Cap. 8 Tus ojos

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La casa estaba sumida en una oscuridad densa. El sonido de una pelea provenía de la cocina, así que me apresuré hacia la fuente del ruido. Era un hombre que atacaba a Charlotte, la estaba estrangulando sin piedad. Ella yacía debajo de él y no mostraba voluntad alguna para defenderse. Como si fuera un simple animal herido que ha perdido toda esperanza de vida.

Avancé con firmeza, aferrado al mango del hacha. 'Matalo', pensé, una sonrisa de satisfacción curvó mis labios y revelo mis caninos. Pero justo cuando estaba a punto de intervenir, algo me paralizó por completo. El cabello rubio y lizo de Charlotte, ahora era negro y rizado. Su piel, antes pálida, ahora tenía un tono tostado como el café. Su vestido rojo con motas blancas ahora era azul celeste. Y el hombre que la asediaba, aunque diferente, parecía familiar de alguna manera.

La sensación de temblor en mis piernas era asquerosa. Pero fue una débil súplica lo que me golpeó con más fuerza: "¡Alastor, vete!" Era una voz que había permanecido enterrada en mi memoria durante demasiado tiempo.

'Muévete', me ordené mentalmente con desesperación. '¡Maldita sea, haz algo!', mi propia voz interior gritaba en un intento por romper el trance paralizante en el que me encontraba. "¡DEJA DE SER UN MALDITO NIÑO COBARDE, ALASTOR!", fue entonces que resonó la voz del hombre que atacaba a mi madre, como una mezcla de reproche y urgencia que me sacudió hasta lo más profundo de mi ser.

Mi respiración era agitada, y mis ojos se ajustaron rápidamente a la tenue oscuridad que aún prevalecía en la sala, pero no deje de sonreír. Me encontré de pie, habiendo saltado del sofá de manera instintiva, mis manos apretaban el mango del hacha con intensidad. Pronto me di cuenta de que en un movimiento brusco, lancé un golpe al aire, como si tratara de arremeter contra algo o alguien invisible.

"Mierda" susurré frustrado. Sin perder tiempo, me dirigí al fregadero de la cocina y salpiqué erráticamente agua sobre mi rostro, sintiendo cómo las gotas frías recorrían mi piel. Con movimientos precisos, me saqué el saco y sequé mi rostro con el para limpiar las finas gotas que aún escurrían de mi barbilla.

El saco, ahora mojado, solo lo arrojé con desgana sobre el sofá más grande de la sala, junto a mi sombrero y abrigo, pero inmediatamente me detuve y tomé todas mis prendas poniéndolas en el perchero, ante todo la educación. Reparar la ventana fue solo el comienzo del día. Limpie la cocina y arregle la alacena. Aunque el ambiente se llenaba gradualmente de luz, el frío seguía siendo palpable.

Camine por el pasillo y patee ligeramente una bolsa de papel en el suelo. La levanté con cuidado y al inspeccionarla, para mi desagradable sorpresa, me di cuenta de que eran preservativos y unas telas de algodón extrañas. Inmediatamente tuve una idea de quién pudo haber sido la responsable.

"Rosie, tú de verdad..." murmuré indignado, imaginando a aquella dama riendo burlonamente mientras bebía té. Tensé mi sonrisa antes de suspirar con incomodidad. "Eso jamás va a pasar," sentencié mientras guardaba la bolsa. Es molesto que Rosie insinúe algo tan descabellado, aun así, no podía simplemente deshacerme de algo que le había dado a Charlotte, ella debía deshacerse de ese 'regalo' por sí misma.

Después de asegurarme de que todo estuviera en orden, tomé el teléfono de sobremesa que estaba en la cocina al lado de las escaleras. Levanté el auricular y marqué los números en el dial rotatorio. Luego de escuchar un leve clic y el suave zumbido de la línea, una voz masculina respondió tras unos segundos, "Estación principal de Nueva Orleans, ¿quién habla?" La voz del inepto de mi compañero de trabajo resonó al otro lado de la línea.

"Ah, Tom, qué bueno es escuchar que volviste al trabajo. La alegría de verte de nuevo en la estación es comparable a encontrar una mancha de vino en una alfombra blanca," dije de forma irónica, riendo con malicia.

GARDENIAS BLANCAS Y ROJASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora