Capítulo 6. Lágrimas amargas

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Archer no tenía razón.

Ocultar información era, en efecto, mentir. Y las mentiras nunca eran buenas, ni siquiera si se usaban para preservar la felicidad de las personas involucradas.

Las mentiras no eran una vía de escape ni una solución instantánea. Las mentiras, desde las más pequeñas y piadosas, siempre atraían más mentiras. Para sustentar una mentira en el tiempo, era necesario involucrar una nueva mentira por encima.

Mentiras que cubrían mentiras. Mentiras que desmoronaban la confianza. Mentiras que resquebrajaban relaciones. Mentiras que oprimían, mentiras que condenaban. Mentiras que lastimaban.

Addison siempre había odiado las mentiras. Desde los siete años, se había visto obligada a mentirle a Bizzy para encubrir al Capitán y sus amantes en múltiples ocasiones. La primera vez que mintió, de hecho, había sido culpa de su padre.

Una tarde después del colegio, ella lo había acompañado a su práctica y se había quedado leyendo un libro de cuentos en la sala de espera del consultorio, mientras tanto, él "hablaba" con su profesora de francés sobre su rendimiento académico.

Addison había obtenido una B por primera vez en su vida en un examen de francés, y tenía miedo por lo que dirían sus padres al enterarse de semejante tragedia. Bizzy probablemente estaría molesta, ya que ella no aceptaba nada que no fuera sobresaliente por parte de sus hijos. O bueno, por parte de su hija, en realidad.

—Gatito, dile a Bizzy que fuimos por un helado —le había dicho su padre al salir por la puerta después de unos quince minutos. No llevaba puesto el saco gris que traía al principio y su camisa y cabello estaban desarreglados, como si hubiera salido recién de la ducha.

Addison simplemente había asentido, agradeciendo internamente que su padre no la había regañado por esa calificación terrible que había obtenido. Esa misma noche, y con el corazón a punto de escaparse de su pecho, la pequeña niña había juntado coraje y le había dicho la mentira a su madre mientras cenaban.

—La próxima vez disminuye tu consumo de azúcar —le había respondido Bizzy, al notar su evidente nerviosismo corporal.

La historia se repitió la semana siguiente, pero esa vez su padre había estado con su profesora de tenis. Y luego con su niñera. Y también con la nueva niñera que vino después de que la anterior renunciara sin motivo aparente. Y también con la secretaria de su práctica. Y la secretaria de la universidad. Y un montón de mujeres que Addison ni siquiera sabía de dónde eran.

A medida que fue creciendo, comenzó a darse cuenta de que su padre lo que menos hacía era hablar con ellas. Era un mujeriego que engañaba a su esposa con cualquier mujer que se le cruzara. Pero ella siguió cubriéndolo con mentiras ridículas con tal de proteger a su madre de aquella cruel verdad que la destruiría.

Y todo para que, a sus cuarenta y dos años de edad, se enterara que en realidad la que siempre había mentido había sido Bizzy. La infiel adúltera había sido ella, no el Capitán.

Bizzy había mentido sobre su matrimonio. Bizzy había fingido no saber de las aventuras de su esposo. Bizzy había mentido sobre su orientación sexual. Bizzy había fingido ser amiga de Susan. Bizzy había mentido por treinta años y culpa de sus mentiras, la familia se había arruinado.

Quizás, si toda su vida no se hubiera construido en base a mentiras, su madre estaría viva en ese momento.

Por supuesto que la verdad no hubiera evitado que Susan contrajera cáncer, pero al menos hubieran vivido su vida sin tener que fingir ni esconderse. Habrían tenido una buena vida juntas, y quizás Bizzy no se hubiera suicidado.

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