Día 13

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—¿Quieres más helado?

—No, quiero que deje de doler.

Fina estaba en el sofá, fingiendo prestar atención a la película de miedo que su mejor amiga había puesto para hacerla sentir mejor.

—Ay, mi niña, pero sabes que eso no está en mi mano —susurró, apoyando su cabeza en el hombro de la morena y acariciando suavemente su cabello.

—No debí decirle nada —murmuró, suspirando pesadamente mientras abrazaba el cojín que tenía en sus brazos. Luego, lo estrujó.

Carmen la escuchaba en silencio.

—Tenía que enamorarme de Marta de la Reina —bufó, intentando dejar el tema, pero le resultaba muy difícil.

—Uno no elige de quién se enamora.

—Es que además fui tan idiota, Carmen. Llegué a pensar que ella también podía estarlo —se separó un poco para mirar a su amiga con un par de lágrimas más, que limpió en el mismo momento.

—No me gusta verte así —susurró Carmen, volviendo a acariciar su cabello y abrazándola en señal de cariño y consuelo. Después, sintió que un móvil vibraba a su lado y se lo ofreció a la morena cuando se dio cuenta de que era el suyo—. ¿Es ella?

Fina se incorporó un poco para leer mejor, limpiándose con su mano libre los ojos y suspirando lentamente mientras lo hacía.

—Sí —murmuró, pero temía abrir su chat y no lo hizo.

De hecho, le devolvió el móvil a Carmen para que se lo guardara y le hizo una señal para que volviera a poner la película. No quería seguir así; necesitaba distraerse y no pensar más.

Cuando se quiso dar cuenta, ya era tarde. Aunque la impuntualidad no solía ser su punto fuerte, ese día se preocupó porque debería haber estado en la tienda hacía más de media hora. Agradeció el hecho de que la noche anterior llegara directamente a la casa de su amiga pidiendo auxilio, con el uniforme puesto, y así evitar encontrarse con ella a solas. No podía verla, o más bien, no quería porque enfrentar todo eso era mucho más fácil sin su presencia.

Disimuló todo lo que pudo, incluso caminaba sigilosamente por los pasillos y sonrió cuando estuvo a nada de llegar a la tienda. Le quedaban tres pasos contados cuando una voz la frenó en seco, y no cualquiera sino la de Jesús de la Reina:

—Che, che, che —Fina se giró y pudo observar como el hombre le señalaba el reloj de marca que tenía puesto en su muñeca —. ¿Qué horas son estas de llegar?

—Lo siento, don Jesús —susurró, bajando la cabeza y fingiendo estar apenada cuando era su última preocupación ese día.

Él se cruzó de brazos, esperando algo más que no llegó. Así que continuó:

—¿Ni una explicación?

—Me he quedado dormida —confesó, siendo lo más sincera posible y sabiendo que era algo muy natural, aunque pareció olvidar por un momento con quien estaba hablando.

Jesús soltó una carcajada un tanto irónica.

—Y lo dices así, tan tranquila.

—Es la verdad —contestó ella, encogiéndose de hombros.

Ambos escucharon el ruido de unos tacones acercarse, sabiendo muy bien que se debía a la mujer de la Reina. La misma frunció el ceño cuando los vio, confusa con la escena y aligerando sus movimientos para reunirse con ambos.

—Buenos días.

—Serán para ti —contestó el insoportable, haciendo que la rubia rodase los ojos.

30 días con mi jefa-amanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora