Bajo Su Control

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"Andrés, yo... no lo sé," dije con la voz temblorosa, intentando mantener la compostura mientras mis pensamientos se enredaban entre el deseo y la incertidumbre. "He pasado estos días tan cerca de él, y en ese tiempo descubrí un mundo que jamás imaginé que me atraería. Estoy confundida... pero también tengo una necesidad de experimentar todo lo que vi en ese club."

Mi corazón latía con fuerza, cada palabra era un riesgo, una confesión que podría cambiarlo todo. Me llené de valor, sintiendo la vulnerabilidad en mis palabras mientras lo miraba fijamente, mis ojos aferrándose a los suyos, buscando una respuesta que temía recibir. El silencio entre nosotros se volvió espeso, casi asfixiante. Mis labios se entreabrieron, pero ningún sonido salió. Solo él podía romper ese instante.

Andrés, sentado junto a mí, pareció absorber mis palabras, su rostro se tensó en una mezcla de asombro y algo más profundo, algo que parecía nacer desde lo más oscuro de su ser. Se levantó lentamente, alejándose unos pasos, como si necesitara espacio para procesar lo que acababa de escuchar. Pero en su mirada había más que solo sorpresa: había deseo, un fuego encendido que lo consumía.

"¿Y si te pido... que experimentes conmigo?" Su voz salió grave, con un filo de control y anhelo en cada palabra. "Déjame ser yo quien te guíe... quien sea tu maestro."

Sentí que el aire en la habitación se volvía más denso, cada una de sus palabras golpeaba mis sentidos, dejándome temblorosa, atrapada en una mezcla de temor y excitación. Mis ojos se entrecerraron, procesando lo que acababa de oír, y la pregunta salió de mis labios antes de que pudiera detenerla.

"¿Quieres que sea tu sumisa?" Mi voz apenas era un susurro, cargado de incredulidad, pero también de una fascinación secreta. La idea de explorar ese mundo, pero con él, despertaba en mí un deseo que no sabía que estaba ahí.

"Sí." Su respuesta fue corta, casi fría, pero su intensidad me estremeció. Luego continuó, con una claridad que me atravesó: "Pero te lo advierto, Natalia. No me gusta compartir. Si eres mi sumisa, serás solo mía."

Esas palabras cayeron sobre mí como una sentencia. Sentí el peso de su demanda, la intensidad de su posesividad. Era tóxico, lo sabía. Pero al mismo tiempo, algo en mí vibraba con cada palabra, me sentía deseada, anhelada de una manera que nunca había experimentado antes. Había algo en su necesidad de poseerme que me encendía, me hacía sentir viva, aún cuando sabía lo peligroso que podría ser.

Se levantó de la cama con una elegancia peligrosa, cada movimiento calculado, y me miró con una seriedad que me intimidaba. No era el mismo Andrés que conocía; este era alguien más oscuro, alguien con quien no sabía si podría lidiar, pero que al mismo tiempo me atraía irremediablemente.

"Debes pensarlo," dijo, sus palabras llenas de una autoridad que no podía cuestionar. "Pero necesito que lo consideres seriamente."

Se inclinó sobre mí, y su boca rozó mi frente con un beso que, aunque suave, llevaba consigo una promesa tácita de lo que podría venir. Cuando se apartó, sentí un vacío que se instalaba en mi pecho. Lo vi salir de la habitación, su silueta se desvanecía entre las sombras, pero el fuego que había encendido en mí aún ardía con fuerza, consumiéndome lentamente.

Me quedé allí, inmóvil, la mente hecha un torbellino de emociones y pensamientos contradictorios. ¿Podría realmente dejarme llevar por lo que Andrés me ofrecía? ¿Podría entregarme a él de la manera en que lo pedía, ser completamente suya y solo suya?

El deseo luchaba con el miedo dentro de mí, y sabía que tarde o temprano tendría que tomar una decisión. Una que podría cambiarlo todo.

La noche había caído, y con ella, la calma aparente del exterior contrastaba con la tormenta que me embargaba por dentro. El espejo frente a mí reflejaba una imagen que, hasta hace poco, no habría reconocido como mía. Llevaba un diminuto vestido de encaje negro, tan ajustado que apenas dejaba algo a la imaginación. El borde de la tela acariciaba mis muslos de una manera provocativa, dejando una sensación de vulnerabilidad que, en lugar de asustarme, me fortalecía. Alrededor de mi cuello, un collar de BDSM, fino pero firme, simbolizaba mi decisión. Era una sumisión consciente, un acto de entrega que estaba por demostrarse.

Mi corazón latía con fuerza mientras caminaba por la habitación, sintiendo cómo el encaje rozaba mi piel con cada movimiento. Mis pies descalzos hacían eco en el suelo de madera, y el sonido solo aumentaba la tensión en el aire. Andrés había dicho que debía pensarlo. Y lo había hecho. No solo lo había pensado, lo había sentido, lo había deseado. Y esa noche, le demostraría mi respuesta, no con palabras, sino con mi cuerpo y mi mirada.

La puerta se abrió con un suave clic, y el corazón me dio un vuelco cuando lo vi entrar. Andrés. Sus pasos eran firmes pero contenían una calma tensa, como si no estuviera seguro de qué encontraría al cruzar ese umbral. Al principio, no me vio, no inmediatamente. Cerró la puerta tras de sí, sus hombros ligeramente tensos, como si estuviera preparado para cualquier cosa. Pero cuando finalmente sus ojos se posaron en mí, el tiempo pareció detenerse.

Lo observé, parada en medio de la habitación, esperando su reacción. Su mirada se oscureció, recorriendo mi cuerpo lentamente, devorando cada centímetro de mi piel apenas cubierta por el encaje. Sus labios se entreabrieron, pero no dijo nada, al menos no con palabras. El deseo y la sorpresa en su expresión decían más de lo que cualquier frase podría haber transmitido.

No me moví. No había necesidad. Todo estaba dicho en el pequeño vestido, en el collar alrededor de mi cuello, en la suavidad de mi respiración que apenas podía controlar. Supe que lo entendía. Que lo que habíamos discutido la noche anterior no había sido olvidado ni por un segundo.

Sus ojos se clavaron en los míos, y en ese momento, sentí una oleada de poder recorrerme. Era una contradicción que me descolocaba: estar frente a él, ofreciéndome de la manera más vulnerable posible, pero al mismo tiempo sintiendo que tenía el control, aunque fuera solo por ese instante.

Andrés dio un paso hacia mí, lento, como si cada movimiento estuviera calculado, como si quisiera saborear la tensión que nos envolvía. El silencio entre nosotros era casi tangible, roto solo por el sonido de nuestras respiraciones. Cuando finalmente estuvo frente a mí, su mano se alzó, apenas rozando el collar alrededor de mi cuello. Su dedo trazó el borde del cuero con una suavidad que me hizo estremecer.

"No pensé..." Su voz era baja, rasposa, como si las palabras le costaran salir. "No pensé que aceptarías tan pronto."

Sus dedos juguetearon con el pequeño broche del collar, mientras me miraba intensamente. Mi respiración se aceleró, pero aún no hablaba. No era necesario. En mi silencio, le estaba dando la respuesta que él había pedido. Estaba dispuesta a explorar ese mundo, pero solo con él.

Sus ojos bajaron hacia el vestido, y pude ver cómo su mandíbula se tensaba, un signo de la lucha interna que probablemente estaba viviendo. El deseo lo consumía, pero también esa necesidad de control que lo caracterizaba.

"Esto..." murmuró, su voz más grave ahora, con un tono posesivo. "¿Sabes lo que significa, Natalia?"

Asentí lentamente, sin romper el contacto visual. Sabía lo que significaba, lo había comprendido desde el momento en que me puse ese collar. Le pertenecía. Al menos en este espacio, en este momento. La vulnerabilidad que sentía no me debilitaba, al contrario, me hacía sentir viva, fuerte en mi decisión de ser suya.

Andrés respiró profundamente, sus dedos ahora firmes en mi cuello, sosteniéndome sin apretar, pero lo suficientemente cerca como para que supiera que no había vuelta atrás. "Eres mía. Solo mía."

Sus palabras, más una declaración que una pregunta, resonaron en el silencio de la habitación, y con ellas, sentí cómo una parte de mí se entregaba completamente. No solo en cuerpo, sino en alma. Y sin necesidad de hablar, supe que él también lo entendía.

Andrés se inclinó hacia mí, su boca rozando la piel de mi cuello, justo sobre el borde del collar. El calor de su aliento me hizo cerrar los ojos por un momento, perdida en la mezcla de emociones que me envolvían. Un beso suave, casi reverente, selló el pacto no verbal entre nosotros.

Cuando finalmente se apartó, me miró con una mezcla de posesión y adoración, una combinación peligrosa pero embriagadora. "Has tomado tu decisión. Ahora, es mi turno de mostrarte lo que significa."

Con esas últimas palabras, supe que esta noche apenas comenzaba, y que, al aceptar ser su sumisa, había abierto una puerta hacia un mundo del que no habría retorno. Y, sorprendentemente, eso me emocionaba más de lo que jamás habría imaginado.

           

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⏰ Última actualización: Sep 21 ⏰

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