DOS

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"El más leal sirviente, Uraume"


Un niño ha de ser el Joven Señor de la mansión.

Un leal sirviente ha de ser el protector.

Temprano en la mañana, con el cantar de las aves y la fría luz que traspasaba las puertas, Megumi despertó, después de un gran cálido y profundo sueño. Hacía un tiempo que no descansaba tan bien.

Adormilado, Megumi parpadeó varias veces para terminar de despertarse, debía comenzar con sus deberes del día. Aunque el Gran Señor le había dicho que no se preocupara por eso, Megumi sentía que no podía vivir en la mansión de forma gratuita.

Qué niño tan hacendoso.

Esta vez el Gran Señor no se encontraba en la habitación leyendo o jugando ajedrez, por lo que se sintió solo.

Desde ese día en que lo dieron de ofrenda, Megumi siempre intentó mantenerse junto a su Gran Señor en los ratos libres que tenía. Sukuna siempre le decía que se perdiera por ahí, pero el pequeño no le hacía caso, y él tampoco insistía.

Había pasado un mes y medio, al menos, desde el festival, por lo que ambos individuos se acostumbraron un poco a esta extraña vida.

Después de que se vistió con aquella ropa frondosa de piel de mapache —que fue confeccionada por Uraume—, el Joven Señor salió al pasillo interior de la mansión principal en busca de su Gran Señor.

Aunque no lo dijera en voz alta, el pequeño Megumi se sentía seguro al lado del Gran Señor, cuya personalidad era fría y cálida a la vez.

El menor caminó un poco por el pasillo hasta llegar a la habitación donde Sukuna pasaba la mayor parte del tiempo, algo similar a una sala de descanso y se sentó frente a las puertas corredizas sobre sus pequeñas piernas.

—Voy a pasar —avisó el pequeño, para después deslizar una de las puertas y descubrir que su Gran Señor no se encontraba ahí—. ¿Gran Señor? —preguntó, buscando por él con su mirada.

Megumi realizó una mueca de disgusto y cerró la puerta nuevamente. Se levantó del suelo y reanudó su camino. Tal era el silencio, que el rechinar de la madera por sus pasos era lo suficientemente audible.

Conforme fue llegando al final de pasillo, un olor exquisito inundó sus fosas nasales. Se encontraba pronto hacia la cocina. El Joven Señor aumentó su paso, sintiendo el rugir de su estómago y pronto llegó a la gran cocina.

—Buenos días, señor Uraume —saludó el menor, con pena.

—Mi Joven Señor, buenos días —respondió el sirviente, con una cálida sonrisa—. Ya le he dicho que solamente me llame por mi nombre —recordó el mayor.

—No me siento cómodo llamándole solamente por su nombre —admitió Megumi, con vergüenza.

—Está bien. —Amplió su sonrisa—. ¿Tiene hambre? —preguntó, mientras sentaba a su Joven Señor en la isleta de la cocina.

Por lo que Megumi pudo notar en su tiempo viviendo aquí, notó que, a pesar de ser una mansión tradicional, contaban con algunos muebles modernos, que no había visto antes en el pueblo.

El menor asintió e inquirió—: Uhm... no encontré al Gran Señor en la habitación donde dormimos ni en la de descanso.

—Oh, salió de caza más arriba —contestó Uraume, mientras condimentaba el guisado en aquella enorme cacerola.

El menor contestó con un sonido proveniente de su garganta, justo como lo hacía su gran señor. Al notar este pequeño parecido coincidente, Uraume sonrió nuevamente.

El Gran Señor y la Ofrenda | SukuFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora