El tiempo fluye como nuestras emociones, como la corriente de agua que cae sobre mi pecera gracias a la cascada que hice con ayuda de una maceta de barro y un bonsai de agua. Las manos de Damián me dan calor, mis peces nadan tranquilos, felices de estar una vez más en el hábitat que creé para ellos.
—¿Cómo se llaman esos que parecen tiburoncitos y se pegan a los vidrios? —Damián señala a los peces.
—Plecos —respondo—. Viven mucho y crecen mucho, más de 45 centímetros, aunque los míos crecieron sólo 20 centímetros, ¿no son bonitos?
—No son tan coloridos como los otros.
—Por eso me gustan… porque la gente los compra sin saber que no son limpiadores de peceras y ensucian mucho, además de crecer rápido. Mucha gente los tira o los mata cuando ya no pueden cuidar de ellos y… pero son peces hermosos, ¿sabías que pueden pasar hasta 24 horas fuera del agua? Se les conoce como pez diablo por eso, porque son resistentes.
Sí, los plecos, junto a los peces beta, son de los más maltratados porque los vendedores los venden como peces que limpian las algas y peces que pueden estar sin oxígeno.
Sin embargo, no es lo mismo vivir que sobrevivir.
Su resistencia los hace las víctimas perfectas para los novatos, quienes terminan siendo víctimas de la ignorancia.
—¿Te gustan mucho los peces?
—Sí, son bonitos.
Verlos me causa burbujitas en el corazón. Cuidar de ellos y ver que son felices me causa felicidad, a mi papá le gustaban los peces, me lo explicó todo y gracias a él yo he podido cuidar de estos pequeños.
Damián parece estar pensando en algo, yo me dispongo a cerrar los ojos y disfrutar de esta tranquilidad hasta que me pregunta si quiero ir a tomar un baño para salir a dar un paseo en vista de que apenas serán las cuatro de la tarde y las plazas todavía están abiertas.
Asiento y me paro como un resorte para bañarme y estar listo pronto.
Damián me toma de la mano apenas me ve bajar, sonríe mientras me anima a salir delante de él y subir al auto.
—¿Una cita que finalice con una película?
Asiento, mi rostro se siente calientito.
—Perfecto, puedes poner música, ¿qué hiciste hoy?
Cierro los ojos y me humedezco los labios, las palabras ya están amontonadas en mi boca. La angustia fluye como un caudal, pero sentir su mano sobre mi muslo me calma al igual que sus feromonas. Cuando nos detenemos en el semáforo me acerco para olerlas más de cerca, deseo que se adentren en mi cuerpo, que se vuelvan parte de mí.
—Hi-hice… Mu-u-... chas… C-co…s-sas —mi rostro está en su cuello, Damián dobla una esquina y detiene el auto para disfrutar de mi cercanía al echar su cabeza a un lado y jadear, complacido de que su omega reaccione de esta forma tan íntima—. Pi-pinté… Y-y…
Vamos, Noah, sólo un poco más, esfuérzate un poco más: Ya nadie puede volver a herirte.
—¿Y qué más?
Sus feromonas me endulzan el corazón, sentir sus manos deslizarse por las mías me causa mariposas en el estómago y me anima a continuar.
—Mi-m-miré… a… L-lo-los… —hago una pausa—. Pe-ces. Co-mí e-ensa-la… da d-de a-a-atú-n… y… es-e-espe-ré p-por… ti.
—¿Te gusta mirar a tus peces?
—Sí, me gusta mucho.
Me da un beso en el dorso de la mano.
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Feromonas
Teen FictionFeromonas, un arma de doble filo. Silenciosas, penetrantes y letales. Yo no era consciente de ellas hasta esa noche, cuando su sonrisa se extendió hacia mí, como un camino de flores coloridas y brillantes, tan expresiva que no necesité palabras para...