Atracción Peligrosa

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—¡Señor Gunther! Ya están todos los documentos y la cotización. Solo necesito su firma, le dije con la voz lo más firme que pude, mientras depositaba los papeles cuidadosamente sobre su escritorio.

Estaba nerviosa, como siempre que me tocaba estar a solas con él. Gunther, sentado tras ese imponente escritorio de madera oscura, irradiaba la misma confianza y autoridad que siempre me desarmaban. La luz del atardecer se filtraba por las enormes ventanas, bañando la sala en un cálido resplandor dorado que parecía magnificar su presencia. Su aroma, una mezcla de cuero y algo amaderado, llenaba el aire, envolviéndome en una nube de sensaciones que me desconcertaban.

"—¡Espéralos para que te los lleves!" contestó, su voz profunda y ronca resonando en la sala como si fuera la única fuente de sonido.

Lo dijo con tanta naturalidad, sin siquiera levantar la vista, y yo me quedé ahí, observándolo mientras firmaba los documentos sin revisarlos. Mi asombro debió haberse notado, porque ni siquiera se tomó el tiempo de hojear las páginas. Simplemente tomó la pluma, firmó y me devolvió todo en cuestión de segundos. No pude evitar sentirme un poco ofendida, pero también halagada.

"—¿Solo los va a firmar así, sin revisar?" le pregunté, intentando que mi tono sonara neutral, aunque por dentro me consumía la curiosidad.

Él levantó la vista, y por un instante, sus ojos se encontraron con los míos. Esos ojos, fríos y calculadores, parecían examinarme, aunque lo que dijo a continuación me tomó completamente por sorpresa.

"—Confío en ti, Natalia." Sus palabras vinieron acompañadas de una sonrisa apenas perceptible, una que hizo que mi corazón diera un salto. "Además, quiero que me acompañes a ver una galería. Estoy considerando invertir ahí y quiero tu opinión."

Asentí automáticamente, casi sin pensar. "¡Sí, jefe!" respondí, intentando mantener mi voz firme, aunque por dentro sentía un montón de emociones.

Mientras salía de su oficina, el calor comenzó a subir por mi rostro. Era ridículo, pero no podía evitarlo. La manera en que Gunther manejaba todo, con esa mezcla de seguridad y desinterés, siempre me dejaba descolocada. Me repetía a mí misma que debía mantenerme profesional, pero era difícil cuando su presencia llenaba cada rincón de mi mente.

Pero entonces, cuando mis pensamientos comenzaban a divagar hacia territorios peligrosos, vi el escritorio de Andrés. Vacío. Un sentimiento de nostalgia me invadió al instante. ¿Dónde estarías, Andrés? pensé, con una punzada de tristeza en el pecho.

Antes de que pudiera profundizar en esos pensamientos, la voz de Gunther me sacó de mi ensimismamiento.

"—Natalia, necesito que recojas mi maletín y me esperes afuera de la empresa al terminar la jornada. Yo tengo que ocuparme de otros asuntos." Lo dijo como siempre, de manera firme, sin dejar espacio para preguntas.

Lo vi marcharse con esa seguridad tan característica de él, y me quedé unos segundos más en la puerta, intentando procesar todo. ¿Qué estaba pasando conmigo? ¿Cómo era posible que me sintiera así, dividida entre dos hombres tan diferentes?

Al final del día, fui a la oficina de Gunther para recoger su maletín. El lugar estaba en silencio, con la luz tenue de las lámparas creando sombras alargadas en las paredes. Mientras buscaba el maletín, algo llamó mi atención: un cajón ligeramente entreabierto en su escritorio. Algo dentro de mí me dijo que no debía mirar, que era una invasión de su privacidad, pero la curiosidad fue más fuerte.

Abrí el cajón, solo un poco más, y lo que vi me dejó paralizada. Un collar de cuero negro, unas esposas, un látigo y una tarjeta de invitación a lo que parecía ser un evento privado. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, y un millón de pensamientos cruzaron mi mente en un segundo. ¿Qué significa esto? me pregunté, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda.

No pude evitarlo, mi mente comenzó a imaginar escenarios... escenarios en los que yo era la protagonista. Una mezcla de vergüenza y excitación me invadió al instante. Sentí cómo mi cuerpo reaccionaba de manera traicionera, un calor subiendo desde mi abdomen, endureciendo mis pezones y creando una humedad incómoda entre mis piernas. ¿Qué estoy pensando? me reprendí a mí misma, cerrando rápidamente el cajón y apartándome del escritorio como si hubiera tocado algo prohibido.

Con el maletín en la mano, y mi rostro seguramente encendido, salí apresuradamente de la oficina. Necesitaba aire. Necesitaba calmarme. Fui al baño y, frente al espejo, vi mi reflejo: mis mejillas enrojecidas, mis ojos brillando con una mezcla de confusión y deseo. Me eché agua en la cara, intentando recuperar la compostura.

"¡Dios!" murmuré, casi en un susurro, sintiendo que las palabras apenas podían salir de mi boca. "Creo que necesito tener sexo para poder despejar mi mente y calmar estas hormonas."

El pensamiento de Andrés volvió a mi mente. Nunca habíamos llegado tan lejos en nuestra relación, y ahora que él no estaba, sentía su ausencia más que nunca. Damián... hacía tanto tiempo que no me tocaba que apenas recordaba cómo se sentía su contacto.

El chófer de Gunther ya me esperaba cuando salí del baño. Durante el trayecto a la galería, intenté concentrarme en lo que se suponía que debía hacer, pero las imágenes de lo que había visto en el cajón seguían apareciendo en mi mente, como un recordatorio constante de lo que ahora sabía.

Cuando llegamos a la galería, lo primero que vi fue a Gunther hablando con una mujer rubia, delgada y muy atractiva. ¿Era otra de sus conquistas? La manera en que ella lo miraba, con esa sonrisa coqueta, me hizo sentir una punzada de celos que no esperaba.

--"Te presento a Natalia," dijo Gunther, señalándome. "Ella estará a cargo de mi inversión."

--"Soy Dalia," respondió la mujer, con una sonrisa que no llegó a sus ojos cuando me miró. Luego, volvió a enfocarse en Gunther. "Permíteme darte una pequeña excursión por la galería."

--"Vamos, Natalia," dijo Gunther, ignorando el evidente coqueteo de Dalia, lo cual me hizo sentir un extraño alivio.

Mientras caminábamos por la galería, vi un cuadro que me atrapó de inmediato. Era como si la pintura reflejara mi propia vida, dividida entre dos fuerzas opuestas que tiraban de mí en direcciones contrarias. Me detuve, incapaz de apartar la vista, sintiendo cómo mi estómago se anudaba con la intensidad de la identificación.

--"¡Natalia!" la voz de Gunther me sacó de mi ensoñación, y me apresuré a seguirlo.

Llegamos a una sala más privada, donde una figura familiar me dejó sin aliento.

--"Gunther, te presento al artista misterioso de quien tanto te hablé," dijo Dalia, con un tono que dejaba ver su admiración.

--"¡Andrés, qué gusto verte!" exclamó Gunther, con una sonrisa.

Me giré rápidamente al escuchar ese nombre, y al ver a Andrés allí, de pie, todo el aire pareció escapar de mis pulmones. Sentí que mis piernas temblaban y que mi corazón latía con tanta fuerza que me dolía el pecho. ¿Qué hacía él aquí?

--"Señor Gunther, espero que podamos aliarnos pronto," dijo Andrés, mirándome directamente a los ojos. Su sorpresa era evidente, y por un instante, todo lo demás desapareció. Solo estábamos él y yo, en una habitación que de repente se sentía demasiado pequeña.

--"Natalia, no pensé que vinieras," dijo Andrés, su voz llena de una mezcla de sorpresa y culpa.

--"¡Qué bueno que se conozcan!" intervino Dalia, sin notar la tensión en el aire.

--"Natalia tiene un gusto extraordinario por las artes, así que he decidido promoverla a esta área," añadió Gunther, como si todo fuera parte de un plan que solo él conocía.

Ellos siguieron hablando, pero yo caminaba un poco detrás, mi mente un torbellino. Tenía tantas preguntas, tantas dudas, pero no sabía si quería escuchar las respuestas. Si Andrés no quiso contarme antes, tal vez es mejor no saberlo ahora, pensé, intentando mantener la calma mientras el caos reinaba dentro de mí.

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