Sombras del Pasado

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Me vestí en completa tranquilidad, definiendo cada mechón de mi cabello hasta que brillara como luceros en la inmensa oscuridad. Mi piel se veía radiante, y mis ojos reflejaban serenidad y seguridad. Me encantaba cómo me veía. Al salir de la habitación, me encontré con una escena inesperada: Damián estaba allí, y su presencia me tomó por sorpresa, pero no perdí mi postura.

—¿Me explicas por qué te quieres divorciar? —preguntó Damián, visiblemente molesto, conteniendo su ira con dificultad. Sus manos estaban tensas, los nudillos blancos por la presión.

—¡Claro! La verdad, Damián, no te amo y tú tampoco me amas a mí, hace mucho que...

—¿Por esa estupidez vas a tirar a la basura siete años de matrimonio? —me interrumpió, ya desbordado por su ira. Su rostro se había puesto rojo y los ojos parecían destellar rabia.

—Es mejor que nuestros abogados lo manejen, Damián. Tú y yo no hablamos el mismo idioma —dije, encarando la puerta. Sabía que quedarme discutiendo sería una pérdida de tiempo y energía.

—¿Adónde vas, Natalia? No hemos terminado. Además, la próxima semana tenemos que ir al cóctel, sabes que no puedo ir sin ti. Allí voy a cerrar un buen negocio —me gritó, su voz resonando con desesperación. La verdad, él era quien se veía desquiciado. Sentí una pena enorme por él, pero no estaba dispuesta a caer en el mismo sitio dos veces.

—Suerte con eso, Damián. Lo harás bien sin necesidad de fingir un matrimonio perfecto —salí de mi casa rumbo a la oficina, subí el volumen de la música en mi carro, bajé el vidrio y dejé que la brisa se llevara todo el veneno que Damián me había lanzado. Al llegar a la oficina, Sara ya me estaba esperando con esa cálida sonrisa que siempre la destacaba.

—¡Natty, buenos días! Te tengo buenas noticias. El abogado del que te hablé aceptó llevar tu caso —dijo con entusiasmo, sus ojos brillando de emoción.

—¡Buenos días, Sara! ¡Gracias, de verdad, sabes lo importante que es para mí! —le respondí, dándole un abrazo y continué preguntándole—. ¿Y cuándo lo puedo ver?

—Dijo que esta noche en este restaurante —me informó y, como el viento, se fue. Era su particular forma de ser.

—¡Gracias! —alcancé a decirle, mientras se alejaba. Al entrar a la oficina, me topé con el señor Gunther. Quise esquivarlo, pero ya estaba muy cerca.

—¡Buenos días, señora Natalia! Necesito para hoy el proyecto detallado —lo dijo en un tono que parecía indicar que se sentía ganador en una batalla y se marchó.

La verdad, no me dio tiempo ni de responderle a su saludo. ¿Realmente este tipo cree que le voy a salir corriendo? Me dije a mí misma. Entré rápidamente a mi oficina, busqué el proyecto cuando un aroma muy agradable sorprendió mi olfato. Unos brazos me envolvían por detrás, giré mi cabeza y sentí su cara junto a la mía.

—¡Necesito un beso, no, espera, muchos besos! —dijo Andrés en un tono travieso. Me puse de frente y me percaté de que la puerta estaba cerrada, lo besé. Otra vez esa sensación de adrenalina, de amor, de deseo. No era solo un beso apasionado, era una entrega de dos personas que querían amarse sin ser juzgadas. El sonido de la manija de la puerta y un golpe fuerte nos sacaron de ese momento tan apasionado.

—¡Natalia, el jefe la solicita! —dijo María, la secretaria del jefe.

—Sí, Mary, ya voy —le respondí, conteniendo la risa.

—Andrés, no debemos seguir así en la oficina, vamos a estar en boca de todo el mundo —le dije, limpiando mi labial de su boca.

—Es difícil sobrevivir sin tus besos, Nat —respondió Andrés, mirándome los labios, como quien quiere seguir comiendo y ya no puede.

Salí para la oficina del jefe, preparada para la guerra que me esperaba en esa fría oficina.

—Señor Gunther, buenos días. ¿Me llamaba?

—Señora Natalia, ¡el proyecto detallado lo quiero ya! —dijo, clavando sus filosos ojos en los míos.

—Aquí está, señor Gunther —le entregué la carpeta y conecté para pasar el proyecto en diapositivas. Él se quedó perplejo, fuera de lugar; vi claramente que no esperaba que yo tuviera el proyecto detallado y sin ningún tipo de error.

—Señora Natalia, ¿quién le ayudó a realizar este trabajo? —preguntó desconcertado.

—Andrés, mi compañero de trabajo, señor Gunther.

—Salga de mi oficina, le aviso más tarde para darle respuesta —sus ojos seguían haciéndome sentir algo en mi pecho, pero no sabía qué era exactamente. Un dolor de cabeza se apoderó de mí con una intensidad que no había sentido antes. Empecé a ver todo brillar y un silbido agudo atravesaba mis oídos, haciéndome casi imposible concentrarme. Traté de caminar rápido hacia mi oficina, sintiendo el peso del pánico en mi pecho. Apenas llegué, cerré la puerta con seguro y me dejé caer en el piso, temblando. Todo alrededor se transformó en un barco en medio de una tormenta.

Los gritos resonaban por todos lados, llenos de terror y desesperación. Sentía las olas golpeando con furia el casco del barco, haciéndolo crujir y temblar. El llanto de un niño, desgarrador y continuo, se mezclaba con el estruendo de la tormenta. Intentaba moverme, pero mis pies parecían estar atrapados en el suelo, como si el peso de la angustia me estuviera hundiendo más y más.

De repente, una cuerda gruesa cayó sobre mí, aplastándome contra el piso. El pánico se convirtió en una realidad tangible, sintiendo cómo me hundía junto con el barco. El agua helada subía rápidamente, envolviéndome en una oscuridad que se sentía interminable. Podía oír mi propio corazón latiendo descontrolado, el sonido de mi respiración rápida y superficial, intentando inútilmente mantenerme a flote.

Un rostro borroso de un hombre con barba emergió de las sombras, su expresión era una mezcla de desesperación y determinación. Golpeaba mi cabeza con fuerza, cada impacto resonando como un trueno en mi mente. Sentía su angustia, su esfuerzo por salvarme, pero el miedo me paralizaba. El agua cubría mis oídos, y los sonidos del exterior se amortiguaban, volviéndose distantes y distorsionados.

El llanto del niño se hacía más fuerte, como si proviniera de dentro de mi propia cabeza. El sonido era desgarrador, llenando cada rincón de mi ser con un dolor profundo y antiguo. Quería gritar, pedir ayuda, pero mi voz estaba atrapada en mi garganta. La sensación de ahogo, tanto física como emocional, era abrumadora.

Sentía que mis fuerzas me abandonaban, y el pánico inicial se transformaba en una resignación desesperada. La oscuridad se cerraba sobre mí, y el agua fría se sentía como miles de agujas perforando mi piel. Mis pensamientos se volvieron confusos, mezclándose con los recuerdos fragmentados de aquel barco, de aquella tormenta, del llanto del niño que nunca cesaba.

Era un recuerdo enterrado, un trauma que había estado oculto en las profundidades de mi mente, esperando el momento para emerger con toda su fuerza destructiva. El rostro del hombre con barba seguía golpeando mi mente, su imagen grabada en mi memoria como una cicatriz indeleble.

Mientras la oscuridad me envolvía por completo, una última imagen se formó en mi mente: la de mis propios ojos, reflejando el pánico y la desesperación que había tratado de esconder durante tanto tiempo. Y así, en medio del caos y el dolor, me dejé llevar, sintiendo cómo el barco se hundía, llevándome consigo a un abismo del que no sabía si podría regresar.

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