CHAPTER IX

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COSETTE

     —¿Cómo? —miro a Mattia con el ceño fruncido.

—Son órdenes de arriba, Cosette —dice, mientras hunde los hombros en forma de abatimiento.

—Pero es que no entiendo por qué tengo que hacer eso —replico—. Se supone que estoy contratada para Ferrari, para cubrir a ambos, no solo a uno.

—Y lo estás —dice—. Pero al parecer piensan que es buena idea que sigas durante un tiempo a uno y después a otro.

—¿Y no han pensado que yo también tengo una vida?

Mattia junta sus manos frente a su nariz y me mira fijamente. El ingeniero jefe deja escapar un suspiro.

—Si entiendo tu punto, Cosette —dice—. Pero son ordenes de arriba —repite.

Merde —maldigo en francés.

Mattia se coloca las gafas con un dedo para después dejar escapar un suspiro. Se echa hacia atrás en la silla y se cruza de brazos mientras me mira fijamente.

—Lo siento, Cosette —se disculpa—. Pero son ordenes de arriba y no deja de ser trabajo. Sería solo hacer una especie de videoblog.

Chasqueo con la lengua y miro al ingeniero jefe de Ferrari.

—No sé —suspiro—. No va a ser solo un videoblog, lo sé y lo sabes tu.

—Ferrari ha declarado que quieren algo más intimo de los pilotos y hay que aprovechar que Charles va a irse esta semana a Montecarlo —dice—. Carlos se va a ir a ver a Layla y aun no podemos grabar nada de él, quieren empezar con Charles.

—Sinceramente, habría preferido que fuese Carlos.

Mattia me mira alzando una ceja y después se vuelve a colocar las gafas con un dedo.

—Entiendo que te lleves mejor con Carlos que con Charles, pero es trabajo —repite.

Me pellizco el puente de la nariz mientras dejo escapar un suspiro.

—Vale, está bien —acepto—. Está bien —alzo ambas manos—. Haré la puñetera maleta y me iré con el niñato pijo.

Una pequeña sonrisa se forma en el rostro de Binotto al escuchar el apodo que le he puesto al monegasco, pero termina asintiendo con la cabeza.

—Espero que esto esté bien remunerado —señalo antes de ponerme en pie.

—Se te pagará un poco más al tener que desplazarte —dice.

Asiento con la cabeza. Salgo de la oficina y cuando cierro la puerta a mi espalda dejo escapar un par de maldiciones en mi idioma natal. En ese momento, el niño pijo aparece. Me mira unos segundos antes de apoyarse en la pared de cristal rojo y cruzarse de brazos. El monegasco me mira con una expresión chulesca mientras cruza un pie sobre el otro.

—Por la expresión que tienes —señala mi rostro con un dedo—. Veo que ya te han contado que tienes que venir conmigo.

—No me toques los cojones, niño pijo —digo—. Tengo las mismas ganas que tu en hacer esa mierda.

—Son ordenes de arriba —dice, con una sonrisa chulesca.

—Solo lo hago por eso.

—Créeme, mon amour —dice—. Yo tampoco quiero tenerte cerca.

Esta vez, la que adopta una sonrisa chulesca soy yo.

—No recuerdo lo mismo cuando me seguías por las mesas de aquel restaurante.

𝚂𝙷𝙾𝙶𝙰𝙽𝙰𝙸 | 𝙲𝙷𝙰𝚁𝙻𝙴𝚂 𝙻𝙴𝙲𝙻𝙴𝚁𝙲Donde viven las historias. Descúbrelo ahora