La Fuerza del Sentimiento

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Ese pequeño gesto, tan simple y tan lleno de cariño, hizo que mi corazón latiera más rápido. En medio de la incertidumbre, ese acto de ternura me recordó que, aunque el camino fuera difícil, no estaba completamente sola. Había alguien que, al menos en ese momento, estaba dispuesto a cuidar de mí y a caminar a mi lado.


-¡Ya no se ven parejas que se amen y cuiden el uno del otro! nos sorprendió el taxista con su comentario.

-Tiene razón, el amor es tan caro que casi nadie está dispuesto a pagar el precio, respondió Andrés, con una seriedad que hizo eco en el coche.

Yo solo cerré los ojos otra vez y quise esconderme entre mis hombros. No quise opinar al respecto, pero tampoco quise sacarlo de ese malentendido. Sentía una mezcla de vergüenza y una especie de dulce confusión. La intensidad del momento anterior aún resonaba en mi interior, y preferí dejar que el taxista pensara lo que quisiera.

Al llegar al aeropuerto, Andrés se encargó de los boletos y de todo lo demás con su habitual eficiencia. Yo estaba sentada esperando, observando cómo se movía con determinación y cuidado. Había algo reconfortante en su presencia, en la manera en que tomaba el control de las situaciones.

Mientras lo veía lidiar con los trámites, me sentí agradecida y un poco abrumada. Andrés no solo era mi protector en este viaje; en muchos sentidos, también era mi refugio. Mis pensamientos volvían a la escena de aquel encuentro en la habitación donde por poco nos besamos, y una cálida oleada de emociones me invadió.

"¿Qué significaba realmente ese beso?", me preguntaba, mientras intentaba ordenar mis sentimientos. Una parte de mí sabía que estábamos a punto de cruzar la línea, pero no estaba segura de lo que eso implicaría para nosotros.

-¡Hola! ¿Le molesta si me siento a su lado? Me sorprendió un joven que no pasaba de los 25 años, muy apuesto, rubio, de ojos azules, constitución delgada y una sonrisa enorme.

-¡Claro que le molesta! ¡No se siente bien y necesita espacio! Respondió Andrés en un tono muy serio, haciendo contacto visual directamente con el joven.

- ¡Lo siento, no sabía que tenía compañía!  Dijo el joven, retirándose rápidamente.

Andrés seguía con una expresión seria; él casi nunca sonreía, pero esta vez su seriedad era distinta, más intensa. Se quedó mirando fijamente al joven mientras se alejaba, con una mirada que parecía atravesar cualquier fachada.

-¡Andrés! ¿Por qué lo espantaste? ¡Era muy guapo! Le dije en tono de broma, tratando de aliviar la tensión.

- ¿Guapo? ¿Sabes lo peligroso que es hablar con extraños? ¿Crees que porque tiene cara bonita no puede tener maldad en su corazón? Dijo Andrés, sin apartar la vista de donde el joven había estado.

- Jajaja, ¿por qué te lo tomas tan en serio? Él solo quería coquetear. Le respondí riendo, intentando hacerle ver lo ridículo de su reacción.

Pero al mirar a Andrés, me di cuenta de que su preocupación iba más allá de la simple sobreprotección. Sus ojos mostraban una mezcla de miedo y algo que no podía identificar del todo. Sentí una punzada en el pecho, reconociendo que detrás de su dureza había una verdadera preocupación por mí.

- Mira, solo quiero que estés segura. No puedo evitar pensar en lo que podría pasar, dijo Andrés, con la voz más suave, pero aún cargada de tensión.

Sus palabras, aunque duras, mostraban un cariño profundo. Por un momento, dejé de lado la broma y comprendí la magnitud de sus sentimientos. Aunque a veces su manera de protegerme era exagerada, su corazón estaba en el lugar correcto. Me acerqué a él y le di un ligero golpe en el brazo.

- Está bien, Andrés. Aprecio que te preocupes tanto por mí. Pero también necesito un poco de espacio para vivir y, a veces, cometer mis propios errores.

Andrés soltó un suspiro, relajando un poco los hombros.

- Lo sé. Solo quiero que sepas que siempre estaré aquí para cuidarte, incluso si a veces me paso de la raya.

Sonreí, reconociendo en su seriedad una de las muchas formas en las que me demostraba su amor.


-Soy responsable de ti en este viaje. Cuando estemos en la empresa, entonces serás libre, dijo Andrés, tratando de disimular lo molesto que estaba.

A mis ojos, parecía tan tierno en su seriedad que no pude evitar sentir una oleada de afecto arrolladora. Sin pensarlo, lo abracé con fuerza y le di un beso, sorprendiendo a ambos. En ese instante, el mundo se desvaneció a nuestro alrededor; solo existíamos nosotros dos. Lo sentí tan mío, tan increíblemente lindo y tierno, como si cada latido de mi corazón se sincronizara con el suyo. Nada más importaba en ese momento, salvo la calidez de su cuerpo junto al mío y la conexión profunda que compartíamos. Me inundó una sensación de paz y felicidad absoluta, como si hubiera encontrado mi lugar en el universo, un refugio perfecto en su abrazo.

- ¡Rayos! ¿Qué hice? Exclamé, con el corazón latiendo desbocado y una mezcla de confusión y emoción inundando mi mente. Sentía un torbellino de sensaciones; la sorpresa y la felicidad se entrelazaban con la incertidumbre, haciendo que mi respiración se acelerara aún más. Era como si mi cuerpo no pudiera decidir entre el pánico y la euforia, mientras mis manos temblaban ligeramente y mis mejillas se ruborizaban.

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