CAPÍTULO 30 AIMNIZ/KANGYUN

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CAPÍTULO 30: EL AVERNO ESTABA EN LA TIERRA.

CAPÍTULO 30: EL AVERNO ESTABA EN LA TIERRA

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REINO EQUUS. ARRIBANDO A LA CIUDAD CAPITAL OCELOTL.

25 MAYO 1326


<<El origen de esta enfermedad no puede ser algo mundano.>>

El mi camino rumbo a Ocelotl, Capital del Reino Equus, al momento de cruzar por sus aldeas y sus pueblos, había visto -—de cerca, pues de lejos el número se quintuplicaba—, ciento noventa y ocho casos de infectados. De esos, ciento treinta habían pedido la misericordia de un cuchillo en sus gargantas, cuarenta y siete fallecieron por su cuenta a los pocos días de enfermar, y los veintiuno restantes estaban moribundos —con ambos pies en la tumba—, cuando marché de sus respectivas aldeas.

—Como puedes dejarlos...

—Necesitan de un curandero...

—Egoísta...

—Mal hombre...

—Dejando a los enfermos a su suerte...

—Los Dioses te castigaran...

Sus palabras eran de esas dichas con rencor, mas no hacían mella en mi semblante, pues eran ellos mismos los que se estaban condenando. Lo que yo podía hacer por aquellos que no estaban dispuestos a recurrir a la brujería, era limitado e insuficiente para arrancar de raíz esa enfermedad. Lo único en mis manos, era reducir su sufrimiento o adelantar el final.

En mis más de quinientos años, había presenciado enfermedades grotescas, y esta era una de esas.

Los infectados sufrían temperaturas que superaban los 41° —lo mismo que ser cocinados vivos—, la pura fiebre era suficiente para darles el golpe final, no obstante, no era el único síntoma, ni el peor. Esa misma fiebre les provocaba unas ampollas del tamaño de nueces que, al tacto, eran dolorosas y de ser abiertas, expulsaban un pus rojizo, con un olor intenso más que capaz de generar arcadas.

A las horas de salir el primer síntoma, comenzaban a escupir sangre oscura, sangre muerta.

Las alucinaciones hacían que los que no habían perdido la cabeza con la fiebre, sí que la perdieran por lo que solo ellos sabían que estaban viendo.

No obstante, esas alucinaciones parecían una bendición cuando las consecuencias de la enfermedad empeoraban. En el proceso entre adquirir la enfermedad y sucumbir a ella, algunos quedaban ciegos, otros quedaban sordos, los más desgraciados experimentaban ambas perdidas.

Con todo esto puesto en la mesa, estaba completamente seguro de que el infectado inicial, o bien no era humano, o, había pescado ese mal mediante métodos poco convencionales.


<<Ojalá esta vez no sea tan irritante.>> Encendí un cigarrillo. <<A la mierda, debí dejar que Magnus me acompañase.>> Exhalé. <<No, que digo. Lo dejé allá precisamente por lo cuestionable de esta enfermedad, no me apetece averiguar con él o Arseni si esta mierda afecta solo a los humanos.>>

A la sombra del cuervoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora