-¿Qué tratas de hacer, Damián? Le pregunté, sorprendida. Tanto que había olvidado por completo que estaba en el hospital. Las paredes blancas, el olor a desinfectante, y el tenue sonido de los monitores de fondo se desvanecieron en mi mente mientras me enfocaba en él.
-¡No trato de hacer nada, Natty, solo quiero que luchemos por nuestro matrimonio! Su voz, en otro tiempo altanera y a menudo llena de ira, sonaba ahora inusualmente calmada y cargada de una profunda desesperación. En cualquier otro momento, me hubiera respondido alterado o tirando cosas, pero esta vez me miró con una empatía que nunca antes había visto en sus ojos oscuros.
-¡Natty, yo te amo y quiero que este matrimonio se salve, pero solo no puedo! Seguía hablando, y yo estaba claramente desconcertada. Mis emociones estaban en conflicto; sentía una mezcla de incredulidad y una ligera punzada de esperanza.
-¿Oportunidad, Damián? ¿Con qué cara me vas a pedir eso? ¿Cuántas veces te rogué que me miraras, que me hicieras el amor, que me prestaras atención? Cada palabra salió cargada de años de dolor y frustración acumulada. Y ahora solo vienes a exigir un derecho que hace mucho perdiste. Olvidé quién era por tu culpa y, ¿ahora que me he encontrado a mí misma, quieres que volvamos? No, Damián, no te voy a dar la oportunidad de que me destruyas otra vez.
Me sentía agredida con solo pensar que debía de darle una oportunidad. Cada palabra que le decía lo hacía confrontándolo con mis ojos, y podía ver cómo su rostro se volvía pálido y sus ojos empezaban a reflejar una tristeza profunda.
-¡Natty, perdóname! No sabía que te había hecho tanto daño. Yo pensé que por estar casados ya no debía hacer más y, sin darme cuenta, me dediqué a matar lo que sentías por mí. Su voz, antes tan llena de certeza y seguridad, ahora estaba teñida de una tristeza y frustración que se reflejaba claramente en su rostro. Empezó a caminar en dirección a la puerta y, justo antes de salir, volteó a mirarme con una mirada que parecía decirlo todo.
-¡Gracias por el tiempo que me regalaste, aunque fui un idiota que no lo supe apreciar! Terminó de decir y se fue, dejando un vacío en la habitación que parecía absorber todo el sonido.
Quedé en la habitación, el ruido del hospital volviendo lentamente a mis oídos, pensando en lo que acababa de pasar. Me di cuenta de que ya no me dolía nada de lo que había vivido con Damián, pero también reconocí que caímos en la monotonía y dejamos morir ese sentimiento tan grande. Las lágrimas se acumularon en mis ojos, no por la pérdida, sino por la realización de cuánto había crecido desde entonces. Ahora, era el momento de seguir adelante.
-¿Natty, realmente no vas siquiera a pensar en darle una oportunidad a tu matrimonio? Dijo mi hermana entrando a la habitación, con la preocupación evidente en su rostro. El sonido de su voz interrumpió mis pensamientos, y me volví hacia ella, sintiendo una mezcla de tristeza y frustración.
Solo la miré con decepción, sin palabras. Su sola pregunta me molestaba profundamente, como una daga clavándose en una herida aún fresca. Quería irme a casa, escapar de este lugar lleno de recuerdos y emociones encontradas.
Me levanté con determinación y me dirigí al baño, cerrando la puerta detrás de mí con un suspiro de alivio. Abrí el grifo de la ducha, dejando que el agua caliente comenzara a correr, llenando el pequeño espacio con vapor. Me desnudé lentamente, sintiendo el peso de cada prenda caer al suelo, como si con ellas se desprendieran también los restos de mi tormento.
Entré en la ducha y dejé que el agua me cubriera por completo, tratando de que cada gota se llevara las malas energías y el mal rato que había pasado. El agua tibia corría por mi piel, limpiando no solo mi cuerpo, sino también mi espíritu. Cerré los ojos y respiré profundamente, permitiéndome unos momentos de paz.
El sonido constante del agua era un consuelo, un escape de las preguntas y los juicios. Sentí cómo mis músculos se relajaban, y poco a poco, el peso de la tristeza y la decepción comenzó a disiparse. A medida que el agua seguía cayendo, me di cuenta de que no solo estaba lavando las malas energías, sino también tomando una decisión firme.
Salí de la ducha sintiéndome renovada, como si el agua caliente hubiera lavado no solo la suciedad de mi piel, sino también parte del peso emocional que cargaba. Me vestí con una playera blanca y unos jeans que me hacían sentir increíblemente cómoda, como un abrazo familiar y reconfortante. Decidí que era el momento de dar un paso importante, así que pedí que me dieran de alta en el hospital. Había algo que me inquietaba profundamente: la actitud que había tenido Andrés conmigo. Sus palabras y miradas seguían dando vueltas en mi mente, creando un torbellino de dudas y confusión.
Al llegar a casa, me topé con una sorpresa que me dejó sin aliento. Las cosas de Damián no estaban. Ni siquiera las fotos de nuestro matrimonio, esas que solíamos ver con nostalgia y cariño. Las otras fotos que teníamos, esos recuerdos dispersos por toda la casa, también habían desaparecido. No había absolutamente nada de él. Si no fuera por mi memoria, nadie creería que Damián alguna vez hubiese vivido allí. Me sorprendió lo meticuloso que había sido al momento de sacar todo. Nuestra foto de matrimonio había sido reemplazada por una que había subido a mis redes sociales, en la que me veía radiante y feliz. Era como si Damián hubiera intentado borrar su presencia y dejarme solo con recuerdos de momentos felices.
Dirigí mis pasos al despacho, el lugar que Damián había convertido en su refugio personal. Al abrir la puerta, me encontré con un espacio completamente transformado. El molesto sofá que solía ocupar gran parte de la habitación ya no estaba. La decoración había cambiado drásticamente; ahora el despacho estaba lleno de flores y el tapiz había sido reemplazado por uno más colorido y alegre. En una de las paredes, colgaba un retrato con una frase que me llamó la atención de inmediato: "Nunca te vuelvas a perder, pues no habrá quien te salve". A primera vista, la frase parecía una amenaza o una maldición, pero para mí tenía un significado mucho más profundo.
Esa frase resonaba en mi interior, recordándome las veces que me había sentido perdida y cómo había luchado por encontrarme a mí misma. Me di cuenta de que, de alguna manera, Damián había comprendido mi lucha interna y había dejado esa frase como un recordatorio de mi propia fortaleza. Sentí una mezcla de alivio y tristeza. Alivio porque comprendí que el lazo con Damián realmente había terminado, y tristeza por el vacío que dejaba su ausencia. Pero en ese vacío, también sentí una oportunidad para reconstruirme, para llenar mi vida de nuevos recuerdos y experiencias.
Me senté en la silla del despacho, rodeada de flores y colores, y respiré hondo. A pesar de todo, sentí una extraña paz. Sabía que el camino por delante no sería fácil, pero también sabía que tenía la fuerza para enfrentarlo. Damián había cerrado un capítulo en mi vida, y ahora era mi turno de escribir el siguiente, con valentía y determinación.
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Espejismo
Roman d'amourEn esta historia de romance y dilemas morales, Natalia y Andrés se enfrentan a una intensa atracción mutua. Sin embargo, sus sentimientos se complican con la llegada de Gunther Smith, un hombre misterioso, apuesto e imponente, que además es el jefe...