«Danielito a veces rondaba mi cabeza, y pensar en él me hacía sentir un traidor. Porque, aunque hubiese tomado mi decisión, ¿cómo le dices a tus pensamientos que no extrañen? Su casa quedaba en un condominio cercano. A paso de perro eran unos diez minutos. Así que una noche fui, esta vez sí crucé la entrada del lugar. Todo me era muy familiar. La casa del vecino que había visto en aquella fiesta, me indicó que estaba muy cerca.»
«Llegué al lugar. Había gente dentro, pues las luces estaban encendidas y se oían voces. La entrada para perros aún estaba ahí; quizá tenían otro perro, o estaban esperando que yo volviera. No, eso no. Los humanos conocen la fidelidad, pero dudan de ella. No tuve el valor de entrar. Fui a la parte de atrás de la casa, sentía que ese ya no era mi hogar, desde aquel día que se volcó el auto. Ese jardín trasero me daba mucha nostalgia, me quedé mirando la puerta trasera y recordando. Al rato, oí una voz.»
―¿Vas a entrar, o qué? ―Era el gato con el que había hablado aquella vez que estuve encadenado, estaba subido al árbol que había en ese patio.
―¡Gato! ¿Qué haces aquí?
―Pasaba por aquí y sentí tu olor. Veo que aún sigues vivo, y eres libre. ―maulló él.
―Bueno, libre como tú, no. ―Le mostré el collar que me pusieron los padres de Alejandro. ―Ahora soy un perro lazarillo. ―aclaré.
―Laza... ¿Qué?
―Lazarillo, un perro acompañante de personas que no pueden ver. Mi compañero se llama Alejandro.
―¡Ah! Veo que aún sigues estimando a los humanos. ―Me espetó con una ira contenida.
―Y tú sigues odiándolos.
―Tú también lo harías si te hubieran abandonado a tu suerte desde pequeño. Si todos tus hermanos se hubieran ido; y si hubieses estado ceca de morir cientos de veces ―contaba enfadado―. El otro día unos amigos míos fueron envenenados solo porque al que lo hizo no le gustan los gatos. No puedo confiar en los humanos como lo haces tú. Nos llaman invasores solo por nacer en la misma tierra que ellos.
Estoy consciente de que hay muchos animales que sufren el rechazo de la especie "superior" del mundo.
«Respiré hondo.»
―No sabes cómo te entiendo, de primera pata sé lo crueles que pueden llegar a ser los humanos. No solo con los animales, también entre ellos mismos. Pero también los hay buenos, humanos que se dedican a salvarnos, humanos que nos necesitan, humanos que nos entienden. Y esos son a los que estimo. ―No me respondió esta vez. ―Hace un tiempo hablé con una humana, cara a hocico, y me entendió.
―¿Te entendió? Pero, ¿cómo puede ser? Ellos no nos entienden. ¡No quieren entendernos!
―¿Tan difícil te es pensar que hay personas buenas? No son perfectas, pero las hay. ―Gato bajó de donde estaba.
―Definitivamente has tenido más suerte que yo. ―dijo apenado.
―¿Por qué no vienes a mi casa? ―le propuse. Trató de ocultarlo, pero se emocionó.
―¿En serio, a tu casa? Pero, ¿querrán un gato?
―Desde hace tiempo quieren tener uno, y tú eres perfecto.
«Aceptó, ese gato resentido solo necesitaba cariño, como todos. Iba a ser divertido vivir con mi "enemigo natural", pensé.»
―Oye, ¿y tú qué haces aquí? ―me preguntó.
―Aquí vive mi primer dueño, nos separamos, no por su culpa. Pero nunca lo olvidé.
―Esa es la famosa fidelidad de los perros. Me dijiste que ahora tienes un dueño que te necesita.
«Todo ese tiempo, el recuerdo de Danielito me había dado fuerza para seguir adelante. Pero él tenía sus ojos para ver que la vida no solo es en blanco y negro, también tiene sus colores.»
«El gato me quitó el collar que tenía desde que era cachorro, lo coloqué en la tierra y escribí mi nombre. Esta vez sí estaba dedicado a él. Ladré; y segundos después, Danielito salió. Luego de encontrar aquello, tomó el collar y empezó a buscar con la mirada, a buscarme. Sabía que era yo, lo vi en sus ojos. Gato y yo estábamos escondidos en los arbustos del fondo, el lugar donde él se escondía para que yo lo buscara, donde se escondía para huir de los problemas de su casa. Qué irónico que no me buscó allí. Había crecido, ya no era el niñito que recordaba. Me quedé mirando hasta que entró. Gato y yo nos fuimos.»
Ya ha pasado un año de eso. Gato fue bien recibido en casa, se adaptó perfectamente. Puedo decir que he aprendido mucho, ya sé interpretar los ojos y las caras de las personas. Aprendí que cuando no hay amor solo nos espera la desgracia, que no importa las cosas que tengamos en la mano sino en el corazón, que no está mal recordarles a los demás que existes. Quisiera saber que fue de la familia del hombre viejo, como terminó la madre de Patricia. Y claro, como está mi querida Elizabeth. Sospecho que la vida de un perro es muy corta para saber tanto. Ya no soy tan ágil como antes.
Humano, si leíste esto, gracias. Espero que las memorias de un perro te sirvan para algo. ¡Ah!, y una cosita más. Lo más importante que he aprendido:
No importa si tu objetivo cambia, sigue hasta alcanzarlo.
Rocky: 22―12―2005
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La vida en blanco y negro
AcakBueno, mi nombre es Rocky. Encantado de conocerte, soy un perro 🐶. Como me cuesta escribir en estos teclados con mis patas... Confié en mi buen amigo J. F. Denis para que dé a conocer mi historia, la historia de cómo aprendí a ver los colores de la...