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"Desterrados de las tierras arrasadas,
ilegales del suburbio del Edén,
heredaron una historia mal curada,
y las marcas de las piedras del desdén,
por los siglos de los siglos...
en la sien..."

-Aporofobia, retirada.
Agarrate Catalina-

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Es una falacia afirmar que el tiempo cura las heridas. No sólo no las cura sino que las hace más ondas y más dolorosas. Con el paso del tiempo las heridas no hacen más que sangrar y supurar. Si no fuera así, cómo es que Mew  siente tanto dolor, un dolor intolerable y repentino cada vez que espera allí, al costado de las vías herrumbradas a que pase el tren.

 

  Se le seca la boca y se le acelera el corazón. Siente terror. Terror por esa máquina de cien toneladas de acero que ruge a toda velocidad, devorando carbón ...y personas a su paso. Cuando la siente cerca hace un esfuerzo para no mirarla y entonces inevitablemente sus ojos se mueven hacia los matorrales. Y aquella vieja herida del alma comienza a sangrar otra vez.

 

    No importa que ya hayan pasado una docena de años. Mew no logra evitar la visión que lo acecha siempre: su propio cuerpo, de doce años, tirado en la tierra lodosa, la sangre cayéndole a borbotones, y las risas de los rostros deformados por el odio, burlándose de su...enfermedad.

   Le gritan que está enfermo, que ser maricón es una enfermedad, qué es una bestia y que siempre lo será. Y lo dejan allí tirado bajo una inclemente lluvia fría. Personas van y vienen, cruzan las vías sin siquiera atreverse a mirarlo. Mew alcanza a escuchar a un par de ellos mientras pasan a su lado:  "...es una de esas bestias. Esas bestias inmigrantes que vienen a robarnos el pan y las camas de los hospitales. Si fuera uno de nosotros no estaría allí desnudo y sangrando. Seguro que se cayó del tren o lo tiraron..."

   El estruendo del tren lo saca con violencia a Mew de sus recuerdos. Doce años después su cuerpo tiembla de la misma manera. La bestia es ese tren de carga que cruza el pueblo una vez a la semana, llevando abastecimientos al país vecino y también trae personas. Indocumentados, ilegales que se aferran a él prefiriendo morir en el intento de cruzar la frontera a morirse de hambre en su propia tierra.

   Mew se seca las lágrimas mientras se da cuenta de que ya no está llorando por el recuerdo, sino por ese jovencito agazapado, tembloroso y empapado hasta los huesos que lo acaba de mirar desde el techo frío de la bestia. Y justo cuando el último vagón comienza a desaparecer de su vista dibujando una curva peligrosa, un relámpago parte en dos el firmamento y un par de bultos caen con golpes secos al lado del camino.

    No son bultos, Mew lo sabe. Son personas...

 Agitado e impaciente ve cómo la barrera comienza a elevarse. Y es consciente de que si acelera la vieja camioneta, en un segundo estará lejos de aquella bestia de acero y de aquellas bestias que el tren acaba de vomitar. Pero en un acto que jamás podrá explicar, apaga el motor y camina decidido hacia ambos bultos.

    Uno está tieso. Mew suspira aliviado al ver que su rostro está vuelto hacia la tierra. Al menos sabe que no tendrá que ver unos ojos muertos persiguiéndolo en sueños. Da un paso más y se frena en seco. Un rostro joven, magullado, ensangrentado, con un cuerpo demasiado delgado para cualquier ser humano y unos ojos que impactan con la misma mirada que Mew había visto desde arriba de la bestia tiemblan delante de él.

A pesar del terror que siente, y a pesar de que cada fibra de su cuerpo le grita que salga corriendo, Mew aprieta los labios y toma al joven en sus brazos. Le duele en el alma darse cuenta de que no pesa nada. Le estremece el corazón un atisbo de media sonrisa pálida que ve justo antes de que aquella joven bestia inmigrante se desmaye junto a su pecho conmovido, tan conmovido como nunca antes lo ha estado.

Bleeding Beast...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora