Reencuentro con mi Propia Fuerza

109 6 0
                                    

Lo miré fijamente, sintiendo una mezcla de frustración y vulnerabilidad, y le pregunté:

-Andrés, ¿a tus ojos soy una mujer débil? No entiendo por qué el señor Gunther siempre me ataca. Es como si mi trabajo nunca fuera suficiente para él.

Andrés me respondió con una ternura reconfortante, pero con una seguridad que atravesaba cualquier duda:

-Nat, no eres débil, eres fuerte, y tal vez por eso te trata diferente -dijo, tomando mi mano con una calidez que sentí hasta el alma.

En ese momento, una vez más, me inundó el hermoso sentimiento que Andrés siempre despertaba en mí. La calidez de su toque, la firmeza de sus palabras, todo me hacía sentir valorada y comprendida.

-Andrés, eres mi ancla -susurré, acariciando su mano y perdiéndome en esos ojos profundos que me desarmaban, haciéndome sentir en un lugar seguro y amado.

-¡Empecemos por aquí, hermosa! -respondió Andrés con una sonrisa que iluminaba toda la sala. Así, pasamos toda la tarde y parte de la noche trabajando en ese extenso proyecto. Entre risas, hojas y más hojas, el cansancio no tenía lugar. Disfrutaba inmensamente mi trabajo, pero aún más la compañía de Andrés. Nuestras miradas cómplices y los roces accidentales llenos de ternura eran el lenguaje silencioso del amor que brotaba entre nosotros.

De repente, me di cuenta de la hora.

-¡11:05 de la noche! Es tardísimo -exclamé, sorprendida.

-Vamos, te llevaré a casa -respondió Andrés con una dulzura que derritió cualquier rastro de preocupación.

Cerramos la oficina con llave y nos dirigimos hacia mi casa. El cansancio empezó a apoderarse de mí. Me quité los zapatos, solté mi cabello y desabroché mi falda, relajándome en la silla del copiloto. Estar al lado de Andrés me hacía sentir completamente yo, sin máscaras ni defensas.

Mientras él conducía, yo observaba su perfil, deleitándome con su serenidad. Por momentos cruzábamos miradas y, finalmente, lo último que vi antes de quedarme dormida fue su sonrisa, esa que siempre lograba desarmarme por completo.

No supe en qué momento llegamos a casa ni cómo llegué a mi cama; quedé tan rendida que desperté bruscamente al sentir un fuerte sonido en la cocina.

-¡Carajo, tenía que romperlo! -exclamó Damián, su voz impregnada de frustración y enojo.

Me incorporé lentamente, aún aturdida por el sueño y la sorpresa.

-¿Qué te pasó? -pregunté, tratando de despejar la niebla de mi mente.

-¡Hazme desayuno, que ya es tarde! -respondió con un tono imperativo y grosero, mirándome de pies a cabeza con desprecio-. Pareces desquiciada, arréglate, que así espantas a cualquiera.

Sentí una ola de indignación y rabia ante su actitud. Respiré hondo, tratando de contener mi enojo.

-¿Y qué te apetece desayunar, Damián? -le pregunté con una seriedad que rozaba el sarcasmo, mi voz llena de una calma forzada.

-Lo que sea. Me avisas para venir a comerlo, porque tú le quitas el hambre a cualquiera con ese aspecto -dijo, dándome la espalda y caminando hacia el despacho con un desdén que encendió aún más mi ira.

-Damián, ¿te parece una tortilla con pan? -pregunté, mi voz goteando sarcasmo. Vi cómo se detenía y giraba lentamente, la confusión nublando su mirada.

-Lo siento, Damián, pero te va a tocar preparar tu propio desayuno. Ah, y te aviso que en estos días se va a comunicar contigo mi abogado, cariño -añadí con una sonrisa triunfal, disfrutando de la sorpresa en su rostro.

-¿Qué rayos estás diciendo? ¿Crees que al divorciarte de mí vas a encontrar a otro hombre? Mírate, estás gorda, ya no eres joven y lo peor, cada día más patética -dijo, retomando su camino hacia el despacho, su voz llena de veneno.

-¡Claro, Damián, lo que tú digas! -respondí con un tono irónico, casi burlón, mientras me dirigía de nuevo a mi cuarto.

Me miré en el espejo. Mi cabello desarreglado, mi cara desmaquillada, y con la ropa del día anterior. Pero en lugar de sentirme abatida, me vi hermosa. Mi reflejo me devolvía una imagen de fortaleza y belleza natural. No me vi gorda; al contrario, apreciaba mis curvas. Con una sonrisa satisfecha, me metí a la ducha, puse música y empecé a cantar y bailar. Sentía una vitalidad y alegría renovadas, como si cada gota de agua se llevara las palabras venenosas de Damián.

Salí del baño envuelta en mi toalla, mi cabello aún húmedo. Abrazando mi celular, sonreí al recordar a Andrés. Decidí escribirle.

-¡Buenos días, Andrés!

-¡Buenos días, hermosa! ¿Hace mucho te levantaste?

-No, no hace mucho. Oye, amanecí desmaquillada y no sé cómo llegué a mi cama.

-Nat, cuando llegamos tú seguías dormida, así que te cargué. Toqué el timbre, pero nadie abrió, así que entré y te desmaquillé antes de dormir.

-Aaaah, ya veo. ¡O sea que eres experto desmaquillando mujeres!

-No tanto, seis tutoriales en YouTube fueron de gran ayuda -escribió en tono jocoso.

-¡Gracias, Andrés! Prometo devolverte el favor.

-¡Que sea en besos!

Me reí, sorprendida y conmovida por la dedicación de Andrés. ¿Vio tutoriales de maquillaje para desmaquillarme? Esto es otro nivel. Aún envuelta en la toalla, abrazaba mi celular mientras procesaba ese hermoso gesto. Entonces, la puerta se abrió de golpe, interrumpiendo mi paz.

-¿Realmente te quieres divorciar? -preguntó Damián, su rostro torcido por la ira.

Me volví lentamente, fijando mis ojos en los suyos con una firmeza que nunca antes había mostrado.

-Te prohíbo entrar a mi cuarto sin antes tocar la puerta. Y como ves, aún no me he vestido. Sal de mi habitación ahora mismo -dije con voz firme y segura, cada palabra cargada de una determinación inquebrantable. Mantuve el contacto visual, dejando claro que ya no estaba dispuesta a soportar más sus abusos.

Damián titubeó, sorprendido por mi cambio de actitud. Finalmente, retrocedió y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí con un portazo.

Me quedé unos momentos en silencio, sintiendo la liberación y la fuerza que fluían en mí. Este era el primer paso hacia una nueva vida, una en la que ya no permitiría que nadie me hiciera sentir menos de lo que realmente soy.

Espejismo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora