01. Quítame la marca.

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Jeongin trata de alargar las horas en la tienda de convivencia. Limpia cada rincón del lugar, se asegura al menos unas cinco veces que las golosinas estén ordenadas por color y la mercadería no esté vencida, pero termina por hacerse tarde, el cielo se oscurece y su último autobús está por pasar.

Es casi medianoche, está demasiado oscuro y el vecindario es peligroso para quedarse vagando por las calles, por lo que toma sus cosas y cierra, caminando hasta la parada donde tiene que correr un poco para alcanzar el colectivo.

Se sienta en su lugar habitual, un poco agitado. No hay nadie a esa hora que tome su micro, a veces hay dos o tres personas más, pero ese día sólo es él. Saca su celular de la mochila para conectar los auriculares y escuchar algo de música, evitando dormirse ahí, sin embargo, ve la fecha y el enojo florece en su pecho, confirmando su sospecha.

22 de marzo. Probablemente él iría a visitarlo, eso le había dicho cuando le informó que estaría de viaje, que volvería pronto, que no se preocupará. Jeongin sólo le cerró la puerta en la cara, deseando que se perdiera en alguna calle de París y no volviera a Corea, pero sabe que es mucho pedir y nunca ha tenido tanta suerte en su vida o nada de lo que quiere.

Le frunce el ceño a su estómago abultado, casi oculto entre las capas de ropa que lleva. Está más notorio de lo que debería para tener unos pocos meses, Jeongin no sabe si va a ser un bebé grande o sólo es su estómago, pero se siente más pesado y cansado. Apenas puede caminar dos pasos sin sentir que le falta el aire.

Suspira, mirando las calles iluminadas por farolas en la ventanilla del autobús. Trata de recordar cuándo es su próximo día libre, últimamente le cuesta levantarse temprano, se siente exhausto y sólo quiere dormir hasta tarde, pensar en que tiene que atender a borrachos pesados, señoras gruñonas del vecindario y adolescentes que buscan comprar cigarrillos a escondida de sus padres le hacen cuestionarse su vida.

Podría renunciar y vivir del dinero en la tarjeta de crédito que guarda en el fondo de su mesita de noche, pero no quiere hacerlo, es demasiado orgulloso y todavía puede seguir trabajando.

Se baja a una cuadra del edificio de departamentos, camina con pesadez y lentitud, guardando su celular. Se percata el auto lujoso que está estacionado en el mismo lugar de siempre, piensa en tomar una piedra y romperle un vidrio como hace un mes, pero eso implicaría tener que buscar una buena piedra y no tiene la energía necesaria para ocuparla en algo que no le cuesta ni una décima parte de su sueldo.

A él le da igual todo lo que rompa, siempre puede comprar más.

A veces desearía que le rompieran el auto, que los delincuentes del vecindario le roben todo, pero no está ni media hora para que eso suceda y por más que quisiera tener el gusto de saber que se fue caminando hasta su casa no va a pasar. Él sólo llamaría a alguien, lo irían a buscar en un parpadeo y Jeongin tendría que soportarlo por más tiempo sólo para que alguno se le ocurra destrozar su vehículo.

La realidad es que vive en un lugar de mierda, el asfalto de la calle está roto y la vereda llena de basura, el alumbrado ni siquiera funciona en algunas partes y le han intentado robar un par de veces, causándole un susto de muerte, pero lo dejan tranquilo al ver que no tiene nada más que algunos billetes arrugados y su celular destartalado, desde que su vientre se ha empezado a notar lo miran una sola vez para seguir de largo. Su edificio está cayéndose a pedazos, los ladrillos de la fachada están pudriéndose por la humedad y el guardia de seguridad deja pasar a cualquiera sin preguntar su nombre.

Cuando se adentra al lugar, el hombre lo mira con lástima después de devolverle el saludo, viéndose nervioso al hablar. El omega ya sabe lo que sucede y se queda a escuchar lo que tiene para decir.

Vanilla | hyunin (omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora