10. Memorias perdidas

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Antes del amanecer, me desperté con dolor en las costillas

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Antes del amanecer, me desperté con dolor en las costillas. Jin seguía dormida en mi regazo, y su cabeza pesaba sobre mi tórax, presionándome.

Disfruté el sentir su respiración tranquila y regular, mientras permanecía aferrada a mí. Yo, sin embargo, no podía volver a encontrar el sueño.

Los recuerdos comenzaron a invadir mi mente, llevándome de vuelta a un tiempo que ahora parecía infinitamente lejano, los días de normalidad antes que el mundo se desmoronara.

Cerré los ojos y me encontré transportada a mis días en el Medio Oriente. El sol abrasador del desierto estaba en su punto más alto cuando nuestra unidad recibió la alerta de un ataque inminente.

Las instalaciones científicas que estábamos protegiendo eran un hervidero de actividad. La tensión era palpable.

—¡A sus puestos! —grité, organizando rápidamente a mis hombres mientras el sonido de explosiones y disparos se acercaba.

John, uno de mis subalternos más confiables, estaba a mi lado. Su mirada era firme y decidida, pero había un destello de preocupación en sus ojos.

—Sargento Taylor, los tenemos rodeados en el perímetro norte —informó John, mientras ajustaba su rifle.

—Mantén la posición y no dejes que nadie pase —ordené, enfocándome en nuestro plan de defensa.

El primer choque fue brutal. Los terroristas, más numerosos y mejor armados de lo que habíamos anticipado, arremetieron contra nuestras defensas. Los disparos cargaban el aire, llenando el ambiente de polvo y humo.

—¡Cúbreme, voy a lanzar una granada! —gritó John, avanzando hacia una posición más defensiva.

—¡Entendido! —respondí, disparando para mantener a raya a los atacantes mientras John lanzaba la granada.

La explosión que siguió sacudió el suelo, enviando escombros y enemigos volando. Pero no hubo tiempo para celebrar. Más terroristas aparecieron de entre las sombras, disparando sin piedad.

En un descuido, uno de los atacantes se lanzó sobre mí desde un ángulo ciego. Me derribó al suelo, y sentí su cuchillo rasgar mi uniforme.

Luché por liberarme, pero la fuerza del atacante era abrumadora. Justo cuando pensé que todo estaba perdido, un disparo resonó y el terrorista cayó muerto a mi lado.

—¡Levántate, Sargento! —gritó John, extendiendo su mano hacia mí.

Me incorporé rápidamente, con la respiración agitada y el corazón latiendo con fuerza. John me había salvado la vida.

—Gracias, John —dije, mirándolo con gratitud.

—No hay de qué, Sargento. No voy a dejar que nos derroten tan fácilmente —respondió con una sonrisa fugaz, antes de volver al combate.

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