VIII

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El oráculo de Los Antiguos

—¿Por qué te atreviste a levantarle la mano a un miembro de la familia real? —espetó Callum. Sus ojos se encontraban entornados en Freya, quien era más baja que él y se estremecía—. Fui muy bondadoso con tu familia. ¡Te llené de regalos! ¡Le di a tu padre un lugar en mi concejo! ¡Escuché los consejos de tu madre! ¿Y así es como me lo agradeces?

En cuanto lady abuela abandonó lo aposentos de la princesa, le contó al rey el altercado que sucedió momentos antes del ataque. Callum entró en cólera y de dirigió de inmediato al dormitorio de Freya.

—No dudo de su gran generosidad, majestad, pero la princesa me dijo cosas horribles. Cosas que ninguna mujer quiere escuchar —se defendió ella.

Myrell se encontraba allí cuando él arribó al lugar, de pie al lado del dosel de la cama de su hija. Desde que empezó la discusión no dejó de observarlos, poseía los mismos ojos que Freya y saltaban de miedo cada vez que el rey alzaba la voz.

—Me llamó mujerzuela —continuó diciendo. En su rostro se reflejaba una especie de gesto entre ira y tristeza—. ¡Le entregué todo mi valor y su hermana malcriada no ve lo que eso significa!

—Cuidado con lo que dices, mujer —masculló Callum—. Recuerda tu posición.

Freya ahogó un gemido y su madre le abrazó los hombros.

—No era tu derecho corregir su comportamiento —espetó, el corazón le palpitaba deprisa—. Debiste informarme primero y luego yo decidiría que hacer. En cambio, tuviste la suficiente audacia para creerte alguien con poder y solo eres... una distracción. No quiero volver a ver tu cara.

Callum vio las mejillas ruborizadas y perladas de lágrimas de Freya. Ella corrió hacia Callum y se derrumbó a sus pies mientras sujetaba su capa. Él intentó apartarla, pero Freya insistía en permanecer ahí.

—Mi amor... Mi amor —susurraba.

La tomó por el brazo y la obligó a levantarse, el cabello lo tenía pegado a la cara y su labio inferior temblaba. Callum la soltó y dio la vuelta para marcharse de ahí. Al salir al corredor escuchó por encima de las armaduras de la guardia real el ruido de unos pasos apresurados. Él no se detuvo, sin embargo, Myrell logró alcanzarlo. Callum se fijó que Freya era muy parecida a su madre y se imaginó que en sus años sería una copia exacta de ella, con el pelo amarillo pálido y las arrugas por toda la piel.

—Majestad, le ruego que perdone la falta de mi hija —lucía apenada—. La ira tomó control de ella y no pensó en lo que hacía.

—¿Ah no?

—Admito que no obró de la mejor forma, pero tiene un buen corazón y, sobretodo, lo ama.

—Tiene suerte que no haya mandado a cortar su cabeza —dijo y pasó al lado de la mujer.

Para la cena continuaba del mal humor. Esa noche le permitió a Cleissy traer a lady Aliona a la mesa y de ese modo levantar un poco su decaído ánimo. Sufrió un enorme susto al ver a la princesa desmayada y con una contusión en la cabeza, para su fortuna no fue nada grave y se recuperó a los pocos días.

Lady abuela cenaba en silencio en tanto los cuchicheos de Cleissy y su dama resonaban por la estancia. La anciana le lanzó una mirada inquisitiva, ella no comentó nada en toda la velada, pero tenía el presentimiento que vendría a pedirle que envíe a los Alfotch devuelta a sus tierras. Para su suerte, su hermana decidió interrumpir esa silenciosa tensión.

—Hermano, ¿tienes dos lunares en el pecho?

La pregunta lo desconcertó. Rápidamente alcanzó a ver el gesto confuso de lady Aliona y la mirada penetrante de lady abuela.

Los hijos del Imperio: El reino caído #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora