Día 4

2.2K 206 72
                                    

Resaca.

Ese sería el título que Fina llevaba en la frente desde que se levantó hasta que llegó a la casa de su mejor amiga, sin ánimos de salir de la cama, pero chantajeada con un café y una tostada que no podía rechazar.

—¿Qué tal ayer, borracha?

Carmen rió cuando la morena bajó sus gafas de sol poco más de la nariz y la miró con una ceja alzada, apoyada en la mesa mientras esperaba con ansias ese café que le devolviese a la vida.

—Pues muy bien, la verdad.

—¿Y con doña Marta?

Fina la miró y sonrió.

—Estamos en el intento de amigas. Ayer la vi tan diferente, tan natural y tan ella que me costó reconocer si fue por el alcohol o realmente estaba con Marta la Reina de fiesta, bebiendo y riéndose a carcajadas.

Carmen asintió, dándole la razón.

—Sí, yo también la vi muy relajada y muy cómoda. ¿Ves cómo solo teníamos que conocerla fuera del trabajo?

—Pues sí —susurró, tomando del café que la otra morena le dejó encima de la mesa. Después, suspiró y volvió a dejar la taza en la mesa—. Pero cuando estábamos en lo mejor, apareció Esther.

Carmen se sentó frente a ella tras poner las tostadas en la tostadora, muy curiosa al respecto.

—¿Y qué pasó?

—Nada, porque pasé de ella.

Carmen asintió, y se mantuvo en silencio, expectante a que continuara.

—Quería hablar conmigo, aunque la única verdad es que me vio con Marta y se acercó para incordiar. Pero me negué rotundamente.

Fina sonrió con orgullo tras esa decisión, seguramente meses atrás habría caído en la tentación de hablar con ella o dejarse llevar si pasaba algo entre las dos.

Pero Carmen, antes de levantarse para terminar de preparar el desayuno, dejó caer el pensamiento de una persona coherente y madura.

—Bueno, ¿y si solo quería hablar contigo para saber cómo estabas?

—No, Carmen, se acercó porque me vio con otra mujer. Además, no me gustó nada su comportamiento del principio con ella, como si fuese culpable de algo.

—¿Con doña Marta, dices?

Fina asintió con la cabeza.

—Sí, la miró fatal.

—La dejaste tocaíta, eh —bromeó su amiga, dejándole el plato frente a ella y volviéndose a sentar mientras ladeaba la cabeza hacia los lados.

—Que no, que te digo yo que se acercó porque no soporta verme feliz si no es con ella. ¿Tú crees que después de tanto tiempo sigue tocaíta, como dices tú, de mí?

Carmen lo meditó por unos segundos.

—Puede que tengas razón, por lo que me has contado de ella parece que es más razonable eso —dijo, dándole la razón porque por una parte podía tenerla aunque ella seguía pensando que podía ser por simple amabilidad, respeto y cariño hacia la persona con la cual compartió mucho tiempo de su vida.

La implicada asintió, suspirando.

Después de unos minutos de silencio, saboreando cada bocado de la tostada tan maravillosa que estaba comiéndose y que tan bien le estaba haciendo, el móvil vibró encima de la mesa. Fina lo miró por encima, sin mucho interés hasta que leyó su nombre y casi se atraganta de lo impactante que llegó a ser después de tanto tiempo sin verlo.

30 días con mi jefa-amanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora