El Deseo Y La Razón

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El exterior del club no era más que una fachada simple, una puerta de garaje aparentemente sin uso, escondida entre calles oscuras y silenciosas. Nadie imaginaría lo que se ocultaba detrás de esa entrada anodina. Pero cuando Gunther empujó la puerta y me guió hacia el interior, sentí como si hubiera cruzado un umbral hacia otro mundo.

El interior era una mezcla embriagadora de lujo y misterio. El mármol negro pulido del suelo reflejaba luces suaves que provenían de lámparas ocultas, mientras que las paredes estaban cubiertas con terciopelo rojo oscuro, otorgando una atmósfera casi teatral. Las cortinas de terciopelo pesado colgaban en las esquinas, apenas ocultando las siluetas de figuras que se movían con una gracia casi etérea.

Nos dirigimos a la barra, un elegante mostrador de ónix que irradiaba un brillo seductor. Mientras caminábamos, mis ojos se paseaban hipnotizados por el interior del club. Todo parecía un ensueño, una fantasía cuidadosamente construida para evocar deseo y curiosidad. Mi respiración se entrecortaba al ver a las parejas que deambulaban por el lugar, luciendo atuendos atrevidos, similares al mío, y sentí una extraña sensación de pertenencia, como si finalmente hubiera encontrado un lugar donde encajaba a la perfección.

"—Esta es la entrada," murmuró Gunther, su voz era un susurro en mi oído, "Vamos a tomar algo para relajarnos, y luego te voy a mostrar lo que es realmente divertido."

Asentí con la cabeza, intentando calmar la oleada de adrenalina que recorría mi cuerpo. Mientras esperaba nuestra bebida, mis ojos se posaron en una escena al otro lado del salón. Una mujer, vestida con encaje negro y con un collar de cuero que me resultaba vagamente familiar, estaba arrodillada sobre un cojín de terciopelo, con una correa sujeta por un hombre de aspecto imponente. Él acariciaba su rostro con ternura, y aunque la imagen podría haber sido perturbadora, había algo en la expresión de la mujer que me desconcertó: se veía feliz, casi en éxtasis.

Cuando nos entregaron las bebidas, Gunther me tomó de la mano y me guió hacia una de las salas laterales. La iluminación era aún más tenue, proyectando sombras suaves que bailaban en las paredes, dándole al lugar un toque de misterio irresistible. Cada paso que daba sentía cómo mi pulso se aceleraba; el entorno me envolvía, y había algo en esa oscuridad que despertaba todos mis sentidos.

"—¿Quieres hacerme alguna pregunta?" Gunther rompió el silencio, notando mi asombro y curiosidad mientras observaba todo a mi alrededor.

"—¿Tu novia sabe que te gusta venir aquí?" pregunté con algo de inocencia, aunque sabía que mi pregunta podría parecer fuera de lugar.

Gunther soltó una carcajada suave, que resonó en la sala como un murmullo oscuro. "—Te ves tan tierna cuando pasas por inocente," dijo, acercándose a mí, su voz ronca y profunda, "Pero no tengo novia. De hecho, vengo aquí para explorar un poco mis necesidades. Hasta que no encuentre lo que estoy buscando, no me comprometo."

Sus palabras, acompañadas del roce sutil de su nariz con la mía, me hicieron sentir un calor abrasador recorrer mis muslos, un deseo punzante que me hacía querer besarlo allí mismo. Pero justo cuando iba a hacerlo, él se retiró ligeramente, como si supiera exactamente cómo mantenerme en ese estado de anhelo.

"—¿Quieres aprender, Natalia, cómo es aquí?" Su voz, un susurro apenas audible, era una invitación y una tentación.

Asentí, incapaz de confiar en mi voz en ese momento. El brillo en sus ojos se intensificó, y aunque trataba de mantener su compostura habitual, podía ver cuán atraído estaba hacia mí. Se levantó de su asiento y se arrodilló frente a mí, sus manos firmes descansando sobre mis rodillas.

"—Abre las piernas," ordenó suavemente, su voz cargada de una autoridad que me hizo estremecer. "Si en algún momento te sientes incómoda o quieres parar, dímelo."

Mis manos temblaban ligeramente mientras obedecía, abriendo lentamente mis piernas, permitiéndole posicionarse entre ellas. Sus manos comenzaron a acariciar mis muslos, la presión era firme, segura, mientras él inhalaba cerca de mi cuello, su respiración cálida y constante enviando escalofríos por mi espina dorsal. Podía sentir la humedad formándose en mí, la anticipación creciendo con cada segundo que pasaba.

Lentamente, coloqué mis manos sobre sus hombros, sintiendo los músculos tensos bajo la tela de su camisa. Cuando él se apartó ligeramente y clavó su mirada en la mía, vi algo que nunca había notado antes: un deseo crudo y suplicante, una codicia que no se molestaba en ocultar.

"—¿Quieres seguir?" preguntó, sus ojos oscuros reflejando una intensidad que me atrapó.

Yo lo deseaba, quería que siguiera, pero la realidad me golpeó de repente. Él era mi jefe, y cruzar esa línea podría complicar mucho más que mi vida profesional. Bajé la cabeza, luchando contra el deseo abrumador, y en un susurro casi inaudible, le pedí que se detuviera.

Gunther se detuvo de inmediato, su rostro adoptando una expresión de comprensión mezclada con algo de frustración.
-- OK murmuró, apartándose con cuidado, respetando mis límites, pero dejando claro que esto no terminaba aquí.

Y mientras me alejaba, aún con el corazón latiendo desbocado, supe que esa noche sería una que no podría olvidar, sin importar cuántas veces tratara de hacerlo.

Me tomó de la mano con firmeza, y su contacto cálido contrastaba con la frialdad del ambiente. Me invitó a ver un espectáculo que, según él, era imprescindible. Nos adentramos en una sala donde la iluminación tenue creaba un ambiente casi onírico. El murmullo de las personas alrededor se mezclaba con una música suave y envolvente. Mis ojos fueron atraídos hacia una mujer en el centro de la habitación, donde varias personas observaban en silencio, con expresiones que oscilaban entre el asombro y la excitación.

La mujer estaba vestida con un corsé de encaje negro, que realzaba cada curva de su cuerpo de una manera que era a la vez provocativa y delicada. Sus piernas estaban cubiertas por medias de red que terminaban en ligas ajustadas, y en su cuello lucía un collar de cuero con incrustaciones de metal, lo que añadía un toque de sumisión a su apariencia. Mientras la ataban a una cama de sábanas satinadas, su respiración se volvía más profunda, como si cada nudo que se cerraba sobre su piel aumentara su excitación.

―¿No les importa que todos los vean? ―le pregunté, intentando ocultar la mezcla de curiosidad y confusión que me embargaba.

―Para algunas personas, ser observadas es parte del placer. ―me respondió él, sus palabras acariciando el aire con un tono de entendimiento―. Pero también hay habitaciones privadas para quienes prefieren explorar en secreto.

Observé a la mujer, sus labios entreabiertos, su cuerpo entregado a la experiencia. Cada vez que uno de los nudos se ajustaba, sus músculos se tensaban, y un suave gemido escapaba de su boca. Mi mente estaba en conflicto; la intriga luchaba contra el desconcierto, y me sentía abrumada.

―Creo que esto es mucho por asimilar ―admití, mientras intentaba apartar la mirada del espectáculo que, a pesar de todo, mantenía mi atención.

Él se giró hacia mí, sus ojos oscuros brillaban con una intensidad que me hizo temblar.

―¿Quieres que nos vayamos? ―me ofreció, pero su tono sugería que no era lo que deseaba realmente―. Estoy a punto de dar mi propio espectáculo con la mujer que acabas de ver siendo atada.

El pensamiento de verlo en esa misma situación, bajo la mirada de todos los presentes, despertó algo en mí, una mezcla de deseo y rechazo. Todo esto me intrigaba, pero la idea de presenciarlo... de verlo así... era demasiado.

―Todo esto me intriga, pero no estoy segura de querer verte haciendo un espectáculo ―le respondí, mi voz temblando ligeramente, mientras daba un paso atrás.

Sin esperar su respuesta, me giré y me dirigí a la salida. Mis pasos resonaban en mi cabeza, cada uno alejándome de ese mundo que me resultaba tan ajeno y, al mismo tiempo, tan seductor. No me detuve para ver si me seguía; no podía permitir que la duda me detuviera. Una vez en la calle, el frío de la noche me envolvió de inmediato, como un balde de agua helada. Fue entonces cuando sentí un abrigo cálido que se posaba sobre mis hombros, cubriéndome por completo. Mi mente todavía giraba en torno a lo que había visto, y el calor del abrigo era un alivio temporal en medio de el caos de emociones que me invadía.

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