00 Prólogo

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"¿A dónde crees que vas otra vez? Seguro que ese libro tuyo se escribe solo mientras desperdicias tu vida. ¡Bah, eres un inútil y un gandul, solamente sabes decir vulgaridades!"

Las palabras de su padre no dejaban de resonar en la mente de Témmet, alimentando su furia y su inseguridad a partes iguales. Le gustaría poder decir que ya estaba acostumbrado, pero mentirse a uno mismo es mucho más difícil que engañar al resto. Tampoco importaba demasiado, pronto dejaría de escuchar incluso sus propios pensamientos.

—¿Qué te apetece tomar hoy, Tem? — Al mediano no se le escapó la nota de retórica escondida en la pregunta, pero se aventuró a responder igualmente.

—Necesito una buena dosis de inspiración Eld, vamos con algo fuerte.

Si algo tenía Eldel era buen ojo para sus clientes habituales. Bastó un leve giro sobre sus talones y una búsqueda rápida tras la barra para que Témmet tuviera frente a sí una suculenta jarra con uno de sus combinados preferidos, probablemente preparada desde que había plantado el primer pie en el establecimiento.

—Aquí va tu invento con un toque a bayas. —Témmet zarandeó un poco el recipiente para remezclar el líquido y olfateó con ganas para captar los matices de su nueva creación.

—¿Moras? —El tabernero asintió y se alejó para atender a otros clientes mientras el mediano daba un largo primer trago a su jarra, deleitándose con el matiz ácido y aromático que aportaba el jugo de limón. «Soy un puto genio», pensó con satisfacción mientras se relamía.

Así comenzó su ritual de quedarse sentado en un lateral estratégico de la barra, semioculto al resto de la taberna y, al mismo tiempo, con buena visibilidad. Había algo especial en quedarse mirando al resto de clientes atendiendo sus propios asuntos y dejar volar la imaginación sobre las historias que se dispondrían a contar sobre sus últimas aventuras, disfrutando de su propia soledad y silencio sin que nadie le molestase.

Con la segunda jarra de licor comenzó a abrirse camino en su pecho una cálida sensación de relajación y euforia. Podía notar cómo ganaba claridad a la hora de captar matices en las voces, en los gestos de las manos, en la ropa y los abalorios de los aventureros. Casi se sentía capaz de adivinar qué iban a decir o cómo se sentían. Pronto dejaría de provocarle rechazo la idea de socializar un poco con alguno de los grupos más animados y estaba convencido de que hallaría la dosis que necesitaba de anécdotas y detalles para desbloquear su creatividad. Al menos, eso le susurraba una vocecilla en algún rincón de su mente.

Llegó la tercera jarra y Témmet consideró que, tal vez, era mejor seguir donde estaba. Nada podía igualar el confort que sentía en aquel momento y sería una pena estropearlo interactuando con personas que, claramente, no estaban a su altura intelectual. Además, casi podía sentir cómo afloraban ideas en su cabeza al mismo ritmo que se fundían todos los sonidos de la taberna en una cacofonía indescifrable. Empezaba a caer la noche y se notaba en el ambiente, cada vez más caldeado. «Preferiría jugar a algo».

El periplo de Témmet PuertodeindiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora