Un Abrazo en la Tempestad

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Me desperté con una sensación de desesperanza tan profunda que apenas podía respirar. No entendía nada de lo que me acababa de pasar. Miré a mi alrededor y me encontré en una habitación de hospital, había un jarrón con rosas blancas, se veían frescas. Eso me asustó aún más. Sentí el beso cálido de mi madre en mi frente, pero la sensación de seguridad que solía acompañar sus gestos no estaba allí. Mi hermana estaba junto a ella, y Damián estaba sentado en el sillón, con una expresión de preocupación que nunca había visto en él.

-¿Cómo te sientes, Natty? -preguntó mi madre con esos ojos tristes con los que siempre me miraba. Un día desperté y ya nunca más volví a ver a mi mamá mirándome de otra manera. Su mirada me intrigaba, pero nunca había respuesta en ella.

-Estoy bien, mamá -respondí, mirando a mi hermana y a Damián. Trataba de recomponerme, pero sentía un hueco enorme en el pecho. Por mucha fachada que me obligara a poner, simplemente no lograba sentirme mejor-. ¿Pero no sé qué me pasó ni cómo llegué hasta aquí, mamá? -continué, ya recordando aquella horrible pesadilla que había tenido.

-Estás bien, Natty, y es lo que importa -intervino Leticia, mi hermana, acariciando mi cabeza con ternura, pero sus ojos reflejaban una preocupación que intentaba ocultar.

En ese momento, el médico entró en la habitación.

-Señora Natalia, ¿cómo se siente? -preguntó, mientras miraba mis signos vitales con una expresión profesional, pero también con un dejo de compasión.

-Médico, ¿qué fue todo eso? ¿Por qué de repente sufrí ese episodio? No recuerdo estar en un barco ni sufrir ese accidente que está ahora mismo en mi cabeza. ¿Acaso estoy enloqueciendo? -pregunté, desconcertada y asustada, mientras mi voz temblaba y las lágrimas comenzaban a acumularse en mis ojos.

-Señora Natalia, le recomiendo buscar ayuda. Una parte de su cerebro bloqueó este evento traumático y...

-¡Gracias, médico! -intervino mi madre, mirando con horror al médico y pidiéndole que la acompañara afuera con una mirada suplicante.

-¡Mamá, espera! ¿Qué está pasando? Exijo saberlo todo -le dije con firmeza, mientras mi corazón latía con fuerza, sintiendo una mezcla de miedo y rabia.

-Natty, no estás emocionalmente preparada para hablar de esto -dijo mi hermana, tratando de calmarme mientras acariciaba mi mano con suavidad.

-Señora Elsa, mi esposa tiene derecho, al igual que yo, de saber qué pasa -dijo Damián, también con un tono firme pero lleno de preocupación.

-¡No, Damián! -gritó Leticia, con una mezcla de furia y desesperación en su voz-. ¡Tú no sabes nada! De seguro tú la estás sometiendo a este estrés y por eso reaccionó así -continuó, con lágrimas en los ojos. Corrió hacia mí y sostuvo mi mano con fuerza-. ¡Natty, necesito que confíes en mí, te juro que vas a estar bien! -dijo, haciendo una seña al médico.

Este colocó algo en mi suero y lo último que vi fue a Damián discutiendo acaloradamente con mi madre, mientras mi visión se nublaba y el mundo se desvanecía a mi alrededor.

No sé cuánto tiempo estuve inconsciente. Empecé a despertar poco a poco, con una sensación de náuseas y un leve dolor de cabeza. Miré a mi alrededor y vi a Leticia dormida, recostada contra la camilla. La habitación estaba en penumbra, con el silencio roto solo por el suave pitido de las máquinas.

-¡Letty, Letty! Despierta -llamé a mi hermana, con la voz aún débil.

-¿Cómo te sientes, Natty? -respondió Leticia, abriendo los ojos lentamente. Sus ojos se veían cansados y con profundas ojeras. No quería preocuparla más, aunque el miedo y la confusión seguían presentes en mi interior.

-Solo tengo algo de náuseas y me duele un poco la cabeza -respondí con un tono natural, intentando no mostrar la preocupación que aún me embargaba. Sabía que debía actuar con cautela si quería descubrir la verdad sobre lo que me había sucedido-. ¿Dónde están mamá y Damián? -pregunté, sentándome en la camilla con esfuerzo.

-Damián tenía que ir a trabajar y mamá fue a buscar algo de ropa y a descansar un rato en tu casa -dijo Leticia, mirándome con una mezcla de alivio y preocupación.

-¡Rayos, Letty! Anoche tenía una cita importante con un abogado. Era muy importante para mí, Leticia -le dije, sintiendo un peso en el pecho por la oportunidad perdida.

-Lo que sea puede esperar, Natty. Primero tu salud -respondió ella, caminando hacia el baño con un tono firme, pero lleno de cariño.

-¿Me prestas tu celular, Leticia? -pregunté, intentando no sonar desesperada.

-No tengo pila, mamá está buscando el cargador -respondió, algo dudosa, mientras cerraba la puerta del baño tras ella.

Sentí una mezcla de frustración y ansiedad. Necesitaba saber más, entender qué había sucedido realmente. Miré la habitación, buscando alguna pista, algún indicio que pudiera arrojar luz sobre el caos en mi mente. Pero solo encontré el eco de mis propios pensamientos, y el peso del silencio que llenaba la habitación.

Cerré mis ojos buscando calma y sentí un cálido beso en mi frente. Abrí mis ojos y ahí estaba él.

-¡Andrés! -exclamé, sintiendo cómo las lágrimas llenaban mis ojos. Me aferré a él con desesperación, como si fuera lo único seguro que tenía en ese momento. Lo abracé con todas mis fuerzas y comencé a llorar como una niña perdida. Él solo respondió a mi abrazo, haciéndome sentir que su pecho era mi refugio. Su olor, su calidez, todo de él me reconfortaba. Sentirlo ahí era justo lo que necesitaba para recobrar las fuerzas. No sé cuánto tiempo estuve en sus brazos ni cuánto tiempo lloré. Olvidé que estaba en una habitación de hospital, olvidé la crisis que me había llevado allí, olvidé que aún estaba casada con Damián, olvidé que mi hermana estaba en el baño. En ese momento, solo existíamos él y yo, y eso era todo lo que necesitaba.

-¡Buenas noches! -dijo mi mamá, sorprendida al verme abrazada a Andrés.

-¡Hola, mamá! -le respondí con una calma plena, ya no había rastro de la crisis que había pasado.

-¡Buenas noches, señora! -dijo Andrés, sin apartar de mí su mirada tierna y dulce.

-Mamá, él es Andrés, mi amigo y compañero de trabajo -dije con determinación.

-¡Aaah, ya veo! No sabía que tenías amigos. ¿Qué opina Damián de esto? -preguntó con una leve molestia en la voz.

-¡Buenas noches! -interrumpió Damián, entrando a la habitación.

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