XIX

9 2 0
                                    

Conflicto, furia y deber

Cabalgaron toda la noche hasta llegar a una vereda solitaria, cerca de un río y una granja. Rudolf y lo que quedó de los soldados alcanzó a las cuatro mujeres con las primeras luces y decidió que debían marchar hacia el este, por el bosque y de esa manera perder el rastro de los Herejes. La otra opción viable eran las montañas, pero ninguna creía soportar un viaje así.

Esa noche durmieron en un claro sin árboles y con la única vista de las estrellas en el cielo. Nevado siempre permaneció al lado de la princesa. Al siguiente día partieron al amanecer. A medida que avanzaron el olor a sal y el viento cálido les dio de lleno. Pronto divisaron una línea azul y espumosa y más adelante una ciudad de pescadores, herreros y marineros.

Marcharon a medio galope hasta atisbar un catillo de mampostería en lo alto de un risco. Cleissy advirtió en el escudo de un barco adosado en la pared del muro que dividía al pueblo del palacio Leeuween.

El grupo subió una escalera que recorría toda la pendiente de piedra maciza y en la entrada del castillo un hombre alto y negro los esperaba.

—¡Lewis! —exclamó lady abuela al desconocido.

Lewis dios una reverencia y besó el dorso de la mano de la anciana, al mismo tiempo le agradeció con una mirada silenciosa a Callum White por servir como protector de su tía. La muchacha lo conoció en la boda de Callum, empero nunca llegaron a conversa de manera apropiada. Detrás de él había chicas y chicos de la edad de Cleissy, en total era unos diez por lo que alcanzó a contar con la mirada.

—Mis hijos —dijo Lewis en dirección al grupo de antes y empezó a mencionarlos uno por uno, mas Cleissy no le prestó atención.

Ella caminó a la orilla de risco y observó el mar y la playa con ilusión. El viento le revolvió el cabello y la princesa saboreó la sal en sus labios. Algunos navíos se encontraban en mar abierto y otros anclados a los puertos.

—Princesa —Cleissy volteó la cabeza y vio la mirada reprobatoria de lady abuela—. Hay que ir adentro. Disculpen a mi nieta, ha sido un viaje duro.

A Cleissy se le enrojecieron las orejas.

La muchacha fue conducida a uno de los pocos dormitorios con vista al ancho océano. Las criadas de lord Leeuween asistieron su estadía, llenaron la bañera y frotaron su piel sucia, más tarde la ataviaron con un vestido sencillo, medias y zapatos. Durante el crepúsculo bajó al comedor para la cena. La servidumbre encendió las antorchas y Cleissy se acomodó al lado de una de las hijas del lord Leeuween. Amanda era su nombre y Cleissy se sintió aliviada de recordarlo, porque una vez que sirvieron el pulpo, lady Amanda le habló.

Aliona estaba sentada al otro extremo de la mesa, al lado de Rudolf, quien charlaba con el señor del castillo. Su dama le echaba miradas y ella creyó ver una sombra de frialdad en sus carismáticos ojos.

Cleissy decidió mostrarse más abierta con lady Amanda al punto de acomodar su cabello con un gesto dulce y reírse con ella. Volvió la vista a Aliona y en esta ocasión destilaba enojo a través de sus facciones; tenía los labios apretados y las cejas fruncidas. Rudolf le habló al oído y enseguida se calmó.

—Le pido disculpas, mi lady, estoy exhausta, por ello iré a dormir.

Nevado salió debajo de la mesa y marcharon fuera del comedor. El ruido de las olas llegaba al castillo y en la quietud de los pasillos, Cleissy disfrutó el pequeño paseo hacia sus estancias mientras se deleitaba con la luna llena y el sonido del mar. En el dormitorio decidió ir al balcón y gozar de la vista. Ella se encontró a sí misma buscando en la arena alguna señal de una sombra o una silueta.

Los hijos del Imperio: El reino caído #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora