Axel entregó su placa, pistola y las llaves del auto, despidiéndose del teniente. Adam hizo lo mismo, entregando sus credenciales y arma. Luego, caminaron hacia afuera para subirse al taxi. El taxista arrancó y se dirigió al sitio acordado con El Culebra. Durante el trayecto, un silencio abrumador los envolvía.
—Señor, taxista —habló Adam.
—Dígame.
—¿Cómo le va en el taxi? Se lo pregunto porque mi hermano Memo es taxista y siempre se queja de que no gana suficiente, que nunca tiene dinero, su mujer lo maltrata, lo echa de casa, luego lo recoge... y así sucesivamente —contó Adam—. ¿No le pasa lo mismo a usted? —preguntó.
—Soy el sargento Luzardo y pertenezco a la UTS —respondió el taxista.
—Ah, disculpe, mi sargento. Pensé que era taxista por cómo está vestido, con el gorro de abuelo y ese parche en el ojo —dijo Adam, apenado.
—Cállate ya, Adam —le indicó Axel.
—Es que estoy nervioso y me da por hablar, Axel —contestó Adam.
—El ojo lo perdí porque me dieron varios disparos en la cara, estando infiltrado hace 10 años en una pandilla de criminales y me descubrieron. Gracias al Grupo Tarea del momento, logré salir de ahí y me salvaron —contó el sargento Luzardo.
—Ahora sí me voy a cagar, Axel —dijo Adam con temor.
—Deja de estar preguntando —manifestó Axel.
—Agentes, ahí está El Culebra. Deben actuar como si lo conocieran, recuerden que él los recomendó. Así que buena suerte y espero que regresen con vida —indicó el sargento Luzardo, riendo.
—Compañeros como este para qué enemigos —susurró Adam al bajarse del taxi.
Axel y Adam fueron abordados por El Culebra y El Mugre, quienes los empujaron hacia una camioneta para revisarlos.
—Disculpen, pero aunque sean mis amigos, debo revisarlos —manifestó El Culebra—. Les vamos a tapar las caras para llevarlos ante el jefe.
El Culebra y El Mugre amarraron y les taparon las caras a Axel y a Adam. Luego, tomaron un camino de arena, recorriendo aproximadamente unos treinta kilómetros. Al llegar, los bajaron y los llevaron ante la presencia de El J.J.
—¿Por qué los tienen amarrados de esa forma? —preguntó El J.J.—. Quítenles todo eso. Si van a trabajar para mí desde este momento, tienen 100 puntos conmigo. ¿Entendido?
—Sí, mi teniente —dijo Adam.
—¿Cómo dijiste? —preguntó El J.J. apuntándole con su arma.
—Patrón, discúlpelo, es que este tonto hace poco que terminó el servicio militar y le quedó eso de hablar así —explicó Axel.
—Entiendo, a mí también me pasó lo mismo cuando estaba en el ejército y después salí —dijo El J.J. riendo—. Pasemos al bar y demos la bienvenida a... ¿cómo se llaman ustedes?
—Yo me llamo José Rondón y me apodan El Puma —respondió Axel.
—Te llamáis José como yo, y tienes el apellido de mi abuelita, que en paz descanse —dijo El J.J., persignándose al recordar a su abuelita—. Eres mi tocayo, venga, un abrazo —El J.J. abrazó a Axel con alegría—. Y vos, gordo, ¿cómo te llamáis? —preguntó señalando con un dedo a Adam.
—Yo me llamo Javier Briñez y mi apodo es El Panda —contestó Adam.
—Me gustan esos apodos, y más el del gordo, ja, ja, ja. Me agradan estos tipos —le dijo a El Mugre y a El Culebra—. Pasemos al bar y traigan a las mujeres —ordenó El J.J.
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DOS FALSOS POLICIAS
HumorEn las peligrosas calles de San Francisco, dos jóvenes amigos, Axel y Adam, se encuentran atrapados en el oscuro mundo de la adicción a las drogas. A sus 20 años, trabajan como ayudantes de albañilería, lidiando con la monotonía de la pobreza y el c...