XXVI

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La huida de Cleissy

Cleissy miró distraída el grajo en su ventana, el ave picoteó unas cuantas migas de pan que dejó en la mañana y emprendió vuelo al cielo despejado. La cabeza apoyada en los doseles de la cama, la mirada vacía en el cielo.

Perdió la cuenta de los días que habían transcurrido. Lady abuela se marchó con su doncella y la abandonó en los fríos y desiertos muros del palacio. Cada día, tan pronto se despertaba, se preguntaba una y otra vez por qué lo hizo.

Entretanto, su esposo, el usurpador, la había dejado tranquila. Ella rezó todos los días a Los Antiguos para que se entretuviera con otras mujeres y no la recordara, y así permitirse estar encerrada en su dormitorio. Lady Nora la vigilaba todo el tiempo. Estaba segura de que informaba a lady Amira de cada uno de sus movimientos. «Debo actuar como ellos desean, sumisa, de esa manera no tendrán una excusa para castigarme».

Por las noches, observaba el cielo en busca de consuelo. No podía evitar pensar en Allen y sus enseñanzas; jugaba con las zarzas y las manipulaba. Algunas veces mató aves nocturnas, al inicio sintió lástima por ellos, pero después todo se fue. Un vacío le llenaba ahora el pecho a Cleissy.

Estaba sola.

Todos se habían ido.

Era ella contra Dorian. Una oveja contra un lobo.

Un día, a finales de mayo, se encontraba leyendo cuando escuchó un ruido peculiar. Cleissy se acercó a la ventana y buscó con la mirada. El sol se escondía por el horizonte y el cielo rojo vertía su luz apagada sobre los bosques. El cuerpo se estremeció en el momento que oyó el aullido, vino de alguna parte, triste y melancólico, como si cien cuchillas se clavaran en su corazón. Nevado la llamaba. No solo era su mascota o guía, también era su amigo.

Al día siguiente su doncella la despertó temprano.

—La reina madre desea tomar el desayuno con usted, mi reina.

—No me vuelvas a llamar de esa manera —espetó Cleissy desde la cama mientras escondía el nuevo cuaderno de dibujo—. Te lo prohíbo.

—Es... es su título, mi lady —dijo con voz queda la muchacha—. Es la esposa del rey.

—¡De un usurpador queras decir!

—Le recomiendo no referirse a nuestro rey de esa manera, es impropio. Lady Amira quiere hablar respecto a sus nuevas obligaciones.

Cleissy soltó un gruñido y lady Nora la guío a la salida del castillo.

Amira se hallaba sentada en la terraza. Sus sirvientes estaban a su lado al igual que la nueva guardia real formada por hombres kuryanos. Cleissy dio un vistazo atrás y echó una mirada de soslayó a Ser Estefan, quien se vio obligado a hincar la rodilla por Dorian.

—Toma asiento, querida —dijo una vez que ella estuvo lo suficiente cerca.

Cleissy obedeció y esperó paciente a que sirvieran una bebida caliente. Lady Nora arguadó a un lado.

—Nuevos cambios se asoman a nuestro futuro. Dorian regresó y tienes un deber que cumplir con él. Supongo que fuiste educada como es debido para saber el noble arte de concebir hijos. No tuvieron mucho tiempo después de la boda y ahora tendrán más que suficiente.

Cleissy intentó disimular lo agobiada que estaba.

—Lady abuela se encargó de enseñarme lo necesario —contestó.

La anciana mostró una sonrisa desdeñosa.

—Lady Evina, ¿eh? ¿Y qué te enseñó?

Ella apretó la taza en sus manos con fuerza y la miró a la cara. Le contó a su suegra la poca información que sabía.

Los hijos del Imperio: El reino caído #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora