XXV

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Mesías

Distinguió voces fuera del mausoleo; susurraban y hablaban deprisa. Los ojos le pesaban tanto que no podía abrirlos. El débil cuerpo no se movía, sin embargo, las heridas que recibió en la espalda le ardían y palpitaban lo que hizo que se sacudiera.

Callum no recordaba mucho de los últimos días, su mente estaba confusa y todavía deliraba acerca de lo ocurrido. La mayor parte del tiempo dormía. Descansaba en una cama improvisada, provista de heno y viejas sábanas. En algunas ocasiones logró percibir la voz familiar de una mujer. Ella cuidó de él y así recuperó poco a poco la fuerza que perdió.

De vez en cuando la fiebre le atacaba e imaginaba cosas. En una ocasión logró ver a su querido hermano Eritz de mayor; era tan alto y fornido como él, con una cabellera castaña hasta la nuca y ojos violetas. El rey deseó con todo su corazón que ese sueño se hubiera hecho realidad, a pesar de que el príncipe murió hace mucho tiempo ya.

En otra ocasión vio a sus padres, lucían igual a como los recordaba. Cleissy seguía igual, llevaba el cabello trenzado y ese vestido azul que tanto le gustaba. Una hermosa sonrisa se dibujaba en su cara, alegre y traviesa. Luego vino el sueño que lo dejó sin aliento: bajo un manzano ubicado en el jardín del palacio, Evy lo esperaba, Callum intentó acercarse, mas en cada ocasión ella se alejó. Él quería estrecharla en sus brazos, sentir su calor y oler una vez más su perfume. Quería decirle cuanto le hacía falta, que no la había olvidado y que perdonara su atrevimiento por tomar una esposa tan rápido. La antigua reina sonreía y siempre susurraba: «No es tu tiempo, amor mío».

Una noche abrió los ojos. Todo se hallaba a oscuras, a excepción de la débil luz plateada que se abría paso en el mausoleo a través de los agujeros. Callum sacudió la cabeza, estaba mareado y los brazos y piernas le pesaban.

Débiles recuerdo aparecieron en su cabeza: los gritos de los soldados, el choque de espadas, sangre, cuerpos por doquier, dragones muertos, el lodo, el hierro desgarrando su carne. Ahora recordaba todo con más claridad. Fue traicionado por su primo y azotado hasta morir por Rudolf, aunque se preguntó cómo es que se encontraba ahí, todavía vivo.

Pensó en lady abuela, la mujer que le advirtió que no confiara en ellos, y en ese momento Callum maldijo su estupidez.

Callum hizo un esfuerzo y se levantó a duras penas. Una vez que salió vio a tres hombres y dos muchachos sentados en torno a una fogata conversando. Era de noche y las estrellas brillaban. Para su sorpresa él reparó en la presencia de Lavana, el oráculo. Fue la primera en fijarse en su majestad. Los soldados callaron y Ser Draven White se acercó con cuidado. Tenía moretones y heridas por todo el cuerpo, pero Callum notó el entusiasmo en su mirada.

—Majestad —se inclinó y bajó la cabeza, sus compañeros lo siguieron. Callum se sintió honrado de que algunos continuaran siendo leal a él, aun así, algo por dentro le gritó que tres hombres y dos escuderos no le servirían de mucho—. Nos alegra verlo por fin despierto. Temíamos haberlo perdido otra vez.

—¿Dónde estoy? —un fuerte tirón haló de la herida y Callum tuvo que obligar a sus piernas a soportar su peso para no caer—. ¿Cómo llegue aquí? ¿Cómo sobreviví luego de tal tortura?

Los soldados se removieron en sus asientos improvisados y él se percató de los rostros de Ser Fabien y Ser Thomas, ambos magullados. La piel bronceada de Ser Fabien estaba curtida por la tierra y salpicada por hematomas; Ser Thomas tenía la cabeza rubia vendada y un cabestrillo en el brazo derecho. Ser Draven se apresuró en contestar:

—Estamos al sur de Rouvre, cerca de los puertos. Luego de que fuera capturado por Dorian, pudimos escapar a duras penas —paseó la mirada por los otro dos caballeros y los escuderos—. Ideábamos un plan para rescatarlo cuando Lionel me informó lo que pretendían hacerle, pronto llegamos al lugar y descubrimos que era demasiado tarde; solo éramos tres y atacarlos no hubiera servido de nada, de modo que aguardamos hasta la noche y robamos su cuerpo. Fue entonces que nos topamos con esta dama, aseguró que podría ayudarnos a que viviera nuevamente. Hubo dudas y desconfiamos —suspiró—. Ella cuidó de nuestras propias heridas y le dimos un voto de confianza. Permaneció tres días muerto.

Los hijos del Imperio: El reino caído #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora