Capitulo 18 : Planes a Futuro

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A menudo, en los días soleados en los que el futuro parecía una hoja en blanco esperando ser escrita, Emmet y Lucca se sentaban bajo el gran roble en el parque de Maplewood. Era su lugar favorito, un refugio donde compartían sueños y preocupaciones, lejos del bullicio del orfanato y de las responsabilidades que pronto enfrentarían al graduarse de la preparatoria.

Emmet, con su eterna sonrisa y ojos llenos de determinación, solía decirle a Lucca: —Deberíamos mudarnos juntos cuando terminemos la preparatoria. No te preocupes por la comida, yo cocinaré para ti todos los días.

A Lucca siempre le hacía sonreír la seguridad con la que Emmet hablaba de su futuro como chef. Pero su respuesta, aunque suave y cariñosa, era siempre la misma: —No podría vivir contigo y tengo razones importantes. Primero, me gustaría saber qué se siente vivir sola. Y segundo, no creo que pueda perseguirte cuando vayas a la Universidad de Chefs. Planeo quedarme en Maplewood.

Emmet hacía una mueca de desaprobación fingida y luego sonreía. —Vivir sola es aburrido —decía, aunque en el fondo respetaba los deseos de Lucca—. Además, serás la primera en probar mis recetas. ¿No es un trato perfecto?

Lucca reía, imaginando la vida juntos como "roomies". Aunque la idea de tener a Emmet cocinando deliciosos platos para ella era tentadora, había algo dentro de ella que ansiaba la independencia, la experiencia de vivir sola, al menos por un tiempo.

—Sé que será difícil no tenerte cerca, Emmet —dijo Lucca en uno de esos momentos bajo el roble—. Pero necesito descubrir quién soy por mí misma. Y Maplewood... es mi hogar. No puedo imaginarme lejos de aquí, al menos no ahora.

Emmet entendía. Maplewood era el lugar que había dado forma a quienes eran, pero también sabía que sus caminos, aunque diferentes, no necesariamente los separarían. El amor por la cocina lo llevaba a sueños de grandes restaurantes y clases de gastronomía, mientras que Lucca sentía un arraigo profundo hacia el pueblo que la había visto crecer.

—Prométeme que vendrás a visitarme cada vez que puedas —dijo Emmet, sus ojos reflejando una mezcla de seriedad y ternura—. Y yo prometo traerte las mejores recetas y los sabores más increíbles.

—Prometido —respondió Lucca, extendiendo su mano para sellar el trato.

Ambos sabían que el futuro traería cambios, pero había algo inquebrantable en su amistad. Emmet podía ver a Lucca floreciendo en Maplewood, tal vez escribiendo, tal vez enseñando, pero siempre encontrando la manera de ser feliz. Y Lucca podía ver a Emmet, en una gran ciudad, liderando su propio restaurante, creando platos que contarían historias de su infancia y su amistad.

Esa tarde, mientras el sol se ponía, iluminando el cielo con tonos de rosa y dorado, se quedaron en silencio, disfrutando de la compañía mutua y de la certeza de que, pase lo que pase, siempre tendrían un lugar en el corazón del otro.

Lucca, con el deseo de vivir sola, y Emmet, con sus sueños de convertirse en un chef reconocido, seguirían sus caminos sabiendo que esos caminos siempre se entrelazarían de alguna manera, como las raíces profundas del roble bajo el cual tantas veces habían compartido sus sueños.

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