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La princesa y la doncella

—El detalle sin duda alegrará al rey y a la reina —dijo lady abuela y le entregó dos broches de oro con olas en espiral—. Diles que es para el mal de ojo. No podrán rechazarlo y verán tu buena fe, de ese modo también terminaras tu enemistad con Freya. Lord Rowling será tu compañía esta mañana.

—¿Debo ir con él?

—Es tu prometido y en dos días tu esposo. Verlos juntos será agradable a los ojos del rey.

—Ni siquiera he hablado mucho con él.

—Ya tendrán tiempo. Esta misma tarde pasearas con él.

Cleissy asintió, no muy animada. Ella se encontraba en las estancias de lady abuela a la espera que el reloj marcara la hora justa para dirigirse a la capilla. Era una mañana despejada y brillante. El color verde salpicaba las hojas de los pinos, la tierra olía a humedad y las flores abrieron los capullos una vez más. La brisa soplaba fresca y agradable. Por la ventana se apreciaba todo el follaje de los alrededores del castillo, las copas de los árboles se agitaban y uno que otra ave, que emigró durante el otoño, regresaba y batía sus alas.

Cleissy tenía la frente y mano apoyada sobre el cristal; su mente estaba en medio del barro, el agua de los ríos, la madera, el viento al tiempo que sus pies estaban firmes dentro del castillo recordándole cuál era su destino.

La primavera era la estación favorita de Cleissy, además de traer el calor de vuelta a sus huesos, le recordaba a su madre. Elysa, por decirlo en simples palabras, traía a aquellos muros la misma gracilidad y candidez que el sol a un tallo joven. Nada se marchitaba, todo renacía.

Sin embargo, aquella primavera le parecía tan triste como cualquier frío invierno. Su madre ya no estaba y en dos días desposaría a Dorian Rowling, el mismo día de su onomástico. Cumpliría diecisiete y con aquello moriría su inocencia.

Ella se estremeció y tuvo terribles ganas de echarse a llorar, mas ninguna lágrima brotaban por sus apagados ojos. Que horrible era todo aquello, pero ¿qué otro camino tenía?

El toque en la puerta hizo que dejara atrás sus pensamientos y rápidamente volvió la cabeza a la entrada.

—Ya debemos irnos, cariño. Vamos, no pongas esa cara de mal gusto o hablaran de ti. Hoy es un día especial. Lady Maya ayúdame a levantarme.

Las compuertas se abrieron. La anciana alzó la barbilla y salió caminando con gesto ufano mientras sus damas le dejaban espacio a Cleissy. Lady Aliona iba hombro con hombro con lady Maya. De vez en cuando ella miraba por encima de su hombro a su dama de compañía. Tras compartir aquel beso en las Ciudades Costeras, Aliona se mantenía más callada de lo habitual, sus respuestas hacia Cleissy eran cortas, aunque notó unos toques tiernos en sus manos.

—A la reina no le agradara que sea madrina de su hijo mayor —confesó Cleissy.

—El rey lo decidió así. No se quejará, al menos no delante de él —replicó lady abuela—. De igual modo, es algo que no puede deshacerse.

—¿A quién crees que se parezcan? —inquirió ella.

—A su padre, por supuesto. Nuestro rey fue afortunado; tener dos hijos al mismo día sin duda es una bendición.

Aquella mañana se llevaría a cabo el acto del Sacramento de purificación. Hacía más de un año que Callum abandonó los ritos religiosos, ni siquiera participaba en los cultos como ella y lady abuela; acción que provocaba descontento de algunos nobles y del mismo sumo sacerdote, quien insistía al monarca tomar los votos religiosos al igual que lo hizo el rey Vikram. No obstante, Callum no se opuso al bautizo debido a que la solemnidad también era una demostración de legitimidad a sus hijos y heredero ante los ojos de los hombres y de los dioses.

Los hijos del Imperio: El reino caído #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora