TRES

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"El Gran Señor, Sukuna Ryomen"


Un niño ha de ser un consorte.

Un Gran Señor ha de marcar territorio.

En la calurosa mañana, Megumi terminó de hacer el aseo en la gran mansión, mientras que Uraume se encargaba de realizar el almuerzo y el Gran Señor se encargaba de sus propios asuntos. El verano había llegado con fuerza. A pesar de que en la montaña el clima era más fresco, el verano no perdonó ese hecho.

Ahora ya habían pasado un poco más de siete meses desde que Megumi llegó a la mansión del Gran Señor, su vida ya parecía ser de lo más normal con esta nueva rutina donde él era el Joven Señor de la mansión.

Actualmente, Megumi y el Gran Señor habían encontrado cosas que hacer, por lo que su tiempo juntos se redujo.

O eso creía Megumi, ya que realmente él había sido el único que encontró algo que hacer, Sukuna simplemente buscó en qué distraerse durante el tiempo libre que Megumi no estaba con él.

Sukuna intentó ignorar el hecho de que ahora Megumi pasaba más tiempo con Uraume y no con él. Le irritaba.

Le irritaba demasiado que su juguete prefiriese pasar más tiempo con su sirviente que con él.

Al principio no se despegaba de su lado y ahora simplemente rondaba más sobre Uraume.

Qué molesto.

Debía recordarle a Megumi quién era su dueño y quién era el que le ayudaba a controlar su ritual maldito.

Megumi le debía todo, no podía dejarlo de lado solo para estar con su sirviente.

Sukuna levantó su vista del libro que leía y la dirigió al pasillo interior cuando escuchó unos pequeños pasos correr por la madera. Megumi pasó con prisas mientras sonreía con entusiasmo, sin percatarse de que su Gran Señor estaba en la habitación que acababa de pasar.

«¿Qué mierda?», se preguntó el brujo para sus adentros.

Megumi nunca lo había ignorado.

Sukuna se levantó y dejó el libro a un lado, luego salió y recorrió el mismo camino que el pequeño hasta que llegó a la cocina, donde encontró a Megumi susurrando algo al oído de su sirviente, que le sonrió.

Sukuna frunció su ceño con total desacuerdo e intervino—: Megumi, vamos a practicar tu ritual —demandó en un tono tosco.

El menor cambió su expresión a una de pena, lo que le molestó más.

—Pero el almuerzo...

—Puede esperar —replicó Sukuna, mientras lo tomaba de la muñeca con brusquedad.

Megumi soltó un pequeño chillido por la sorpresa y se dejó llevar por su Gran Señor, que mantenía una expresión intimidante que jamás le había visto. El Gran Señor estaba de muy mal humor y él no sabía por qué, pero sentía que era su culpa.

—Mi señor, por favor, solo esperemos hasta después del almuerzo —suplicó Megumi, con voz temblorosa.

—Que no.

—Es que... —nuevamente refutó Megumi, desviando la mirada.

Sukuna tensó su mandíbula al ver que este todavía se atrevía a refutar. Megumi no era así de insistente, normalmente aceptaba sin problema.

Más tarde hablaría con Uraume.

—Ya te dije que el almuerzo puede esperar, Megumi, ahora vas a entrenar conmigo —repitió Sukuna de forma brusca, a nada de explotar. Tomó el pequeño rostro por la quijada con una de sus manos y cuestionó—: ¿Necesito recordarte que ahora me perteneces y que tienes responsabilidades conmigo?

El Gran Señor y la Ofrenda | SukuFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora