Capítulo 1 - MEDVEDEV

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CAPÍTULO 1: UN POBRE DIABLO VIO UN CUERVO BLANCO

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CAPÍTULO 1: UN POBRE DIABLO VIO UN CUERVO BLANCO.

REINO HIEN, BOSQUE NEGRO.
30 OCTUBRE AÑO 1311.

Rostro Quemado. Sombra Blanca. Mujer Cicatriz. Peste Blanca.

Esos y otros sobrenombres hacían referencia a la misma persona: A mí.

Me habían llamado así durante siglos, hasta que sin tener mi verdadero nombre, tanto humanos como no humanos llegaron a convertirme en un cuento de terror no solo para los niños, una leyenda que murmuraban sin tener idea de que vagaba entre ellos.

Pero los nombres, los rumores, las atrocidades que arrastraba mi sombra, no hacían mella en mi consciencia. Lo que hacía, lo hacía porque quería, porque era mi elección. Yo era yo.

Por aquellas fechas, lo único que me importaba era cumplir mis objetivos, y esa tarde, ohhh... Esa maldita tarde había fallado.

Salí caminando del Bosque Negro, iba arrastrando los pies bajo una tormenta que conseguía revolotear mi ropa y cabello empapados. Mi cuerpo completo temblaba. Me revolvía el estomago eso de desconocer cual había sido mi falla.

Hice todo el ritual con extrema cautela, sin embargo, mi margen de error se desbordó mucho más allá de lo estimado, no tuve, ni de cerca, la oportunidad de contrarrestarlo por completo, la magia se escurrió entre mis manos.

—¿Ahora como callaré a Aimniz? —mascullé.

Desde mi brazo izquierdo, por debajo de mi manga, escurría un hilo de sangre que bajaba a través de mi mano y goteaba de mis nudillos. A mi paso, se secaba la hierba en la que caía mi sangre, encima de eso, hacía marcas sobre la tierra que la lluvia no borraba.

—Que desastre...
Me pesaba el cuerpo.

—Al Averno, no tiene porque saberlo, ni que fuésemos mocosos.

Por sobre el estruendo de la tormenta escuché sollozos, gritos que de alguna manera le ganaban al retumbar de los truenos. Mis labios se tensaron. Si mi memoria no fallaba —cosa sumamente extraña—, a unos cuantos metros de donde estaba parada, pasaba un viejo sendero.

Imaginé que aquellos alaridos eran solo los humanos haciendo de las suyas.

Fuese lo que fuese, no era mi problema.

Suficiente tenía con mis propios asuntos.

Retomé la caminata, tras pocos pasos, mi cuerpo se paró en seco. Me había llegado el aroma de una maldición, una con la esencia suficiente para hacer escocer mi nariz, para que vibrara el aire a mi alrededor.

Lo pensé.

Aquel seguía sin ser mi problema, no obstante, ya no parecía obra humana, por lo menos no la parte del problema que me interesaba.

Y... Hacía tanto que no sentía una maldición más agresiva que una tormenta... Ya ni siquiera recordaba la última vez.

Alcé la cabeza, miré el cielo, lo poco que se veía entre las espesas copas de los árboles, el clima era horrible, como casi cada día en ese mísero reino.

A la sombra del cuervoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora