XVI

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Raíces de la historia

Cleissy se escondió detrás de un tramo y escuchó la conversación que mantuvieron lady abuela y el capitán durante la tarde, ambos estaban sumergidos en una tensa discusión acerca del destino de Aliona. A ella le temblaban las manos y su corazón daba un vuelco con cada palabra.

—¡La muchacha está arruinada! —dijo Rudolf—. Démela como esposa y yo restableceré su honor.

—Solo tiene dieciséis —terció lady abuela—. No, todavía es muy joven.

—La princesa tiene la misma edad y el rey ya hizo planes para ella. Su hijo se encamó con Elysa York a los diecisiete. Usted desposó al rey Bernal apenas con dieciocho años.

—El estado de esa niña todavía es delicado. No hay porque apresurarnos.

—Le recuerdo que ya no es una niña gracias a los Herejes. Quiere protegerla y lo comprendo, pero ¿qué ocurrirá tan pronto algún lord se fijé en ella y en la noche de bodas se percate de que su nueva esposa no es virgen? Recibirá diez latigazos por una infidelidad que no cometió. Si es mi mía no tendrá tales calumnias o castigos.

Hubo un prolongado silencio. Cleissy se pellizcaba los dedos de ambas manos hasta el punto de que sangraran. La culpa le pesaba en el pecho a través de un odioso nudo en la garganta y las lágrimas bajaban por sus sonrojadas mejillas. Lady abuela y el capitán bajaron la voz y lo único que logró escuchar antes de escabullirse fue: «Yo misma escribiré al rey informando acerca de la situación».

La princesa volvió a su habitación y se echó a llorar al lado de Nevado.

Temprano en la mañana, antes de que el sol abrazará el cielo pálido, Cleissy se encaminó al dormitorio donde descansaba Aliona en compañía de Ser Estefan, quien lucía preocupado por ella. Tocó dos veces y no obtuvo respuesta, de modo que optó por llamar su nombre.

—Aliona, soy Cleissy. Por favor, ábreme.

—Márchese, princesa. No soy digna de usted. Soy una vergüenza.

Cleissy suspiró y entró de todos modos. Aliona le dio la espalda y se abrazó las costillas. Ella atisbó algunos moretones en la piel de la chica a través de la tela blanca.

—Perdóneme. Debí cuidarte mejor —dijo Cleissy, llena de dolor.

—No se disculpe. Si la hubieran deshonrado a usted también... en fin, hubiera sido un escándalo. Me alegro de que esté intacta.

—Aliona, mírame. Yo... —la princesa deseaba abrirse con ella. Decirle que verla de esa forma la destruía, que temió perderla casi una vez y que desde el fondo de su alma quería curar cada una de sus heridas con el amor que le latía en su corazón.

Finalmente, Aliona se dio la vuelta y ella vio su labio roto y sus ojos rojos.

—Rudolf y yo vamos a casarnos esta noche —dijo—. Será una pequeña celebración con pocos invitados. No tengo una dote, sin embargo, lady Evina habló conmigo anoche y me obsequió parte de sus joyas de la misma manera sus damas escogieron un lindo vestido con un precioso velo.

Cleissy tuvo un dolor repentino en el pecho. Sus ojos grises refulgieron de tristeza.

—¿Quieres esto?

—Sí —afirmó Aliona y le tomó las manos—. Yo lo amo.

Y oír esas palabras era mucho más duro que cualquier pelea con un gigante. A Cleissy se le resbaló una lagrima.

—Debe olvidarse de lo que cree sentir...por mí. Es un terrible pecado —sonrió enternecida—. Siempre lo supe —y una lágrima resbaló por su mejilla.

Los hijos del Imperio: El reino caído #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora