Capítulo XII: Vidrios Rotos

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-Quiero que esté todo tal y como lo ordené.

Expresé, de brazos cruzados y mirando alrededor. La lúgubre mansión no se veía tan solitaria como de costumbre por la cantidad de personas corriendo a todas partes, asintiendo a cada orden que daba.

La habitación negra con unas cuantas velas iluminando, sólo reforzaba la idea de soledad que me atravesaba constantemente.

Tan gótica y triste. Los ventanales a los lados de la habitación, cerrados y cubiertos con cortinas de seda negra.

Los muebles ya algo viejos, resistiendo el inevitable paso del tiempo. Prevalecían como si su destino fuera continuar hasta el final de todo.

Si ella estuviera aquí, siento que no me sentiría tan solo... Pero ella vendrá, sé que así será...

La sonrisa que me dio fue tan adorable. Ojalá hubiera podido capturarla en algún cuadro o fotografía. Incluso el hijo del rey Matán I habría coincidido al pensar que ella era el ideal de mujer.

Ella es hermosa, no importa lo que el resto piense. La amo desde el momento en que nuestras miradas se cruzaron por primera vez.

Mi corazón ya tiene su nombre tatuado, por más de que hubiéramos interactuado pocas veces, ella está presente en mi mente día a día.

La amo, no puedo evitarlo. Si me dijeran que es alguien especial, diría que va más allá de lo antes concedido. Es como si hubiera nacido para ser mía, como si nuestros destinos se hubieran visto entrelazados incluso antes del nacimiento.

Un amor tan bello y profundo, aunque sepa que es unilateral.

¿Qué más da? Mientras pueda proteger su sonrisa y todo lo demás, seré feliz. Me contentaré con verla a la distancia, no pediré nada más.

Sólo espero que se encuentre bien...

Suspiré, recostándome más en el escritorio. Di unas cuantas vueltas en la silla de color vino, cerrando los ojos. Un ligero golpe en la puerta hizo que me detuviera.

¿Quién podría estar golpeando? La puerta ya estaba abierta. Espero que sea importante.

-Entra y cierra la maldita puerta. Si no es nada relevante, no te molestes en dar noticia alguna.

Me incliné hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa negra. Vi a un viejo conocido, pero ni siquiera me inmuté.

-Lo siento, señor. He venido a avisar que la mayoría de preparativos ya están listos, pero, ¿no cree que es demasiado pronto para prepararlo todo?

Habló el hombre de piel trigueña, tomándose uno de los extremos del bigote canoso y dándole pequeñas vueltas.

-No tenemos tiempo que perder. Todo tiene que estar preparado para el 23. Si no me entiendes, ¿tendré que ser más claro?

Tragó saliva. Los ojos color turquesa se fijaron detenidamente en mí, para luego mirar alrededor de la habitación.

La mano que no tocaba el bigote, se pasó por su traje gris de tres piezas, desgastado a más no poder. La camisa blanca se veía limpia, al igual que la corbata marrón. En cambio sus pantalones estaban sucios de la parte inferior, al igual que los zapatos que una vez fueron negros.

Por amor a ti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora