber que eras una mujer de la vida alegre.
Ella lo golpeó.

Sofía, ay Sofía...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora