VEINTISEIS: Felicidad.

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—Yo... tengo miedo.
Él la tomó de la mano.
—¿Por qué?
—Tengo miedo de que no vayan a quererme.
Él la tomó de ambas manos y comenzó a sonreírle.
—Luego de todo lo que hemos pasado ¿eso te da miedo?
Sofía sintió una alegría que no podía compararse con nada cuando recordó una cosa: ella era libre.
Luego de interrogatorios, presentación de pruebas y la ayuda de los padres de Mateo, ella lo había conseguido, era libre y ahora, como si fuera una joven como cualquier otra, estaba ahí, a punto de conocer formalmente a sus suegros.
—Cierra los ojos, tengo que cambiarme.
—¿No te parece que en este punto eso es un poco innecesario?
Ella siguió firme y él se volteó pero también volteó los ojos como un niño, pero ella lo vio y le dio un golpe en el brazo.
—¡Auch!
—Ya puedes voltear.
Él lo hizo y le faltó el aire, ahí estaba ella, con un lindo vestido negro, este era corto a diferencia del que vestía cuando él la conoció.
—Te ves...
—¿Como una novia del más allá?
—Como mi novia.
—Porque soy tu novia.
Él agarró su mano y corriendo la llevo en dirección al piso de abajo.
—¡Espera, espera, espera! ¡No dije que estuviera lista!
Bajaron y ahí estaban ellos, el papá estaba mirando pacientemente a la ventana y la mamá estaba sirviendo la comida sobre la mesa, bajaron el último escalón y la mujer la miró fijamente antes de hablar.
—¡Tu vestido!
¡Su vestido! ¡Era muy corto! ¿Era muy corto? Era hasta las rodillas ¿eso era corto?
La mujer se acercó rápidamente y la tomó de las manos.
—¡Es divino!
Ahora la mujer se encontraba sonriéndole ampliamente, con los ojos totalmente achicados y Sofía entendió de donde Mateo había sacado lo risueño y lo chillón.
—Gracias...
—Eres tan bonita ¡seremos buenas amigas!
El padre de Mateo se encontraba observándolas, sonriendo fraternalmente, su novio las abrazó a las dos.
—¡Mis dos chicas favoritas juntas!
Esa familia no podía contrastar más con la suya y con ella misma, ella había visto familias así antes, la de Tizzi por ejemplo, el recuerdo de estas hacía eco en su mente por las noches y un sentimiento la atormentaba: un deseo que quema, este acompañado de una idea, una pregunta: "¿Por qué?" ¿Por qué en millones de familias a algunos les tocan familias buenas y a otros no tan buenas? Ella solía imaginarse sentada a la mesa, una amorosa madre llegaba y le servía el desayuno, depositando un beso en su cabeza, un padre amoroso le sonreía y le preguntaba qué tal había descansado anoche mientras leía su periódico, un hermano increíble a su lado, que luego la acompañaría a la escuela y nunca dejaría que nada le pase, toda esta película volvía a su cabeza y se reproducía en cámara lenta, pero estaba demasiado ocupada ahora para darle importancia, ella estaba ocupada siendo feliz, ocupada teniendo esa familia ahora.
Para terminar de sacarla de ese trance llegó una niña de unos catorce años aproximadamente.
—¿Tus dos chicas favoritas?
La niña de cabello azabache reclamaba con el ceño fruncido, él se agachó hasta quedar a su altura y atrapó sus mejillas.
—Ahora que estás aquí, mis tres chicas favoritas.
La niña sonrió rápidamente y tenía la misma sonrisa que Mateo.
Pasaron la noche comiendo la deliciosa comida de Sara y prestando especial atención a Cande, que tenía una gran afición por hablar al igual que su hermano, y Sofía no pudo sentirse más completa.
Llegó la noche y todos fueron a sus habitaciones, cuando ella iba a entrar a la de Mateo, se detuvo y él igual.
—¿Qué sucede?
—¿Qué te parece si... dormimos afuera?
—¿Afuera?
—Pensé que sería romántico, dormir bajo las estrellas y esas cosas, nunca hice algo así.
Él estaba a sus órdenes, si no le había dicho que no cuando le pidió escapar de la ciudad, no le diría que no ahora.
—Vamos.
La tomó de la mano y bajaron las escaleras sigilosamente y a Sofía le causó gracia como Mateo iba casi de puntitas y comenzó a reír, este la miró con los ojos bien abiertos y le hizo un gesto de silencio.
—Shhhh.
Parecía como si fueran ninjas o como si estuvieran cumpliendo con una misión extraoficial, ella se entregó al juego y volvió a ser una niña.
Él tomó las mantas del sofá y las llaves de su padre, al salir abrió la puertita de la carrocería y le preparó una digna cama.
—Mateo...
—¿Sí?
—No hay ni una sola estrella.
—Demonios.
Comenzaron a reír y supieron que no eran necesarias, estaban juntos, eso bastaba.
Subieron a la cama recién hecha y ella habló:
—Siento que podría quererte por siempre.
—Yo sé que voy a quererte por siempre, incluso mucho tiempo después de que te vayas.
—No pienso irme.
Él la pegó a su cuerpo y ahora la mano de Sofía estaba extendida, hacia arriba, en la misma dirección que su cabeza reposando en la cama, la de Mateo se deslizó encima y la sujetó con fuerza.
Pasaron algunas horas y Mateo se encontraba dormido, Sofía se levantó y sin despertarlo salió a la calle, sintió el frío de la noche y sintió libertad, miró a la que había sido su casa y su cárcel, ahora vacía.
Comenzó a alejarse y las lágrimas hicieron su aparición, era libre, era dueña de sí misma y era libre, comenzó a dar saltos, liberando otra vez a su niña interior y sin darse cuenta comenzó a correr, esta vez y por primera vez de ningún peligro ni de nadie.
Las luces de los comercios desfilaban a su alrededor y los alumbrados eran su guía, acabó frente a una iglesia e ingresó haciéndose parte del culto, la música la llenaba aunque no compartiera las ideas ni de la mitad de los versos, en un momento, como en una situación extranatural, todos se encontraban arrodillados, con el rostro en el suelo, esta iglesia era diferente a la de su familia, no habían grandes imágenes, solo una gran cruz y al fondo una pantalla, ella desentonaba al ser la única aún de pie pero no le importó, recordó a aquella terapeuta que había sido bastante mala intentando disimular su cristianismo "ya sea en el budismo o en el cristianismo, pero tienes una parte espiritual y tendrás que encontrarla" Sofía vivía como una habitante de Yugoslavia, educada bajo un régimen socialista, no había nada más en el cielo que planetas, galaxias y estrellas, pero esa noche, ella creyó.
Miró a la gran pantalla de la iglesia, donde se veía a un león, con las letras de la canción frente a su rostro y recordó una frase de ese libro que tanto le gustaba:
"Quizás mire esas imágenes que nunca me dijeron nada y me digan algo".
Y Sofía lo supo y dijo para sí misma:
"Ya sea en el púlpito de un pastor insistente o sobre la montaña más alejada, en un templo de monjes con el mínimo interés de atraer a nadie ni convencer de nada, a todos nos une lo mismo. Ya sea la misma humanidad o una divinidad, yo sé que algo es".
Sofía salió y volvió a dirigirse a esa camioneta, subió y sostuvo el rostro de su lindo novio en sus manos y lo besó.
—Pero hasta que lo encuentre, tú serás mi divinidad.
—¿Qué?
—Que te quiero.

Sofía, ay Sofía...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora