Capítulo 9. Familia

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Yeimy

Un leve dolor se extendía por la base de mi cráneo, dificultando que pudiera abrir los ojos con normalidad. Me cubrí con la muñeca de la claridad que entraba por la ventana, mientras abría con lentitud mis párpados, intentando acostumbrarme al ambiente. Fruncí el ceño, al no reconocer la habitación en la que me encontraba, ¿dónde estaba? ¿Me habrían secuestrado? Ay no... Volví a cerrar los ojos, intentando recordar qué pasó la noche anterior y cómo fue que llegué a esta habitación, que claramente no era la mía, en el momento justo en que escuché cómo la puerta se entreabría, para darle paso a alguien desconocido. Seguramente sería un abusador, que venía a propasarse conmigo, debía simular que estaba muerta, así no querría hacerme nada. Si, eso, Yeimy, no respirés. Recuerda lo que te enseñó Taina en la cárcel. Dejé caer las manos a ambos lados de mi cuerpo, reteniendo la respiración cuando sentí que la cama se hundía a mi lado, sin embargo, cuando sentí unas leves manos en mi rostro, el aire exhaló de mi cuerpo. Reconocería aquel tacto en cualquier lugar, al igual que el dulce aroma a colonia de bebé, que llegaba hasta mis orificios nasales, demostrándome que el que estaba perturbando mi descanso era mi hijo. Continué en la misma posición, sin moverme ni un solo apéndice, atenta a lo que Mateo haría a continuación, quizás si le demostraba que estaba despierta se inhibiría y se marcharía de acá.

— Ana, ana, cuito lana. — Dijo torpemente, dejando un beso en mi frente, continuando con sus caricias en mis mejillas. Al parecer creía que estaba enferma, porque me estaba dictando aquella famosa frase que se decía cuando los pelados se raspaban las rodillas. Aquello me estrujó el corazón, provocando que unas inmensas ganas de llorar me invadieran, se estaba preocupando por mí, mi hijo se estaba preocupando por mi. — Shhh. — Susurró, acariciando esta vez mi cabello, provocando que varias hebras de éste se enredaran entre sus diminutos dedos.

— Hola. — Lo saludé, descubriendo que estaba despierta, cuando fui incapaz de retener las lágrimas ante este acercamiento. Me incorporé en la cama, agarrando su diminuta mano entre las mías, respirando profundamente para calmarme, no lo quería estresar, y si me veía en este estado, quizás podía malinterpretar mi actuar.

Sin embargo, mis suposiciones se cumplieron, cuando Mateo salió corriendo de la habitación, desapareciendo de mi vista. Suspiré, lamentándome por alejarlo, algo estaba haciendo mal, no conseguía que mi hijo estuviera más de dos minutos a solas conmigo. Me limpié las lágrimas, con el dorso de mi muñeca, recordando los acontecimientos de la noche anterior y por qué estaba en el apartamento de Charly. Iba a levantarme para marcharme a la casa de mi mita, cuando Mateo entró nuevamente a la habitación, seguido por su papá, quien venía agarrado de su mano, casi siendo arrastrado por nuestro hijo.

— Princesa, ¿tuviste una pesadilla? — Me preguntó, sorprendiéndome, no entendía que lo llevó a pensar tal cosa, yo me acababa de despertar y no había hecho ruido alguno que indicara que estaba teniendo un mal sueño. De reojo, observé cómo Mateo asentía, mirándome fijamente con la mirada entristecida. ¡Claro! Por eso se fue corriendo, Mateo creyó que estaba teniendo una pesadilla al verme llorando al despertar. Negué abrumada, mi hijo tenía un corazón de oro, a sus tan solo dos años, era capaz de consolar a una persona, que pese a ser su mamá, no había pasado tiempo con él.. Mi bebé alternó la vista entre su papá y yo, antes de correr hasta la cama, donde se subió torpemente, posicionándose a mi lado.

— No, no, todo bien. — Aseguré, carraspeando para encontrar mi tono de voz, que se había perdido tras los acontecimientos anteriores. Bajé la mirada hacia Mate, quien se recostó sobre mi hombro, buscando calor en esta mañana otoñal. Con una sonrisa enternecida, cubrí parte de mi cuerpo y el de mi hijo con el edredón, observando a Charly, buscando algún tipo de respuesta al comportamiento de nuestro hijo.

Ganándome tú perdónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora