5 - ELIZABETH

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«Pero aún no iría al cielo de los perros; la tarde del tercer día, mientras estaba tirado en ese lugar, me calló en la cabeza algo pequeño y cilíndrico.»

―¡Chicos! Mi labial, ¿por qué son así? ―escuché que decía una voz.

«Una muchacha entró en los arbustos a tomarlo, y me vio.»

―¡Qué lindo perro! ―exclamó. Me llamó para que fuera con ella, pero no podía. Se percató de mis heridas. Me cargó.

―¡Te voy a curar! Eeehh...― leyó el nombre en mi collar―¡Rocky!

«Justo ahí pensé en la suerte de que hubiesen arrojado el labial hacia este arbusto. Esa muchacha sí tenía alegría en su cara. Me llevó cargado hasta su casa, hasta su cuarto. Mi pata tenía un hematoma, eso dijo ella. Me llevó a un médico de perros ―si lo estás pensando, no, no fue a la clínica que fue del viejo alguna vez―. Los doctores me durmieron. Desperté de nuevo en la casa de esa muchacha, tenía tablillas en las dos patas derechas, y estaban vendadas ―¿recuerdas que hace un rato te hablé de las patas fracturadas, ahora yo tenía dos―.»

«Estar en aquella casa era como estar en una residencia canina. Ella me daba tres comidas al día, cepillaba mi pelo, hasta me bañaba de vez en cuando. Me sentía como un perro de bolso. Me cuidaba más que Danielito. Aun así, todavía pensaba buscarlo cuando estuviera mejor. Esa idea comenzó poco a poco a perderse en mis pensamientos. Pasaron varios meses hasta que ya pude caminar correctamente, y me encantaba ser el consentido de esa chica. Aprendí su nombre porque en una pared de su cuarto había un letrero con su nombre: ELIZABETH.»

De nuevo quiero aclararte que no es mi culpa que no te creas que los perros sepan leer, humano.

«Lo que me parecía raro, era que los padres de Elizabeth casi nunca estaban en la casa. Eran muy agitados, entraban y con la misma salían. Ella se preparaba sola la cena, muchas veces se levantaba sola en la mañana y se iba a la escuela. Además, ellos nunca protestaron porque yo estuviera allí. Nunca la vi recibir un regaño de ellos, nunca la vi recibir cariño de ellos. Eran muy raros, ni siquiera los perros callejeros les gusta estar tanto tiempo solos.»

«Recuerdo que, en muchas ocasiones, durante la noche, yo podía escuchar unos sollozos. Y el ruido siempre venía de arriba, de la cama de ella. Una noche, no soporte más oírla triste, y me subí a su cama. Le lamí la cara y ella se puso contenta.»

―Está bien, hoy dormirás conmigo ―me abrazó al decir eso―. Seguro te estas preguntando por qué estaba llorando, Rocky. Lo que pasa es que me siento sola. No tengo nadie con quien hablar, mis padres casi siempre están trabajando. Su trabajo tiene algo que ver con propaganda, no sé. Lo que sí sé es que tienen que viajar mucho. Desde hace siete años, que todo esto inició, he vivido en unas nueve casas diferentes. He viajado por todo el país, y lo peor es que no he estado en ningún lugar por mucho tiempo. Ese trabajo da dinero, no me puedo quejar porque tengo todo lo que quiero. Pero a veces me gustaría que mis padres tuvieran un trabajo más sencillo, algo con lo que no tuviéramos que mudarnos tanto. He hecho muchos amigos, pero he tenido que despedirme muy rápido de todos. Lo peor es que no comprenden cómo me siento. Lo he conversado muchas veces con ellos, pero parecen no tomarme en serio. Pero tú si me comprendes, ¿verdad? ―Yo la miraba sin poder decirle nada, soy un perro―. Sí, me comprendes, lo veo en tus ojos. ¿Sabes? Me siento mejor solo por tener alguien que me escuche.

«Pasó un rato acariciándome hasta que se durmió, no sin antes darme las gracias. ¡A mí!»

«Ella sentía una soledad muy grande, como aquel buen hombre viejo. Definitivamente, ella no era de las personas que mencionó el gato. Yo le tomé mucho cariño a Elizabeth. Finalmente llegué a la decisión de quedarme con ella. La estaba pasando muy mal, y me necesitaba, más que Danielito. Ella, además, se lo merecía. Decidí acompañarla, no era justo que estuviese sola.»

«Me mandó a hacer un collar nuevo, tenía un dibujo muy extraño. Ella decía que era el símbolo de la paz. El día que me lo trajo, me iba a quitar el otro; pero no la dejé, quería conservar algún recuerdo de Danielito.»

―Está bien, seguro querías mucho a quien te dio ese collar, lo respeto ―aceptó.

«Y conservé los dos collares en mi cuello. Un perro con dos collares, eso suena raro, pero ambos son collares de humanos que llevaba en mi corazón.»

«Un día, el sol ya se estaba poniendo. Era una tarde muy bonita, yo la estaba mirando desde la ventana del cuarto de Elizabeth. Ella llegó de la escuela muy entusiasmada, vi un brillo especial en sus ojos.»

―¡Rocky, me invitaron a una fiesta! ―exclamó como loca― Es esta noche en la casa de uno de mi clase. ¡Caray! En los ocho meses que llevo en S.S City, nunca me habían invitado a una. Bueno, no me habían invitado a nada ―Se sentó en la cama y yo fui con ella―. Solo me hacían bromas pesadas y no me tomaban en serio ―Se dejó caer en el colchón, yo me subí y me puse a su lado―. Pero parece que por fin voy a poder hacer amigos aquí. ¿Y sabes qué? Vas a ir conmigo, en la fiesta admiten perros.

La vida en blanco y negro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora