God Laughs

Capítulo 4. Memoria muscular

La traición y la mentira eran dos cosas que Derek no podía tolerar.

La confianza era algo que valoraba por encima de todo, y cuando sentía que alguien traicionaba uno de sus principios, su instinto natural tendía a huir. A alejarse para sufrir esa herida en soledad.

El día que encontró a su esposa y a su mejor amigo juntos en su cama, fue tanta su desesperación y decepción que huyó sin rumbo. No se molestó siquiera en armar una maleta o en pensar su próximo destino. Simplemente tomó las llaves de su auto, guardó sus documentos en el bolsillo interno de su abrigo y salió por la puerta principal de su casa en Nueva York, haciendo el mayor esfuerzo por no mirar ni escuchar a su esposa, que le rogaba entre llanto que se quedara. Pero él no podía quedarse.

Se sentó en el asiento del conductor, encendió el vehículo y comenzó a alejarse. Condujo durante horas, tan concentrado en la carretera y en la tormenta que no se dio cuenta lo mucho que se había alejado hasta detenerse en la costa opuesta del país.

La traición había sido doble. Por un lado estaba su mejor amigo, prácticamente su hermano, al que conocía desde que eran niños pequeños y al que había hecho parte de su familia. Aquel que estuvo con él desde el primer día de clases en la primaria hasta el último día de la residencia quirúrgica en el hospital de Nueva York. Pasando por todo tipo de momentos en el medio, como los nacimientos de sus hermanas, el divorcio de los padres de Mark, la muerte de Christopher, los campamentos de verano, los partidos de baseball, las carreras de coches de juguete, las travesuras molestando a sus hermanas, los primeros días de universidad, las tardes de estudio, entre varios momentos inolvidables. Había sido su compañero desde que tenía uso de la razón.

Y por el otro lado, su esposa. La persona que le hizo descubrir lo que era amar a niveles inexplicables por la ciencia. La persona en la que confiaba con los ojos cerrados. La persona que más lo conocía en el mundo y la que no necesitaba de palabras para saber lo que estaba pensando. El amor de su vida. Su mejor amiga, su cómplice, su alma gemela, su otra mitad, su compañera de ruta, la primera persona que veía al despertar y la última cuando sus ojos se cerraban. La actriz protagonista de sus sueños. La doctora que le había robado su apellido. La otra Shepherd, la mejor cirujana que conocía, su aliada en el quirófano. Su pilar y su sostén. Su hogar y su amparo. Su refugio. Todo eso y mucho más había sido Addison para él.

Y haberla visto esa noche, desnuda con otro hombre, haciendo algo que solo se suponía que debía hacer con él, besándolo como solía besarlo a él, tirando de su cabello como solía tirar del suyo, fue... fue devastador. Fue impactante, fue exasperante, fue asqueroso, fue doloroso, fue triste, en simples palabras, fue lo peor que le pasó en la vida. Y la única solución posible –si es que existía alguna– fue huir.

Huyó de ellos dos lo más lejos que pudo esa noche. Compró un remolque y un terreno en el bosque para comenzar su nueva vida en Seattle. Aceptó un cargo importante en el departamento de neurocirugía que Richard, uno de sus mentores, le había ofrecido en uno de los hospitales más prestigiosos de la región. Conoció a Meredith en un bar, rápidamente se enamoró de ella y sintió que al fin había reconstruido su vida. Pero su plan de huida no había funcionado del todo, porque unos meses después, Addison fue tras él.

Cuando ella llegó a Seattle y le dio los papeles de divorcio, Derek se negó a firmarlos y decidió darle una segunda oportunidad a su matrimonio. Quiso apostar una vez más por el amor tan fuerte que se habían tenido. Quiso apostar por su pequeña familia. Quiso pensar que todos esos años juntos no habían sido en vano y que el sentimiento que los había unido por primera vez aún estaba ahí, oculto en alguna parte esperando a ser encontrado. Quiso perdonarla y volver a intentarlo, pero... inconscientemente no pudo hacerlo.