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El sol brillaba intensamente sobre la playa de Miami, y el calor veraniego nos envolvía en una atmósfera de pura felicidad. Estábamos todos relajados en la arena, disfrutando de este momento de tranquilidad en familia. Me recosté en una reposera junto a Luis, ambos con nuestros anteojos de sol, observando el mar.

De repente, mi mirada se fijó en Antonella. Ella llevaba un bikini que le quedaba perfecto, destacando su hermosa pancita de embarazo. Caminaba con los gemelos, uno en cada mano, y se dirigían hacia el mar donde Ximena y sus hijas estaban jugando.

Noté cómo algunos hombres en la playa la miraban, admirándola con una mezcla de asombro y admiración. Mi corazón se aceleró y una oleada de celos me recorrió. Sentí una punzada de incomodidad al ver a Luis observándola también, aunque sabía que no era más que un tío orgulloso.

No pude contenerme más y me volví hacia Luis.

—Luis, baja la vista un poco, ¿queres? —le dije, intentando mantener el tono ligero, pero con una pizca de seriedad.

Luis soltó una carcajada y levantó las manos en señal de rendición.

—Tranquilo, Santi. Solo estoy orgulloso de mi sobrina y de lo hermosa que se ve con esa pancita. Pero entiendo, es tuya —dijo, sonriendo de manera comprensiva.

Sin pensarlo dos veces, me levanté de la reposera y caminé hacia ellos. Cuando llegué a su lado, Antonella me miró con una sonrisa que me derretía por completo. Alzó a Max, y yo lo recibí en mis brazos mientras caminábamos juntos hacia el mar.

—¿Todo bien? —le pregunté, intentando sonar casual, aunque mi voz revelaba algo de mis celos.

—Sí, todo perfecto —respondió Antonella, sin darse cuenta de mi incomodidad.

Max comenzó a quejarse y a tirar de mi brazo, claramente incómodo en el agua.

—¿Quieres salir, campeón? —le pregunté, y él asintió vigorosamente.

Lo saqué del agua y lo llevé de regreso a las reposeras. Luis nos observaba con una sonrisa mientras envolvía a Max en una toalla y lo secaba suavemente. Luego, lo senté en la reposera junto a nosotros. Max se acomodó, disfrutando del calor del sol que lo ayudaba a secarse rápidamente.

Luis y yo nos relajamos nuevamente, observando a Antonella y Ximena que ahora estaban conversando con unos argentinos en la orilla.

—Anto se ve increíble, ¿no? —comentó Luis, mirando hacia ella.

—Sí, está hermosa —admití, sin poder evitar un tono de orgullo en mi voz.

—Y Xime también, siempre tan sociable —agregó Luis, sin quitarles la vista de encima.

Sentí una punzada de celos al ver cómo los hombres con los que hablaban nuestras mujeres las miraban. Respiré hondo, recordándome que estaba allí con mi familia, disfrutando de un momento feliz.

—Sí, pero a veces desearía que no fueran tan llamativas —dije en tono de broma, aunque había algo de verdad en mis palabras.

Luis rió y asintió. —Lo entiendo. Pero es parte de lo que las hace maravillosas, ¿no?

Antes de que pudiera responder, Antonella y Ximena volvieron con Cielo y Mili. Antonella envolvió a Cielo en una toalla, secándola con cuidado. Cielo se acurrucó en sus brazos, feliz y tranquila.

—¿Te divertiste, mi amor? —le preguntó Antonella a Cielo, y ella asintió con entusiasmo.

Luis se volvió hacia Ximena. —¿De qué hablaban con esos tipos?

Ximena sonrió y se encogió de hombros. —Solo turistas preguntando por lugares para visitar.

—¿Y vos, Anto? —le pregunté, tratando de mantener mi tono casual.

Más Allá del Caos-Santiago caputo-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora