Día 7

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Lunes. 8:30 AM. Marta se encontraba mascando chicle para entretenerse y no pegar la cabezada del sueño que tenía. Antes de girar hacia la gasolinera, observó a través del retrovisor la imagen que tenía en la parte de atrás; Carmen con un antifaz rosa y la cabeza apoyada en un pequeño cojín azul, dormida plácidamente en él, y Fina con la mirada perdida en la ventana, escuchando música de los cascos y bostezando cada equis tiempo.

Es que nada más empezar la mañana, llegó el primer problema: el hombre encargado de llevarlas y traerlas a Madrid estaba con gastroenteritis, por lo que no podía hacerlo. Damián se lo propuso a Jesús, pero fue algo inútil porque se negó al instante y Andrés ni siquiera lo supo, porque Marta accedió a hacerlo ella misma sin depender de nadie. Se preparó bien, pues era la típica mujer que no salía de casa sin asegurarse de que el navegador funcionaba, que todo estaba preparado y que salía una hora antes de lo acordado por si algo se torcía por el camino. Así que sí, se podía decir que nada debería salir mal.

—¿Necesitáis algo?

Fina sintió que hablaba, así que se quitó los casco e hizo una señal para que repitiese porque no la había escuchado. La otra morena se estiró, quitándose lentamente el antifaz y entrecerrando los ojos por la claridad.

—¿Necesitáis algo? —repitió, colocándose las gafas de sol y mirándolas antes de bajar del coche.

—Pues si me compras un café te lo agradecería bastante —pidió Fina, sonriendo mientras que bostezaba por octava o novena vez en el viaje.

—Yo tengo hambre —soltó Carmen, haciendo reír a ambas por ese tono tan brusco que utilizó —. ¿Puede cogerme algo dulce? O no, mejor salado. Ay, no sé qué es mejor. ¿Usted que elegiría?

—Dulce, siempre —ni siquiera lo pensó.

Carmen hizo una seña con su cabeza de que el dulce había ganado, y la rubia asintió con la cabeza antes de cerrar la puerta del coche.

—Se ha puesto muy guapa para ir a Madrid, ¿o no?

Fina alzó sus cejas, y se fijó por la ventana para verla de pasada entrar a la pequeña tienda que había.

—Ella siempre viste así, Carmen.

—No, no me niegues que hoy está de otra manera. No sé, yo la veo como... como con más poder que nunca. ¿Me entiendes? —Ella negó con la cabeza.

—Pues no, no te entiendo.

—Ay, es que no sé cómo explicarlo.

Ella hizo un gesto con la cabeza.

—Déjalo y vuelve a dormirte, anda.

—No te burles, hablo en serio. ¿Y si to esto del cofre es una tapadera?

Fina comenzó a reírse abiertamente.

—Piénsalo, ¿y si ha quedado con alguien? ¿Tú crees que esta pobre mujer va a estar tanto tiempo sola, esperando a su marido? Por Dios, eso no se lo cree nadie —Fina siguió riendo.

—Estás fatal —susurró, aún divertida.

—No me suelo equivocar, ya verás como ésta nos deja solas por allí y se marcha con alguien.

—Marta no es de esas.

—¿Y tú qué sabes? —rodó los ojos.

Fina se fijó en la mujer que salía de la tienda con paso decidido y elegante. Lucía un vestido azul oscuro, ceñido a su cuerpo hasta poco antes de las rodillas, complementado con unos tacones del mismo color y collar blanco de perlas que solía llevar casi siempre. Su pelo con ondas, caídas y rebeldes, se movían por el aire que se movía por allí mientras que se ajustaba sus gafas de sol con la única mano libre que tenía. No quería admitirlo en voz alta, pero ella también la veía muy guapa ese día.

30 días con mi jefa-amanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora