Día 2

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—Fina.

Sintió su voz lejana, muy lejana, así que ni siquiera se inmutó. Pero volvió a sonar.

—Fina, levántate.

—Un ratito más —se quejó.

Marta se impacientó al observar cómo la morena se tapaba con la manta hasta arriba y se encogía como si fuese un escarabajo.

—Vamos a llegar tarde.

Pero ella no se movió, así que decidió moverla bruscamente para que se despertase de una vez, pues lo segundo que más odiaba con diferencia era la impuntualidad.

—Tú lo has querido.

Marta desapareció del salón y volvió con un vaso de agua del grifo, el mismo que le tiró a la cara tras destaparla, haciendo que Fina comenzara a toser y a quejarse.

—¿Qué haces, estás loca?

—Llevo media hora llamándote.

—¿Y eso es motivo para tirarme un vaso de agua helada en la cara?

—Ha funcionado —se encogió de hombros, sonriendo de una manera triunfal—. Ahora, arréglate.

Fina bufó y se levantó.

—Estás disfrutando con esto —dijo, secándose el agua que tenía en la cara y en la ropa que anoche no se quitó, frustrada, mientras Marta la observaba divertida.

—Pareces un pingüino —rió Marta.

Fina la miró mal.

—Esta te la guardo, Marta.

Ella asintió, aún divertida.

—¡Vamos, con brío!

Fina la miró con ojos entrecerrados y se dirigió al baño. Mientras se ponía el uniforme, pensaba en cómo esa mujer era capaz de enfadarla desde bien temprano. Al descubrir que su pelo estaba mojado y que no saldría así con ese frío, decidió secárselo con el secador, sabiendo que ese detalle molestaría muchísimo a su querida jefa. De hecho, se tomó su tiempo. Cuando finalmente salió del baño, ya lista, se encontró con una Marta esperándola impacientemente, y supo cómo estaba de enfadada en el mismo instante en que pegó un portazo al salir.

No se dirigieron la palabra en todo el camino hasta el coche. El silencio entre ellas era tenso, solo roto por el sonido de sus pasos y de los coches pasando a su lado, como si estuvieran en una competición de quién estaba más enfadada.

Una vez en el coche, Marta mantenía la vista al frente y sus manos estaban aferradas al volante con fuerza. Al darse cuenta de que había atasco, miró la pantalla táctil por casualidad y descubrió que efectivamente no llegarían a tiempo. Bufó y fue ella la primera en hablar.

—Llegamos tarde por tu culpa.

—Si no me hubieses tirado agua, me habría ahorrado secarme el pelo —respondió Fina, cruzándose de brazos y mirando hacia la ventana.

—Si te hubieses despertado con las veinte veces que te he llamado, no habría tenido que llegar al agua —se defendió Marta con exasperación.

—No me mientas, esto ha sido por la alfombra —replicó la morena y se giró para mirarla con una ceja levantada.

Marta la miró unos segundos, incapaz de apartar los ojos de la carretera por mucho tiempo.

—Creo recordar que tenemos una tregua.

—Sí, que te has saltado ni pasadas doce horas.

—No exageres, no ha sido para tanto.

Fina la fulminó con la mirada.

30 días con mi jefa-amanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora